por Ray C. Stedman
Los libros de Esdras, Ester y Nehemías abarcan el período histórico de la cautividad de Israel en Babilonia y el período inmediatamente posterior a su regreso a Jerusalén. A Jerusalén procedentes de Babilonia regresaron unos ciento cincuenta mil judíos, muchos, muchos menos que los que regresaron recientemente, algo que es algo tan maravilloso para nosotros en estos tiempos. El relato bíblico concede gran importancia a este retorno
En las escrituras hebreas, los libros de Esdras y de Nehemías forman un solo libro. Estoy convencido de que los acontecimientos de estos dos libros son acontecimientos paralelos, un punto de vista que se diferencia del punto de vista tradicional. La mayoría de los comentaristas de las Escrituras dicen que Nehemías siguió cronológicamente a Esdras, pero estoy convencido de que un estudio detallado de estos dos libros pondrá de manifiesto que los acontecimientos que se relatan en ellos sucedieron al mismo tiempo. Esdras se interesa en la reconstrucción del templo, mientras que Nehemías se interesa en la reconstrucción de la ciudad y las murallas de Jerusalén. El templo fue lo último que fue destruido cuando la nación fue llevada cautiva. Fue el último baluarte, si podemos expresarlo de ese modo, del Espíritu de Dios. Es el último lugar (y ya sabemos que el templo representa al espíritu) que se destruye cuando la persona deja de comunicarse con su Dios, pero es al mismo tiempo el primer lugar donde Dios comienza su obra de restauración y, por lo tanto, el libro de Esdras, que trata acerca de la restauración del templo, ocupa el primer lugar en las Escrituras. Fíjese en las palabras con las que empieza este libro:
«En el primer año de Ciro, rey de Persia, y para que se *****pliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, Jehová despertó el espíritu de Ciro, rey de Persia, quien hizo pregonar por todo su reino, oralmente y por escrito…»
Leamos ahora lo que dice en 2ª de Crónicas 36:22:
«En el primer año de Ciro, rey de Persia, y para que se *****pliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, Jehová despertó el espíritu de Ciro, rey de Persia, quien hizo pregonar por todo su reino, oralmente y por escrito…»
¡Dice exactamente lo mismo! El libro de Esdras empieza justo donde acaba el de Crónicas y por eso se cree que Esdras escribió ambos libros. Por ello, Esdras se convierte para nosotros en la imagen de la obra de Dios al restaurar el corazón que ha caído en pecado, ya que la restauración puede llevarse a cabo sobre una base personal. Puede ser sobre la base de la iglesia local o en relación con cualquiera de las grandes denominaciones que honran a Dios en nuestros días. Puede tener que ver con la obra de Dios en una nación, haciendo que regrese de su secularismo y materialismo a un verdadero conocimiento espiritual y fortaleza. En cualquier caso, siempre sigue el modelo que se nos presenta en el libro de Esdras. Esta es la imagen de cómo obra Dios cuando se dispone a restaurar el corazón que ha caído en pecado.
El libro se divide de una manera natural en conformidad con los ministerios de dos hombres: Zorobabel, en los capítulos 6 al 11 y Esdras de los capítulos 7 al 10. Ambos hombres guiaron a los cautivos de Babilonia de regreso a Jerusalén. Resulta interesante que Zorobabel fuese descendiente de David y que perteneciese a la línea real. Esdras, descendía de Aarón el sacerdote, y también es un sacerdote. Aquí se ve claramente descrita la necesidad tanto de la obra del rey como la del sacerdote para hacer posible la restauración. La labor del rey consiste en construir, en este caso, reconstruir y la del sacerdote en limpiar. Ambas cosas son esenciales para restaurar a una persona que ha caído en un estado de pecado.
La restauración en la vida individual implica reconstruir el control del Espíritu de Dios por medio de la obediencia a la realeza y al señorío de Jesucristo. Por lo tanto, representa su ministerio como rey en nuestras vidas. Significa el reconocimiento, de nuevo, del derecho que tiene Dios a ser nuestro dueño, a dirigirnos y a reemplazar los planes que hayamos hecho por los suyos, a cambiarnos y a tomar tanto decisiones insignificantes como de gran importancia en relación con nuestra vida, pero la restauración conlleva además la limpieza. El espíritu y el alma son limpiados por nuestro gran sumo sacerdote que, al confesar sinceramente el corazón humano su pecado, lavando y eliminando la culpabilidad, resolviendo el pasado y restaurándonos a fin de que podamos hallarnos en una situación de comunión y de bendición a sus ojos.
Ahora bien, el volver del pecado es siempre la obra de la gracia de Dios. En el primer versículo dice:
«Jehová despertó el espíritu de Ciro, rey de Persia…»
Y el versículo 5 dice:
«Entonces se levantaron los jefes de las casas paternas de Judá y de Benjamin, los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo espíritu Dios despertó para subir a edificar la casa de Jehová que está en Jerusalén.»
Dios toma siempre la iniciativa. Ninguna persona, después de haber pasado por una experiencia de pecado, regresaría jamás a Cristo a menos que Dios la trajese de regreso. Esto es algo claramente indicado en el caso de estos israelitas. Cuando fueron a Babilonia, se convirtieron en un pueblo diferente. El Dr. J. Vernon McGee ha señalado el hecho de que mientras estaban en Israel estaban encargados del cuidado de las ovejas y eran pastores, pero al marcharse a Babilonia no pudieron continuar guardando ovejas, de manera que se convirtieron en tenderos o comerciantes y tuvieron además mucho éxito en su empresa. De tal modo que la imagen estereotipada del judío es, en la actualidad, ampliamente conocida por todo el mundo y son los comerciantes de la tierra. En Babilonia comenzaron una cadena de tiendas, algo parecido a Sears o el Corte Inglés, así como otras grandes tiendas. Llegaron a ser tan prósperos, habiéndose sumido de tal forma en el materialismo, que no querían regresar a Jerusalén, a pesar de que aún seguían siendo esclavos y exilados de su propia tierra y muchos de ellos se negaron a regresar cuando Dios les abrió la puerta. Pero el Espíritu de Dios despertó el deseo de volver en algunos de ellos, haciendo que se sintieran insatisfechos con la prosperidad material. Las cosas no satisfacen nunca de por sí el anhelo profundo del espíritu humano. Cuando sentimos esa necesidad imperiosa, el Espíritu de Dios nos está moviendo para que regresemos y reconstruyamos aquellas cosas que se convierten en puntos fuertes espirituales.
El primer retorno tiene lugar bajo Zorobabel. Este gran descendiente real condujo a unas cincuenta mil personas de regreso desde Babilonia a Jerusalén. La historia de ese retorno la encontramos en los dos primeros capítulos. Cuando llegaron a Jerusalén, era el séptimo mes del año, justo a tiempo para celebrar la Fiesta de los Tabernáculos de los judíos. Esta Fiesta de los Tabernáculos (también conocida como la Fiesta de la Reunión) fue el tiempo en el que el pueblo de Israel vivió en cabañas para recordarles su naturaleza como peregrinos. Por cierto que, esta fiesta se celebra como anticipación de la reunión de Israel de la enorme dispersión a escala mundial, que tendrá lugar durante el milenio y es la fiesta en la que se mezclan las lágrimas de dolor al contemplar el pueblo cómo se vuelven a colocar de nuevo los cimientos del templo.
Lo primero que hicieron fue construir un altar justo en el mismo lugar donde estuvo el templo original, en medio de las ruinas. Erigieron bajo el cielo raso un altar a Dios y comenzaron a adorar y a ofrecer sacrificios, como les había mandado la ley de Moisés que lo hiciesen. Esto resulta altamente significativo porque el primer acto de un corazón que verdaderamente desea regresar, después de haber estado errante en la oscuridad de los caminos del mundo a la verdadera comunión con Dios, es erigir un altar, que es siempre el símbolo de la propiedad. Es al mismo tiempo el reconocimiento de que Dios es el único que tiene derecho a nosotros y el símbolo de nuestra relación personal con él. Por lo tanto, un altar implica casi de modo invariable, el sacrificio, la adoración y la alabanza, el sacrificio que representa reconocer la verdad. «…no sois vuestros, pues habéis sido comprados por precio. (1ª Cor. 6:19-20); la adoración que representa disfrutar una vez más de una relación que ha sido restaurada, cuando el corazón está recibiendo nuevamente el ministerio por parte de Aquel que puede suplir nuestras necesidades y la alabanza de un corazón lleno de gozo.
Recientemente un hombre me recordó una ocasión en la que pidió permiso en el trabajo para poder venir a hablar conmigo acerca de su vida de oración. Había traído consigo hojas de papel sobre las cuales había escrito las cosas acerca de las cuales había intentado orar. Tenía tres o cuatro hojas escritas. En aquella ocasión me había dicho: «Tengo bastante problema con esto. Me encuentro con que me cuesta trabajo acordarme de todas estas cosas y tengo que estar repasando estas listas. Es algo tan mecánico, tan vacío. Yo le sugerí: «Porque no te olvidas de todo esto y pasas tu tiempo, al menos durante unas cuantas sesiones de oración, solo alabando al Señor. Me dijo: «Me sentí muy enfadada porque había tenido que dejar mi trabajo para hablar con usted y todo cuanto usted me dijo fue: «¿por qué no pasas tiempo alabando al Señor? Quería que me diese usted un consejo sobre cómo organizar mi vida de oración y cómo hacer las cosas mejor, pero después de que se me pasase el enfado, lo intenté y me encontré con que funcionaba. Entonces experimenté una sensación de restauración, de haber recuperado mi comunión personal. Eso es lo que pretende Dios y por eso es por lo que el altar es algo muy importante en la obra de restauración.
Lo segundo que hicieron fue colocar los cimientos del templo. Se enfrentaron con la obra con sentimientos conflictivos, según se nos dice en el capítulo 3, versículos 11 a 13:
«Cantaban alabando y dando gracias a Jehová. Y decían: ¡porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel!, Todo el pueblo gritaba con gran júbilo, alabando a Jehová, porque eran colocados los cimientos de la casa de Jehová. Pero muchos de los sacerdotes, de los levitas, de los jefes de casas paternas y de los ancianos que habían visto el primer templo lloraban en alta voz cuando ante sus ojos eran puestos los cimientos de este templo, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y por causa del griterío, el pueblo no podía distinguir la voz de los gritos de alegría de la voz del llanto del pueblo; pues el pueblo gritaba con gran júbilo, y el bullicio se oía desde lejos.»
¿Se ha sentido usted alguna vez de ese modo? ¿Ha regresado usted alguna vez a Dios después de haber pasado un tiempo de frialdad y de haberse alejado de él, habiendo sido cautivo del poder del pecado, con una enorme sensación de gozo al volver el Espíritu a restablecer los cimientos de la comunión? ¿Pero al mismo tiempo lo hizo lamentando los años perdidos y derrochados? Esa es exactamente la imagen que se nos ofrece aquí. Las lágrimas de gozo se mezclaban con las del dolor al ver el pueblo cómo se volvían a colocar de nuevo los cimientos del templo. El tercer factor en este retorno, bajo Zorobabel, es la oposición que se produce de inmediato, como leemos entre los capítulos 4 al 6. Hay una fuerza que obra en todo corazón humano, de igual modo que sucede con los asuntos del mundo, que de inmediato surge y se opone a todo lo que Dios intenta realizar. Hay una fuerza en todas las personas que se resiste con enemistad y con odio a la obra del Espíritu de Dios. En este caso esta fuerza se pone de manifiesto de inmediato y nos hallamos ante una gran lección en cuanto a su manera de hacerlo. Al principio se manifiesta con una gran solicitud amigable. Se nos dice en el capítulo 4, 1-2:
«Cuando los enemigos de Judá y de Benjamin oyeron que los que habían venido de la cautividad edificaban un templo a Jehová Dios de Israel, se acercaron a Zorobabel y a los jefes de las casas paternas, y les dijeron: –Permitidnos edificar con vosotros; porque como vosotros, buscamos a vuestro Dios, y a él hemos ofrecido sacrificios desde los días de Esarjadón, rey de Asiria, que nos trajo aquí.»
Por cierto que este es el principio de los samaritanos, a los que se menciona con frecuencia en el Nuevo Testamento. Estos samaritanos, que adoraban al mismo Dios decían: «permitidnos edificar con vosotros. Nos gustaría participar en esta empresa. Estáis reconstruyendo el templo y eso es fantástico. Os ayudaríamos con gozo. Vienen con un deseo sincero, con el corazón abierto, dispuestos a ayudar y participar en el trabajo. Una solicitud la mar de sutil, ¿no es cierto? No resulta muy difícil decirle que no a un enemigo que nos amenaza de muerte atemorizándonos, pero cuando se presenta derritiéndose de amabilidad y ofreciéndose a ayudar en nuestros proyectos, resulta muy difícil decir que no. La única manera que podemos conseguirlo es si nuestro corazón está dispuesto a obedecer a la palabra de Dios, como lo estuvieron estas gentes, acerca de las cuales nos dice el versículo 3:
«Pero Zorobabel, Jesúa y los demás jefes de las casas paternas de Israel les dijeron: –No nos conviene edificar con vosotros una casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel, como nos lo mandó el rey Ciro, rey de Persia.»
Puede que sus palabras les sonasen un poco santurronas, pero no era un mero capricho lo que les hizo contestar de esa manera. Dios había mandado que Israel no debía tener comunión con otras naciones, ni participar con ellos en empresas relacionadas con la fe. ¿Qué significa esto? ¿Que estaba mal que una nación se mezclase con otra? No, esto es algo que se ha desvirtuado y distorsionado y se ha aplicado actualmente a situaciones en las que no tiene aplicación. Quiere decir sencillamente que Dios rechaza totalmente la filosofía del mundo al realizar su obra en este mundo porque existe una religión mundana. Existe una filosofía que intenta interponer conceptos mundanos, filosofías mundanas y métodos mundanos en las vidas del pueblo de Dios. Dios sencillamente ha dejado muy claro que debemos de rechazar estos conceptos. La filosofía con la que el mundo defiende sus actos y sus actitudes es totalmente contraria al Espíritu de Dios. El mundo es un reflejo del espíritu del demonio, que es el dios de este tiempo, mediante la filosofía: «promuévete a ti mismo, hazlo para tu propia gloria. Usa las costumbres religiosas para promocionar tus propósitos y para conseguir admiración, poder, fama o lo que pueda desear tu corazón. Usa la religión para conseguir tu propia satisfacción. Pero aquí Dios está rechazando este principio.
El mascara de amistad que se ofrece se convierte rápidamente en odio. Leemos en los versículos 4 y 5:
«Entonces el pueblo de la tierra desmoralizaba al pueblo de Judá y lo amedrentaba, para que no edificara. Contrataron consejeros contra ellos para frustrar su propósito durante todo el tiempo de Ciro rey de Persia…»
Y en los dos capítulos siguientes nos encontramos la historia del éxito que tuvieron a la hora de impedir la obra de la reconstrucción del templo. Intentando deliberadamente frustrar a este pueblo, se burlaron de ellos y les ridiculizaron, desanimando a Israel de llevar a cabo el trabajo que Dios les había mandado. Estos supuestos amigos se valieron incluso de medios legales para minar la autoridad de Israel y su derecho a construir. Esto es lo que sucede cada vez que alguien quiere ponerse de parte de Dios, como escribió Pablo a los gálatas: «porque la carne desea lo que es contrario al Espíritu. (Gal. 5:17) Esta es la imagen que tenemos aquí y dicho principio tuvo bastante éxito. Se detuvo el trabajo durante dieciséis años y el templo quedó a medio terminar, llenándose de maleza y hierbajos, por lo que cesó de nuevo la adoración.
Entonces envió a dos profetas, Hageo y Zacarías. Estos dos hombre eran los instrumentos de Dios para conmover los corazones del pueblo. El momento en que el pueblo se volvió a Dios, también se volvieron hacia él los corazones de los reyes, Dario y Artajerjes, por lo que emitieron un decreto para que comenzase de nuevo la obra del templo y finalmente se pudo acabar el trabajo. En el capítulo 6 leemos que lo primero que hicieron fue celebrar la Pascua, marcando el principio de su vida bajo la autoridad de Dios. De manera semejante, usted no podrá hacer que su conversión tenga sentido a menos que tenga comunión con el Dios vivo porque no tendrá usted nada que celebrar. No tendrá usted nada que agradecerle a Dios a menos que esté usted disfrutando la gloria y la luz celestiales en su corazón y solo cuando tenga usted comunión, se construirá el templo, a fin de que la Pascua pueda ser un motivo de gozo para usted.
La última parte del libro está relacionada con el ministerio de Esdras, que también guió el retorno a la tierra. Esdras fue un hombre extraordinario, un sacerdote perteneciente al linaje de Aarón. En el capítulo 7, versículo 6, se nos dice:
«Este Esdras, quien era escriba versado en la ley de Moisés, que Jehová Dios había dado, subió de Babilonia. El rey le concedió todo lo que pidió, pues la mano de Jehová su Dios estaba con él.»
¿No le gustaría a usted que escribieran eso acerca de usted: «el rey le concedió todo lo que pidió? ¿Qué clase de hombre era este, del que un rey gentil pagano tiene tan elevado concepto que está dispuesto a concederle a Esdras todo lo que quiera? El secreto del carácter de este hombre lo encontramos en el versículo 10:
«Porque Esdras había preparado su corazón para escudriñar la ley de Jehová y para *****plirla…»
Eso es algo maravilloso, ¿no es cierto? Puede que seamos estudiantes de la Biblia, pero ¿somos hacedores de ella?
«…para escudriñar la ley de Jehová y para *****plirla, a fin de enseñar a Israel los estatutos y los decretos.»
Como resultado de ello, Esdras pudo pedir al rey lo que fuese y este le habría de conceder lo que pidiese.
Ahora bien, este hombre era un hombre de la palabra y, por ello precisamente, Dios le envía a Jerusalén para fortalecer y embellecer el templo porque esa es la obra de la palabra de Dios en nuestras vidas. Fortalece y embellece el aspecto relacionado con la comunión que tenemos con Dios. Esdras fue a Jerusalén y se encontró con una situación increíble. En el capítulo 9 Esdras escribe:
«Acabadas estas cosas, se acercaron a mí los magistrados y dijeron: El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas no se han separado de los pueblos de las tierra en cuanto a las abominaciones de los cananeos, los heteos, los ferezeos, los jebuseos, los amonitas, los moabitas, los egipcios y los amorreos. Porque de las hijas de éstos han tomado mujeres para sí y para sus hijos, y han mezclado la simiente santa con la de los pueblos de la tierra. Y los magistrados y los oficiales han sido los primeros en incurrir en esta infidelidad.»
¿Qué significa esto? Estaban sencillamente exponiendo todo aquel desgraciado lío de nuevo, que había sido la causa de que la nación se hubiese debilitado. Eso fue lo que minó el poder de Dios entre ellos y finalmente fue la causa de que se dispersase el pueblo, dividiendo a las tribus y separándolas en dos naciones. Finalmente, por haber participado en aquellas costumbre idólatras, Dios les entregó en manos de sus captores. En aquellos momentos, después de setenta años, no habían aprendido nada. La carne nunca cambia. Por mucho tiempo que lleve usted andando en el Espíritu, no se encontrará usted nunca en la situación en la que no pueda volver a lo peor de sí mismo, si se aparta usted de la dependencia en el Espíritu de Dios y ellos habían vuelto a sus antiguas costumbres. Esdras nos dice en el versículo 3:
«Al oír esto, rasgué mi vestidura y mi manto, me arranqué los pelos de mi cabeza y de mi barba y me senté consternado….hasta el sacrificio de la tarde.»
Fue increíble.
Al acercarse el libro a su fin, Esdras ora a Dios y confiesa este gran pecado, pero Dios, en su gracia, entra en los corazones del pueblo. Los dirigentes vienen a ver a Esdras, sintiéndose contritos, y reconocen el mal que han hecho. Se emite una proclamación y el pueblo se reúne. Sucede en un día lluvioso, pero a pesar de la lluvia, el pueblo permanece, miles de ellos, delante del templo y confiesan su culpa, admitiendo haber desobedecido a Dios, y acuerdan dejar a las mujeres y a los hijos que habían tenido aparte de la voluntad de Dios.
No cabe duda que hacerlo debió ser algo que les causaría un gran sufrimiento, ¿verdad? No era nada sencillo y es lo que quiso decir Jesús con las palabras: «Si alguien viene a mi y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y aún su propia vida, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:26) Nuestra relación con Dios es antes que ninguna otra, pero eso no quiere decir actualmente que el hombre tenga que abandonar a su mujer, ya que se trata de una enseñanza simbólica. Lo que quiere decir es que hemos de dejar a un lado todo aquello que tenga su origen en la carne, cuya imagen son siempre las tribus de cananeos de la tierra, pero nosotros estamos encariñados con la carne ¿no es cierto? Nos gusta sentirnos enfurecidos y resentidos con otras personas. Nos encanta guardar rencor, tener sentimientos de amargura o tener un espíritu incapaz de perdonar, que consume nuestros corazones, en contra de alguien. ¡Nos encanta! ¡No queremos renunciar a eso! Pero estas cosas pueden producir enfermedades físicas en nosotros. Tal vez más del cincuenta por ciento de las dolencias físicas y nerviosas que padecemos sean debidas a actitudes equivocadas, pero cuando alguien nos lo hace ver, preferimos seguir teniendo el problema que cambiar de espíritu o de actitud. Es difícil, ¿no es cierto? Fue muy difícil para los israelitas abandonar a sus mujeres y a sus hijos, pero se dieron cuenta de que la única manera que podrían recuperar su comunión con el Dios vivo y de hallar el poder de Dios manifestado de nuevo entre ellos, era obedecer a su palabra. Jesús dijo, «Por tanto si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti…y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala y échala de ti. (Mat. 5:29, 30) Sea usted implacable con estas cosas, deshágase de ellas.
Oración
Padre, te doy gracias una vez más por esta visión de tu palabra. Concédenos que tengamos corazones obedientes, que andemos de modo que te hagamos sentirte complacidos con nosotros y para que el templo interior de nuestra alma, nuestro espíritu, sea rico y radiante gracias a tu fragancia y tu presencia. En el nombre de Cristo, amen.