Ha Nacido el Rey Jesús

Ha nacido el Rey
Pastor Tony Hancock

Cuando se habla de un rey, ¿en qué pensamos? ¿En Burger King, con su figura ridícula del «king» o rey? ¿En los reyes de los países europeos, que mayormente sirven de adorno? No tienen ningún poder real en la política de sus países; más que nada ejercen una función ceremonial. O quizás te acuerdas del león, el rey de la selva.

En nuestros países democráticos, nos hemos acostumbrado a la idea de que nadie reina sobre nosotros. Escogemos a nuestros propios líderes mediante las elecciones, como se nos enseña en nuestras clases de cívica. El concepto de un rey parece algo anticuado, de otra era muy diferente a la nuestra.

La democracia, con todas sus imperfecciones, es un buen sistema de gobierno. Sin embargo, la Biblia nos enseña que necesitamos un Rey. A ti te falta un Rey en tu vida. No me refiero a un rey político, que reemplace al presidente del país. Nos hace falta otra clase de Rey. De esto se trata la Navidad, porque el Bebé que nació y fue acostado en un pesebre no es sólo el Salvador, sino que es también el Rey.

Acompáñame en esta mañana para ver lo que dice la Biblia al respecto. Comenzamos en un pasaje conocido, Mateo 2:1-12:
2:1 Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos,
2:2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.
2:3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.
2:4 Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo.
2:5 Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta:2:6 Y tú, Belén, de la tierra de Judá, No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; Porque de ti saldrá un guiador, Que apacentará a mi pueblo Israel.
2:7 Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella;
2:8 y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.
2:9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño.
2:10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.
2:11 Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
2:12 Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

Los sabios que llegaron a Jerusalén habían visto una estrella, que en su sistema de interpretación de los cielos indicaba el nacimiento de un rey para el pueblo de Israel. Por lo tanto, decidieron ir a buscarlo. El lugar más lógico para encontrarlo era en la ciudad capital de su reino, así que llegaron a Jerusalén para ver a este Niño.

Ellos se expresan de una forma muy interesante. No preguntan por el príncipe que ha nacido, o por el que será Rey de los judíos. Más bien, preguntan por el que ha nacido Rey.

En otras palabras, desde su nacimiento este Niño ya era Rey. No es que algún día llegaría a ser Rey, cuando su padre muriera – como lo que sucede con la mayoría de los reyes.

Más bien, desde nacer, ya era Rey. ¿Para qué nace un Rey? Lógicamente, para reinar. Pero, ¿para qué necesitamos un Rey? Para ver el por qué, regresemos a un periodo en la historia del pueblo de Israel. De este tiempo, conocemos algunas historias: sabemos de Sansón, por ejemplo, con su larga melena de cabello. También hemos oído de Gedeón, que derroto a un ejército de miles con sólo trescientos hombres y unas trompetas.

Me refiero al tiempo de los jueces. Después de conquistar la tierra prometida bajo el liderazgo de Josué, los israelitas abandonaron a Dios y cayeron en una terrible rutina. Lo que hacían era dejar a Dios y adorar a los dioses paganos de sus vecinos – los ídolos. Cuando ellos hacían esto, Dios los castigaba, entregándolos en manos de otras naciones.

Estas otras naciones venían y los conquistaban, matando a algunos y obligando a los demás a pagar enormes tributos o servir de esclavos. Cuando esto sucedía, los israelitas se acordaban de Dios. Clamaban a El, y entonces El levantaba a un juez, que los guiaba para derrotar a sus enemigos.

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