EL TRONO DE LA GRACIA

Texto: «Al trono de la gracia» Hebreos 4:16
Estas palabras se encuentran engastadas en aquel versículo lleno de gracia: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanazar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.» Son una gema en un engaste de oro. La verdadera oración es un acercamiento del alma por el Espíritu de Dios al trono de Dios. No es emitir palabras, no es solamente el sentir deseos, sino es la presentación de los deseos a Dios, el acercamiento de nuestra naturaleza a Dios nuestro Señor.

La verdadera oración no es un puro ejercicio mental, ni una ejecución vocal; es mucho más profundo que eso: es comercio espiritual con el creador del cielo y la tierra. Dios es un Espíritu invisible al ojo mortal, y solamente puede ser visto por el hombre interior; nuestro espíritu dentro de nosotros, engendrado por el Espíritu Santo en nuestra regeneración, discierne el Gran Espíritu, tiene comunión con El, le refiere sus peticiones, y recibe de él respuestas de paz. Es un negocio espiritual de principio a fin; y su propósito y objetivo no termina en el hombre, sino llega a Dios mismo.

Para ordenar dicha oración, es necesaria la obra del Espíritu Santo. Si el oración fuera de labios solamente, necesitaríamos solamente el aliento de nuestras narices para orar. Si la oración fuera deseos solamente, muchos deseos se sienten fácilmente, y esto aun en el hombre natural. Pero cuando es deseo espiritual, y comunión del espíritu humano con el Gran Espíritu, entonces el Espíritu Santo mismo debe estar presente en todo el proceso, a fin de ayudar en la debilidad, y dar vida y poder, o de otro modo nunca se dará una oración verdadera, y la cosa ofrecida a Dios tendrá el nombre y la forma, pero la vida interior de oración estará muy lejos de allí.

Además, es claro en la conexión de nuestro texto, que la intervención del Señor Jesucristo es esencial para la oración aceptable. Como oración no será verdadera oración sin el Espíritu de Dios, de modo que no será oración que prevalece gin el hijo de Dios. El es el gran Sumo Sacerdote, debe entrar tras el velo por nosotros. Más aun, por medio de su persona crucificado el velo debe ser quitado por completo. Porque hasta ese momento estamos excluidos de la presencia del Dios vivo. El hombre que a pesar de la enseñanza de las Escrituras, procura orar sin un Salvador insulta a la Deidad. Y aquel que imagina que su propio deseo natural puede llegar a la presencia de Dios sin ser rociado con la sangre preciosa, y que será un sacrificio aceptable delante de Dios, comete un error. No ha traído una ofrenda que Dios pueda aceptar, no más que si hubiera desnucado un perro, u ofrecido un sacrificio inmundo. Obrada en nosotros por el Espíritu, presentada a nuestro favor por el Cristo de Dios, la ración se convierte en poder delante del Altísimo, pero no de ora manera.

Al tratar de hablar del texto de esta mariana, lo tomaré así Primero, Tenemos un trono; luego, en segundo lugar, vemos la gracia; en seguida juntamos las dos cosas y veremos u gracia en el trono; y reuniéndoles en otro orden, veremos la soberanía manifestándose a sí misma y resplandeciente en gracia.



I. Nuestro texto habla de UN TRONO: «El trono de la Gracia»

En la oración, Dios debe ser visto como nuestro Padre. Este es el aspecto que nos resulta más querido. Pero aún no tenemos que considerarlo como si fuera como nosotros, porque nuestro Salvador ha calificado la expresión «Padre nuestro,» con las palabras «que estás en los cielos»; y muy cerca, detrás de esas palabras que presentan el nombre tan condescendiente, para recordarnos que nuestro Padre es todavía infinitamente más grande que nosotros, nos ha ordenado decir: «Santificado sea tu nombre; venga tu reino.» De modo que nuestro Padre todavía debe ser considerado como un Rey, y en la oración no solamente llegamos a los pies de nuestro Padre, sino llegamos al trono del Gran Monarca del Universo. El trono de la gracia es un trono, y eso es algo que no debemos olvidar.

Si la oración siempre debe ser considerada por nosotros como una entrada en la corte de la realeza celestial; si hemos de conducirnos como cortesanos que están en la presencia de una ilustre majestad, entonces, no es una pérdida que sepamos cual es el espíritu correcto en que debemos orar. Si en la oración llegamos ante de un trono, es claro que, en primer lugar debe ser en espíritu de humilde reverencia. Se espera que el súbdito, al acercarse al rey, le rinda homenaje y honra. E1 orgullo que no reconoce al rey, la tradición que se rebela contra la soberana voluntad debería, si es sabia, eludir cualquier acercamiento al trono. Que el orgullo muerda las barricadas a la distancia y la traición esté al acecho en los rincones, porque solamente la reverencia profunda puede llegar a la presencia del Rey mismo, cuando está sentado con sus majestuosas vestiduras. En nuestro caso, el rey ante el cual venimos es la más elevada de las majestades, el Rey de reyes, el Señor de los señores. Los emperadores son solo residuos de su poder imperial. Se llaman reyes por derecho divino, pero ¿qué derecho tienen? El sentido común se ríe de sus pretensiones. Solo el Señor tiene derecho divino, y a él solamente pertenece el reino. El es el bendito y único potentado. Ellos son reyes nominales, puestos y derribados por voluntad de los hombres, o por el decreto de la providencia, pero El solamente es Señor, el Príncipe de los reyes de la tierra.

Corazón mío, asegúrate de postrarte ante tal presencia. Si él es tan grande, besa el polvo delante de él, porque es el más poderoso de todos los reyes. Su trono domina en todos los mundos. El cielo le obedece con alegría, el infierno tiembla cuando él frunce el ceño, y la tierra es constreñida a rendirle homenaje voluntario quiéranlo o no. Su poder puede crear o ;)vede destruir; crear o aplastar; las dos cosas son igualmente fáciles para él. Alma mía, cuando te acercas al Omnipotente, que es fuego consumidor, quita el calzado de tus ;pies, y adórale con profunda humildad.

Además, el es el más santo de todos los reyes. Su trono es un gran trono blanco, sin mancha, y clara como el cristal. «Ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos,» «y notó necedad en sus ángeles.» Y tú, criatura pecadora, con cuánta humildad deberías acercarte a El. Puede haber familiaridad, pero que no sea profana. Debe haber osadía, pero que no sea impertinencia. Todavía tú estas en la tierra y él en el cielo. Todavía eres un gusano en el polvo, una criatura abrumada ante la polilla, y él es eterno. Antes que existieran las montañas, él era Dios, y si todo lo creado dejara de existir, él sigue siendo el mismo. Hermanos míos, temo que no nos :dinamos como debiéramos ante la Eterna Majestad. Pero hoy en adelante, pidamos al Espíritu de Dios que nos dé un ánimo correcto, para que cada una de nuestras oraciones pueda ser un acercamiento reverente a la majestad infinita que está en los cielos.

En segundo lugar, hay que acercarse a un trono con devota alegría. Si la gracia divina me ha otorgado el que esté entre los favoritos que frecuentan su corte, ¿no debo sentirme contento? Podría haber sido expulsado, de su presencia para siempre, sin embargo, se fine permite acercarme a El, hasta palacio real, hasta su cámara secreta de las audiencias de gracia, y ¿no he de estar agradecido? ¿No ha de convertirse mi gratitud en gozo, y no he de sentir que he sido honrado, que soy hecho receptor de grandes favores cuando se me permite orar? ¿Por qué está triste tu rostro, Oh tú que suplicas, cuando estás delante del trono de la gracia? Si estuvieras cite el estrado de la justicia para ser condenado por tus iniquidades, podrías bien mostrarte deprimido, pero has sido favorecido y puedes presentarte ante el Rey que está en sus vestiduras de seda del amor, por lo tanto, tu rostro debe resplandecer con sagrado placer. Si tu tristeza es grande, cuéntasela a El porque El puede mitigarla; si tu pecado se ha multiplicado, confiésalo porque El lo puede perdonar. Oh, vosotros, cortesanos que estáis en los salones de este Monarca, alegraos sobremanera, y poned alabanzas en vuestras oraciones.

Es un trono, y por lo tanto, en tercer lugar, cuandoquiera que uno se acerca debe hacerlo con completa sumisión. Nosotros no oramos a Dios para darle instrucciones acerca de lo que debe hacer. Ni por un momento deberíamos presumir que dictamos la línea de procedimiento divino. Se nos permite decirle a Dios: «Así y así nos gustaría tener,» pero además deberíamos agregar: «pero viendo que somos ignorantes y podemos estar equivocados –viendo que aún estamos en la carne, y por lo tanto podríamos estar actuando con motivos carnales– no sea como yo quiero, sino conforme a tu voluntad.» Quién va a darle instrucciones al trono? Ningún hijo de Dios que sea leal ni por un momento imaginará que puede ocupar el trono que es el derecho de ser Señor de todo. Y aunque el creyente expresa su deseo fervientemente, vehementemente, importunamente, y suplica y vuelve a suplicar, mantiene siempre esta reserva necesaria: «Sea hecha tu voluntad, mi Señor; y si pido algo que no estés de acuerdo con ella, mi deseo más íntimo es que seas suficientemente bueno como para negársela a tu siervo. Lo tomaré como una respuesta verdadera, si me rechazas lo pedido por mí que no parezca bueno ante tu vista.» Si recordáramos constantemente esto, pienso que nos veríamos menos inclinados a insistir en ciertos casos delante del trono, porque sentiríamos: «Aquí estoy buscando mi propia comodidad, ventaja para mí, facilidades personales, y, quizás esté pidiendo algo que deshonre a Dios; así que oraré con la más profunda sumisión a los decretos divinos.» Pero, hermanos, en cuarto lugar, si es un trono, debemos acercarnos con aumentadas expectativas. Un himno lo expresa muy bien:

«Cuando vienes ante el Rey,

grandes peticiones debes traer.»

No venimos en oración como si fuéramos al lugar donde Dios distribuye limosnas, donde dispensa sus favores a los pobres, ni venimos a la puerta trasera de la casa de misericordia a recibir mendruga, aunque ello fuera más de lo que merecemos, a comer las migajas que caen de la mesa del Maestro, que es más de lo que podríamos pretender. Pero cuando oramos, estamos dentro del palacio, de pie sobre el resplandeciente piso de la sala de recepción del gran rey, y de ese modo estamos en una posición ventajosa. En las oraciones nosotros estamos de pie donde los ángeles se inclinan con sus rostros velados; allí, sí, allí, adoran los querubines y serafines, delante del trono mismo al cual ascienden nuestras oraciones. ¿Y llegaremos allí con peticiones atrofiadas, y una fe estrecha y contrahecha? No, no es de los reyes el dar centésimos y monedas sin valor; el Rey distribuye monedas de oro. No reparte, como hacen los pobres hombres, pedazos de pan y restos de comida, sino hace una fiesta de manjares sustanciosos, de manjares llenos de médula, de vinos bien refinados.

Cuando a un soldado Alejandro se le dijo que pidiera lo que quisiera, éste no pidió limitándose al mérito que tenía, sino que hizo una demanda tan grande, que el tesorero real se negó a pagar, y planteó la cuestión ante Alejandro, y Alejandro en una actitud verdaderamente real, replicó: «El sabe la grandeza de Alejandro, y ha pedido como se pide a un rey; que tenga lo que ha pedido.» Cuídate de imaginar que los pensamientos de Dios son tus pensamientos, y que sus caminos como tus caminos. No traigas ante Dios peticiones menguadas y deseos estrechos diciendo: «Señor, haz conforme a estas cosas,» pero recuerda, como los cielos son más altos que tus caminos, y sus pensamientos más que tus pensamientos, y pide, por lo tanto, como se le pide a Dios, pide grandes cosas, porque estás delante de un gran trono. Oh, que siempre sintamos esto cuando llegamos ante el trono de la gracia, porque entonces El puede hacer por nosotros mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos.

Y, amados, en quinto lugar, podría agregar que el espíritu correcto en que nos acercamos al trono de la gracia es de una confianza sin vacilaciones. ¿Quién podrá dudar del Rey? ¿Quién se atreve a impugnar la palabra imperial? Se ha dicho que si toda integridad desapareciera de los corazones de la humanidad, todavía estaría en el corazón de los reyes. Sería vergonzoso que un rey mintiera. Hasta el mendigo en las calles es deshonrado si rompe una promesa, pero, ¿qué diremos de un rey si ni se puede confiar en su palabra? ¡Que vergonzosos para nosotros, si nos paramos con incredulidad ante el trono del rey del cielo y de la tierra! Con nuestro Dios ante nosotros en toda su gloria, sentado en el trono de la gracia, ¿se atreverán nuestros corazones a decir que desconfiamos de El? ¿Podremos imaginar que El no puede o no quiere *****plir su promesa? Ciertamente allí está el lugar en que el hijo puede confiar en su Padre, donde el súbdito fiel puede confiar en su monarca, y, por lo tanto, lejos esté de vacilar o de dar lugar a la desconfianza. La fe sin vacilaciones debe ser la que predomina ante el trono de la gracia.

Una observación más sobre este punto, y este es que, si la oración es presentarse ante el trono de Dios, siempre debiera hacerse con la más profunda sinceridad, y en el espíritu que hace que todo sea real. Si eres suficientemente deseal para depreciar al rey, por lo menos, por tu propio bien, no te burles de E1 en su rostro, y cuando El está sobre el trono. Si en alguna parte te atreves a proferir palabras santas que no salen del corazón, que no sea en el palacio de Jehová. Si se me invita a orar en público, no debo comprender que estoy hablando con Dios mismo, y que tengo asuntos que tratar con el gran Señor. Y en mi oración privada, al levantarme en la mañana, si me inclino y repito algunas palabras, o al retirarme a descansar en la noche y paso por lo mismo, más bien peco y no hago bien, a menos que desde el alma hable al altísimo. ¿Crees tú que el rey del cielo se complace en oírte proferir palabras con lengua frívola, y con una mente que no está en ello? Tú no conoces. El es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoran.

Amados, la suma de todo lo dicho es esto: la oración no es una insignificancia. Es un acto eminente y elevado; es un privilegio elevado y maravilloso. En el antiguo Imperio Persa solamente unos pocos, pertenecientes a la nobleza podían entrar en cualquier momento ante el rey, y se consideraba esto como el privilegio más elevado de los mortales. Vosotros y yo, el pueblo de Dios, tenemos un permiso, un pasaporte para venir ante el trono de la gracia en el momento que lo deseamos, y se nos exhorta a acudir con gran confianza, pero de todos modos no debemos olvidar que no es poca cosa ser cortesano de la corte de los cielos y la tierra, para adorar a aquel que nos hizo y sustenta nuestro ser. En verdad, cuando intentamos orar podríamos oír la voz que, desde la excelsa gloria, dice: «Venid, adoremos y postrémonos, arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque El es nuestro Dios, y nosotros pueblo de su prado, y ovejas de su mano.» «Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad; Temed delante de él, toda la tierra.»

II. Para que la brillantez y el resplandor de la palabra «trono» no sea demasiado para la visión humana, nuestro texto ahora nos regala una palabra suave, amable y deleitosa: Gracia.

Somos llamados al trono de la gracia, no al trono de ley. E1 rocoso Monte Sinaí era el trono de la ley, cuando Dios vino a Parán con diez millares de sus santos. ¿Quién querría acercarse a ese trono? Ni siquiera Israel. Se fijaron límites alrededor del monte, y sin aun una bestia tocaba el monte era apedreada o atravesada con una lanza. Vosotros, los que sois justos ante vuestros propios ojos y que esperáis poder obedecer la ley, y pensáis que podéis ser salvos por ella, mirad las llamas que Moisés vio y estremeceos y temblad, y desesperad. No es ese el trono al que ahora nos acercamos, porque por medio de Jesús el caso ha cambiado. Para la conciencia lavada por la sangre preciosa no hay ira sobre el trono divino, aunque, para nuestras atribuladas mentes:

Era objeto de la ira ardiente, su parte era el fuego devorador, nuestro Dios es fuego consumidor, celoso es su nombre para siempre.

Y, ¡bendito sea Dios! Esta mañana no vamos a hablar del trono del juicio final. Todos concurriremos ante él, y cuantos hayamos creído encontraremos que es un trono de gracia, a la vez que trono de justicia. Porque Aquel que está sentado sobre el trono no pronunciará sentencia de condenación contra la persona que es justificada por la fe. Es un trono establecido con al propósito de dispensar la gracia, un trono desde el cual cada expresión es una expresión de gracia. El cetro que desde él se extiende es el cetro de plata de la gracia. Los decretos que desde él se promulgan tienen el propósito de otorgar gracia. Los dones que desde allí se distribuyen a los que están al pie de los escalones de oro son dones de gracia. El que se sienta sobre el trono, el mismo es la gracia. Cuando oramos nos acercamos al trono de la gracia. Y por un momento, pensamos en ello, a modo de estímulo consolador para quienes están comenzando a orar; es decir, a todos los que somos hombres y mujeres de oración.

Si vengo en oración ante el trono de la gracia, entonces serán disimuladas las faltas de mi oración. A1 comenzar a orar, queridos amigos, vosotros sentís como si no estuvierais orando. Los gemidos de vuestro espíritu, cuando os levantáis de vuestras rodillas son tales que pensáis que no hay nada en ellos. ¡Qué oración tal llena de manchas, empañada y estropeada es! No importa. Vosotros no habéis ido al trono de la justicia, de otro modo cuando Dios percibió la falta en la oración la habría desdeñado. Tus palabras entrecortadas, tus jadeos y tartamudeos están ante el trono de la gracia. Cuando alguno de nosotros ha presentado sus mejores oraciones ante Dios, si la ve como Dios la ve, no hay duda que haría un gran lamento por ella. Porque en la mejor de las oraciones que se haya orado hay suficiente pecado como para que sea desechada por Dios. Pero digo nuevamente que no es un trono de juicio, y hay esperanza para nuestras débiles y poco convincentes oraciones. Nuestro condescendiente Rey no mantiene una etiqueta rígida en su corte como la que observan los príncipes entre los hombres, donde un pequeño error o una imperfección resultarían en la desgracia del peticionario. Oh, no. Los defectuosos clamores de sus hijos no son criticados severamente por El. El supremo Chambelán del palacio de las alturas, nuestro Señor Jesucristo, pone cuidado y altera y enmienda cada oración que se le presenta y hace que la oración sea perfecta con su perfección, y que prevalezca por Sus méritos. Dios considera la oración presentada por medio de Cristo, y perdona todas sus faltas inherentes. ¡Cómo debiera esto estimularnos a los que nos damos cuenta que somos débiles, erráticos y poco hábiles en la oración! Si no puedes suplicar a Dios, como la hacías en años que ya se han ido, si puedes sentir que de uno u otro modo has perdido la práctica en la tarea de la suplicación, no te des por vencido, regresa aún, y preséntate, sí, con más frecuencia, porque no es un trono de críticas severas, es un trono de gracia al cual te ha acercado. Entonces, puesto que es un trono de gracia, las faltas del peticionario mismo no impedirán el éxito de su oración. Oh, ¡qué faltas hay en nosotros! ¡Cuán inadecuados somos para ir ante un trono! ¡Estamos tan contaminados por el pecado por dentro y por fuera! No podría decirnos «Orad,» ni siquiera a vosotros los santos, si no hubiera un trono de gracia, mucho menos podría hablar de oración a vosotros los pecadores. Pero ahora diré esto a cada pecador que haya existido: clama al Señor y búscale mientras pueda ser hallado. Un trono de gracia es un lugar adecuado para ti: arrodíllate. Con fe sencilla acude a tu Salvador, porque El, El es el trono de la gracia. Es en El que Dios puede dispensar gracia al más culpable de la humanidad. Bendito sea Dios, ni las faltas de la oración ni las del que suplica cerrarán las puertas a nuestras peticiones del Dios que se deleita en los corazones contritos y humillados.

Si es un trono de la gracia, entonces los deseos del que suplica serán bien interpretados. Si no puedo encontrar las palabras para expresar mis deseos sin palabras, Dios en su gracia leerá mis deseos sin palabras. El capta el sentido de sus santos, el significado de sus gemidos. Un trono que no fuera de la gracia no se tomaría la molestia de descifrar nuestras peticiones; pero Dios, el infinitamente misericordioso, buceará en el alma de nuestros deseos, y leerá allí lo que no podemos hablar con la lengua. Habéis visto a un padre, cuando su hijito está tratando de decirle algo, sabe muy bien lo que el pequeño está procurando hablar, le ayuda a formar la palabras y las sisabas, y si el chiquito ha medio olvidado lo que iba a decir, el padre sugiere la palabra. Así ocurre con el siempre bendito Espíritu: desde el trono de la gracia nos ayudará, nos enseñará las palabras, sí, y escribirá en nuestros corazones nuestros deseos mismos. En las Escrituras tenemos casos en que Dios pone palabras en boca de los pecadores. «Lleva contigo palabras,» le dice, «Y dile: Recíbenos con misericordia y ámanos libremente.» El pondrá los deseos, y dará además la expresión de aquellos deseos en tu Espíritu por su gracia. El dirigirá tus deseos a las cosas que deberías buscar. El te enseñará tu necesidad como si tú no la conocieras. E1 sugeriría las promesas a las que puedes recurrir para orar. En realidad, El será el Alfa y la Omega de tu oración, así como lo es en salvación. Porque así como la salvación es por gracia, de principio a fin, el acercamiento del pecador al trono de la gracia es pura gracia de principio a fin. ¡Qué consolador es esto! Queridos amigos, ¿no nos acercaremos con la mayor de las confianzas a este trono mientras sorbemos el dulce significado de esta preciosa frase «el trono de la gracia?»

Si es un trono de gracia, entonces todas las necesidades de los que se acercan serán suplidas. El rey de ese trono no dirá «Debes traerme presentes, debes ofrecerme sacrificios.» No es un trono para recibir tributos; es un trono que dispensa dones. Entonces, venid vosotros que sois pobres como la pobreza misma, venid vosotros que estáis reducidos a la bancarrota por la caída de Adán y por vuestras propias transgresiones. Este no es el trono de la majestad que se mantiene por los impuestos que recoge de entre sus súbditos, sino un trono que se glorifica cuando derrama, como una fuente, corrientes de cosas buenas. Venid ahora, y recibid el vino y la leche que se dan libremente; sí, venid, comprad vino y leche, sin dinero y sin precio. Todas las necesidades del peticionario serán suplidas, porque es un trono de gracia.

E1 trono de la gracia. La frase crece a medida que retorna a mi mente, y para mí es una reflexión altamente placentera que si acudo al trono de la gracia en oración, puedo sentir que tengo mil defectos, pero, no obstante, hay esperanzas. Usualmente me siento menos satisfecho con mis oraciones que con cualquier otra cosa que hago. No creo que es cosa fácil orar en público, como lo es dirigir en forma correcta la adoración en una gran congregación. A veces oímos que se elogia a personas porque predican bien, pero si alguno es capacitado para orar bien, habrá un don igual y una gracia superior en ello. Pero, hermanos, supongamos que en nuestras oraciones haya defectos de conocimientos; es un trono de gracia, y nuestro Padre sabe que tenemos necesidad de estas cosas. Supongamos que haya defectos de fe; E1 ve nuestra poca fe y todavía no nos rechaza, a pesar de ser poca. En cada caso no mide su dádiva por el grado de nuestra fe, sino por la sinceridad y veracidad de la fe. Y si hay defectos graves en nuestro espíritu y fracasos en el fervor o en la humildad de la oración, aún, pese a que estas cosas no debieran ocurrir y son muy deplorables, la gracia las pasa por alto, las perdona, y sigue su mano misericordiosa extendida para enriquecernos conforme a nuestras necesidades. Ciertamente esto debiera inducir a muchos a orar y que todavía no han orado, y debiera hacer que lo que han estado por largo tiempo acostumbrados al uso del consagrado arte de la oración se acerquen con mayor confianza que nunca ante al trono de la gracia.



III. Pero, ahora, respecto de nuestro texto como en todo, nos da la idea de la GRACIA ENTRONIZADA.

Tenemos un trono, y ¿quién se siente en él? Es la gracia personificada la que está instalada en dignidad. Y en verdad, actualmente la gracia está en un trono. En el evangelio de Jesucristo la gracia es el atributo predominante de Dios. ¿Cómo llega a ser tan excelso? Respondemos: la gracia tiene su trono por conquista. La gracia vino a la tierra en la forma de un Bienamado, y se enfrentó con el pecado, lo cargó sobre su hombro, y aunque casi fue aplastada bajo la carga, llevó el pecado a la cruz, lo calvo allí, le dio muerte, lo dejó muerto para siempre, y triunfó gloriosa. Por esta causa, en esta hora la gracia está sentada en un trono, porque ha vencido el pecado humano, ha llevado el castigo de la culpa humana y ha derrotado a todos sus enemigos.

Además la gracia está sentada en un trono, porque se ha establecido allí por derecho. No hay injusticia en la gracia de Dios. Dios es tan justo, cuando perdona al pecador como cuando echa a un pecador al infierno. Creo con toda mi alma que hay una justicia tan pura en la aceptación de un alma que cree un Cristo como la habrá en el rechazo de Aquellas almas impenitentes que son desterradas de la presencia de Jehová. El sacrificio de Cristo ha permitido que Dios sea justo, y, sin embargo, pueda justificar al que cree. El que conoce la palabra Sustitución y puede saber en forma correcta su significado, verá que nada punitivo se debe a la justicia por parte de ningún creyente, y que ahora Dios podría ser injusto si no salvara a aquellos por los cuales Cristo sufrió vicariamente, aquellos para quienes se proveyó su justicia, y a los cuales ha sido imputada. La gracia está en el trono por conquista, y se sienta allí por derecho.

La gracia está entronizada hoy en día, hermanos, porque Cristo ha finalizado su obra y ha entrado en los cielos. Está entronizado en poder. Cuando hablamos de su trono, queremos decir que tiene un poder ilimitado. La gracia no se sienta en el estrado de Dios; la gracia no está de pie en la corte de Dios, sino que está sentada en el trono. Es el atributo que reina; es el rey de hoy en día. Esta es la dispensación de la gracia, el año de la gracia. La gracia reina por medio de la justicia para vida eterna Vivimos en la dinastía de la gracia, porque considerando que Jesús vive ara siempre él intercede por los hijos de los hombres, también es poderoso para salvar hasta lo sumo a los que por él acercan a Dios. Pecador, si fueras a encontrar la gracia a orilla de un camino, como un pasajero en su viaje, te optaría que hagas amistad con ella y pidas su influencia; fueras a encontrar la gracia como a un comerciante en una transacción con tesoros en las manos, te recomendaría que quistas su amistad, te enriquecería en la hora de tu reza; si vieras la gracia como uno de los pares del cielo, exaltada hasta lo sumo, te exhortaría a que te hiciera oír por pero, cuando la gracia está más alto, no puede ser mayor, porque está escrito «Dios es amor,» que es un alias de la gracia. Oh, ven, e inclínate delante de ella; ven y adora la infinita gracia y misericordia de Dios. No dudes, no te detengas no vaciles. La gracia reina; la gracia es Dios; Dios es amor. Hay un arco iris alrededor del trono semejante a una raída, la esmeralda de su compasión y de su amor. Oh, almas felices que pueden creer esto, y creyéndolo pueden de inmediato y glorificar la gracia convirtiéndose en ejemplos de su poder.

IV. Finalmente, nuestro texto, bien leído, tiene LA SOBERANÍA RESPLANDECIENTE DE GLORIA, LA GLORIA DE LA GRACIA.

El trono de la gracia es un trono. Aunque la gracia esté sigue siendo un trono. La gracia no desplaza a la soberanía. Ahora bien, el atributo de soberanía es muy elevado y Su luz es como una piedra de jaspe, más preciosa, y como piedra de zafiro, o como Ezequiel la llama, «el terrible cristal» Así dice el Rey, el Señor de los Ejércitos, «Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente.» «¿Quién eres tú, oh hombre para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que formó: ¿Por qué me has hecho así?» «No tiene potestad alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?» Pero, para que ninguno de vosotros sea abatido por el pensamiento de su soberanía, os invito al texto. Es un trono. Hay soberanía, pero para cada alma que sabe orar, para cada alma que por fe que viene a Jesús, el verdadero trono de la gracia, la soberanía divina no presenta un aspecto oscuro y terrible, sino que está llena de amor. Es un trono de gracia; de lo que deduzco que la soberanía de Dios para el creyente, para uno que suplica, para uno que viene a Dios en Cristo, siempre se ejerce de pura gracia. Para vosotros, los que acudís a Dios en oración, la soberanía siempre dice así: «Tendré misericordia de ese pecador. Aunque no lo merece, aunque, no hay méritos en él puesto que yo puedo hacer lo que bien me parezca, le bendeciré, lo haré mi hijo, yo le aceptaré, será mío el día que hay mis joyas.»

Hay dos o tres cosas para pensar, y luego termino. En el trono de la gracia, la soberanía se ha puesto bajo lazos de amor. Dios hará lo que El quiere; pero sobre el trono de la gracia, él está sometido a lazos, lazos que él mismo preparado, porque ha establecido un pacto con Cristo, y de ese modo, entró en relación de pacto con sus escogidos. Aun que Dios es y debe ser un soberano, nunca quebrantará pacto, ni alternará la palabra que ha salido de su boca. puede usar de falsedad con el pacto que el mismo estableció. Cuando acudo a Dios en Cristo, a Dios sobre el trono de gracia, no debo imaginar que por algún acto de soberanía Dios va a dejar de lado su pacto. Eso no puede ser. Es imposible.

Además, sobre el trono de la gracia, Dios está nuevamente obligado hacia nosotros por sus promesas. El pacto contiene muchísimas promesas de gracia, sobremanera grandes y preciosas. «Pedid y se os dará; buscad y hallaré llamad y se os abrirá.» Cuando Dios no había aun pronunciado tales palabras, u otra expresión en ese sentido, era libre de oír o no la oración; pero ahora no es así, porque ahora, si se trata de una verdadera oración ofrecida por medio de Jesucristo, su atributo de fidelidad le obliga a oírla. Un hombre puede ser perfectamente libre, pero desde el momento que hace una promesa, ya no es libre de quebrantarla. El Dios eterno no quiere quebrantar su promesa. Se complace en *****plirla. El ha declarado que todas sus promesas son sí y amén en Cristo Jesús. Pero, para nuestra consolación, cuando examinamos a Dios bajo el elevado y terrible aspecto de un soberano, tenemos esto para reflexionar, que está bajo la obligación de la promesa del pacto de ser fiel a las almas que le buscan. Su trono debe ser un trono de gracia para su pueblo.

Y una vez más, el más dulce de todos los pensamientos, toda la promesa del pacto ha sido confirmada y sellada con sangre, y lejos está del Dios eterno hacer que el vituperio caiga sobre la sangre de su querido hijo. Cuando el rey otorga una carta de derechos a la ciudad, aunque pudo ser absolutista antes de otorgar la carta, la ciudadanía puede invocar sus derechos ante el rey. De la misma manera, Dios ha dado a su pueblo una carta de indecibles bendiciones, otorgándoles las ciertísimas misericordias de David. En gran medida, la validez de una carta depende de la firma y del sello y, hermanos míos, ¡cuán seguro es el pacto de gracia! La firma es de la mano de Dios mismo y el sello es la sangre de Cristo, el Hijo unigénito de Dios. El pacto es ratificado con sangre, la sangre de su propio Hijo amado. No es posible que podamos suplicar a Dios en vano cuando se invoca el pacto sellado con la sangre, ordenado y seguro en todas las cosas. El cielo y la tierra pasarán, pero el poder de la sangre de Jesús no puede fracasar ante Dios. Habla cuandoestamos en silencio, y prevalece cuando somos derrotados. Cuando pide, pide mejores cosas que Abel, y su clamor es oído. Acerquémonos confiadamente, porque llevamos la promesa en nuestros corazones. Cuando nos sintamos alarmados por la soberanía de Dios, cantemos alegremente:

El evangelio mi espíritu levanta:

El Dios fiel e inmutable

pone el fundamento de mi esperanza

con juramento, promesas y con sangre.

Que Dios el Espíritu Santo nos ayude a usar en forma correcta de hoy en adelante «el trono de la gracia.» Amén.

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