“Estad quietos y conoced que Yo soy Dios”

Salmo 46:10, Que difícil es estar quieto. Que difícil es esperar. Ante la vorágine de este mundo agitado en que vivimos, ante las demandas que a diario se nos hacen, ante los compromisos en que nos envolvemos, ante las miles de situaciones que se nos presentan que alteran nuestro vivir, nuestra salud, y nuestro tiempo, la quietud se hace casi imposible. Y digo casi, porque está en nosotros mismos el buscar el espacio para tener unos momentos de quietud y poder pensar, meditar, enderezar los pensamientos y las decisions que debemos tomar.

Las consecuencias de la falta de quietud, para dar espacio para encontrarnos a nosotros mismos y reconocer que no es nuestra fuerza la que hace girar nuestra vida; nos trae problemas, decepciones, frustraciones, inquietud en el alma, y pérdida de nuestra salud.

Pero como los seres humanos creemos que todo lo podemos, que no necesitamos ayuda de nadie; seguimos adelante sin mayors consideraciones, creyendo que siempre vamos a tener las mismas fuerzas, el mismo empuje y la misma salud.

¡Cuan equivocados estamos!

Porque aún cuando la juventud puede darnos esas fuerzas para enfrentar la vida, hay una fuerza mucho más potente que la fuerza de la juventud que es la que nos lleva de triunfo en triunfo aún en medio de la adversidad.

Y esa es la fuerza que se obtiene en la quietud, en el descanso, en el reposo, en la confianza en el Dios que nos creó, que nos salvó, que nos da la vida, que nos enseña el camino y que va junto a nosotros para tomarnos de la mano o cogernos en sus brazos cuando el camino se hace tortuoso y peligroso.

Esa quietud nos enseña a conocer a Dios

Porque conocer a Dios es mucho más que oir de El o que saber historias de la Biblia. Primeramente tenemos que estar confiados en que El nos conoce, que conoce nuestros corazones, nuestras costumbres, nuestro quehacer diario. Cuando internalizamos esa verdad podemos entonces aquietarnos para conocerle a El, para saber cuál debe ser nuestro caminar, nuestro andar por la vida. Para no andar como los que no tienen esperanza, para no caminar solos expuestos a caer en las tentaciones del maligno.

Cuando tenemos la certeza de que Dios nos conoce; podemos entonces oir Su voz cuando nos llama, podemos sentir el amor con que nos ama, un amor que excede a todo conocimiento, podemos entender Su dádiva de vida eternal en Cristo y conocer que por gracia se hizo pobre, siendo rico, para que con Su pobreza fuéramos nosotros enriquecidos.

Oyendo, sintiendo, entendiendo y conociendo; podemos entonces examinar nuestra vida y descubrir si estamos vestidos con la coraza de fe y de amor y con la esperanza de salvación como yelmo. Una fe que no esté fundada en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.

Una FE que traiga paz con Dios, una fe que añada virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad y afecto fraternal.

Un AMOR que sea sin fingimiento, aborreciendo lo malo y siguiendo lo bueno. Un amor que nazca del corazón, un amor que nos una, un amor sin temor. Porque el que conoce y cree en este amor conoce a Dios, permanence en Dios y Dios en él.

Y una ESPERANZA de salvación, guardada para los que creen y aman a Cristo, porque El es nuestra esperanza de Gloria. Una esperanza que no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por su Espíritu Santo ya que por medio de Cristo Su Hijo el Padre nos ha reconciliado con El.

Si de este examen descubrimos que esta vestidura de fe, de amor, y esperanza de salvación sigue vigente en nosotros; entonces vamos a avivarlas, a compartirlas, a esforzarnos cada día más y a nunca avergonzarnos de ellas…

No esperemos los momentos difíciles para “estar quietos y conocer que el Señor es nuestro Dios” Porque es en esos momentos que con más intensidad tenemos que tener la certeza y la seguridad de que El reina en nuestra vida. Para que no nos entristezcamos como los que no tienen esperanza, par que no temamos como los que no tienen amor y para que no dudemos como los que no tienen fe.

Por el contrario, que sea en los momentos difíciles que se afianze nuestra fe, se crezca el amor y tengamos un fuerte consuelo en la esperanza de salvación que nuestro Señor nos ha dado.

Miremos con diligencia como andamos… seamos sabios. Aprovechemos bien el tiempo, tengamos momentos de quietud, y conozcamos ese Dios maravilloso que se preocupa y se ocupa de nosotros. Andemos siempre en su fe, en su amor, y en la esperanza de salvación, pues son ellos los que nos capacitan para alabarle y darle gracias por todo y en todo.
Así nos ayude Dios.

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