Tornándose hombre, el eterno Hijo de Dios ha revelado al Padre.
Esta verdad se destaca en el prólogo del Evangelio. Juan dice que nadie ha visto al Padre; lo ha revelado el Unico que es divino (y humano) (1:18; véase el texto griego y la traducción de Moffatt).
El autor nota la incapacidad del hombre para encontrar a Dios; y concuerda con el Antiguo Testamento, al insistir en que el hombre no puede ver a Dios con el ojo físico. Este es un hecho tan obvio que apenas necesita ser mencionado.
El autor está pensando en la incapacidad del hombre, en cualquiera y toda manera para encontrar a Dios. Recuerda que la investigación del hombre para encontrar a Dios a sido infructuosa. Ya sea por la vista física, o por la especulación filosófica, o por todo otro medio, el hombre ha sido incapaz para descubrir a Dios. Dios es el Encubierto, excepto cuando se revela él mismo.
Ahora pues, Dios se ha revelado. Esto lo hizo mediante la encarnación en Jesús. Cristo no sólo ha revelado a Dios; ha revelado algo del más íntimo significado de su ser. El vocablo aquí traducido declaró es el mismo del cual derivamos nuestra palabra exégesis.
En la traducción de Moffatt, significa que en Cristo, Dios ha sido desplegado. En Cristo vemos, como si estuviera dibujado con pinceladas vivientes, el significado del ser de Dios. Es una exégesis del significado de Dios en términos de la vida y de la experiencia.
El hecho que Cristo revela a Dios se expresa por el vocablo Palabra (logos, Verbo). El es el Verbo porque nos revela el significado de Dios. No nos es asunto de mucha importancia para nosotros saber de dónde recibió Juan este término. Puede ser que lo haya adquirido de Filón o de la filosofía griega.
Una cosa es evidente en el prólogo del Evangelio (1:1-18), a saber, que el fondo literario para que Juan usara el vocablo se halla en el Antiguo Testamento más bien que en la filosofía griega o en Filón. Más específicamente, el fondo para el prólogo de Juan es el primer capítulo del Génesis. Hay una similiridad notable en el lenguaje, ideas y progreso del pensamiento.
En el primer capítulo del Génesis vemos repetida la expresión: “Y dijo Dios.” Lo que dijo Dios tuvo realización. Así pues, el Verbo fue el medio para ejecutar su voluntad y realizar sus propósitos. Esta nota suena al través del Antiguo Testamento.
A menudo el Verbo de Dios es presentado como el medio por el cual Dios revela su pensamiento o lleva a cabo su propósito en la naturaleza o en la vida humana. Por lo tanto, Juan en su prólogo nos dice que Cristo es el Verbo de Dios por el cual (o por quien) revela sus propósitos y ejecuta su voluntad en el mundo.
El Verbo, sin embargo, es personal. Por él como la incorporación (encarnación) y expresión de su voluntad, Dios creó el mundo, lo dirige y lo sostiene. Dios desarrolla el plan que tiene para el mundo y revela su gracia redentora al hombre pecaminoso. Después de la introducción, Cristo ya no es llamado Verbo ni en el Evangelio ni en la Epístola. Pero al través de ambos, hallamos que como el Hijo él es la revelación del Padre.
El es la expresión corporal del carácter de Dios y de su voluntad para con el hombre; especialmente lo es del amor y de la gracia del Padre para con el mundo pecaminoso. Revela al Padre, no simplemente hablando al mundo acerca de Dios, sino encarnado el mismo amor y vida de Dios.
Hallamos constantemente repetidas tales expresiones como éstas: “Yo y el Padre una cosa somos” (10:30); “nadie viene al Padre, sino por mí” (14:6); “El que me ha visto, ha visto al Padre” (14:9); “Cualquiera que niega al Hijo, este tampoco tiene al Padre. Cualquiera que confiesa al Hijo, tiene también al Padre” (1 Juan 2:23). De manera que él es la incorporación de Dios; y trayendo a la vida del mundo y del hombre la vida y el amor de Dios, hace que Dios sea conocido por los hombres.
En Juan 1:18 Juan le llama “el unigénito de Dios”). El es el Divino. El sostiene con Dios una relación tal como ningún otro ser de la historia humana jamás la ha tenido. El no es un ser intermedio entre Dios y el hombre. No es un semidios enviado al mundo para hablar a los hombres acerca de Dios y del mundo espiritual. El es “verdadero Dios de verdadero Dios” Venido al mundo para hacer visible a los hombres al Dios que creó al mundo.
Anastasio y sus discípulos tenían razón al decir que sólo Dios podía revelar a Dios y que sólo Dios podía salvar al hombre. Con tal razonamiento, ellos sólo hacían explícito lo que estaba implícito en la teología Juanina. Juan nos justifica cuando decimos que Jesucristo trajo a Dios al hombre, porque él era uno con el Dios que trajo; trajo a Dios al hombre, porque se hizo uno con el hombre para quien trajo a Dios.
2. Salvar al hombre
El segundo propósito de la encarnación fue la salvación del hombre. Estas dos cosas, la revelación de Dios y la salvación del hombre, no son, por supuesto, dos propósitos separados. Pueden ser expresados distintamente sólo en nuestro pensamiento. En realidad son los dos aspectos de una sola transacción. La revelación de Dios es una revelación redentora. Dios, en su carácter de Redentor, es como revelado en Cristo. Tal es el significado de su Paternidad.
La significación, para el hombre, de esta revelación de Dios como Padre, está en que Dios vino en la persona de Cristo para la salvación del hombre. Dios envió a su Hijo al mundo para salvar al mundo (3:17). El problema que Dios trataba en la encarnación no era el de poner un puente sobre el abismo que hay entre lo finito y lo infinito, sino que era el problema de armonizar lo pecaminoso con lo Santo. Este no era un problema metafísico, sino moral. Y la solución no es tampoco una solución metafísica.
Es una solución moral y espiritual. Sin duda tanto el problema como la solución tienen inferencias metafísicas. Ambos se basan en la realidad, y tienen inferencias relacionadas con la realidad. Pero ni el problema ni la solución pueden ser resueltos por el hombre.
Y Dios resolvió el problema, no revelando al hombre una filosofía del pecado y de la redención, sino trayendo para el hombre, que he estado sumido en su pecado e incapacidad, una redención como un asunto de la experiencia. Dios no comenzó por decir algo al hombre; antes que todo, hizo algo por él.
Vino cual luz para disipar las tinieblas morales y espirituales del hombre y para salvarlo del pecado.