Si preguntáramos al hombre en la calle: ¿Hay un infierno?, ciertamente nos diría, “¡No, Señor, eso es un cuento de mal gusto!” Por lo menos un 70 % de la población humana no cree en la existencia de un infierno. Muchos otros no sabrán que decir. Ahora bien, hay muchas personas que piensan que pueden probarnos con la Biblia que “lo del infierno” es un mito. Desde luego, sobre este particular hay posibilidades de discusión.
UNA ENSEÑANZA FALSA MUY PELIGROSA
Vamos a iniciar nuestro estudio de investigación bíblica con una cita muy breve. La encontramos en 2 Timoteo 2.16-18: “Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos.”
Estas palabras escribió el apóstol Pablo. Se ve que para él no era igual lo que se enseñaba, sino que insistió en la enseñanza de la verdad bíblica. Resulta que la cuestión de la resurrección y del infierno son, en cierto modo, combinables y no separables. Representan el fundamento de la fe y doctrina cristianas. El que niega la vida después de la tumba, fácilmente, también puede negar el infierno como lugar de castigo.
Si no hubiera infierno, ¿dónde quedaría el castigo del pecado? ¿No sería un término vacío? Toda la vida de sufrimiento y la muerte misma de Cristo carecerían de valor. ¿Que significarían las palabras de Pedro que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4.12). ¿Para qué necesitaríamos “la salvación”, si no hubiera el peligro de “la desgracia”? Si no hay infierno, y si el hombre no puede llegar a tener tal desdicha, ¿para qué es la salvación?
Es preciso que se predique a una congregación “todo el consejo de Dios” (Hechos 20.27). Y todo “el consejo” incluye también la doctrina del infierno.
¿POR QUE HAY MUCHOS QUE DICEN QUE “NO HAY INFIERNO”?
Cuando leemos libros escritos por hombres, encontramos a veces “una sana argumentación” para negar lo que la Biblia afirma. Con muchas artimañas de letrados saben utilizar abundante “material bíblico” para llegar a su destino de interpretación errónea. Por ejemplo, un argumento que casi está ya gastado por el uso es “que Dios no es tan malo como para echar a los hombres al infierno.”
Jesús siempre ha enseñado que habrá un lugar terrible (el infierno) para aquellos que no obedecen (Marcos 9.43-45; Mateo 25.31). De repente el Señor Jesús no ha comprendido bien como se podría interrelacionar “el amor de Dios” con “un pensamiento tan abstracto”. Sin embargo, resulta que Cristo sí sabía muy bien de lo que hablaba. Pero, ¿lo saben algunos hombres? Es interesantísimo anotar que la doctrina del infierno también fue pregonada por el autor del amor (1 Juan 4.9). Y es fácil el entenderlo, pues el amor de Dios es para los que quieren amarle a El y obedecerlo, pero la ira y el castigo de Dios es para los contumaces, rebeldes y espíritus contradictorios que aman más la mentira y el fácil vivir que la justicia de Dios.
He aquí las palabras divinas traídas a nosotros por el apóstol Pablo, que nos dan una idea de lo que ocurrirá con los que se oponen a Dios. Escuchémosle: “¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras; vida eterna a los que perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia” (Romanos 2,3-8).
Sólo queda decir que no sólo Dios puede hacer lo que quiere. El hombre puede hacer lo mismo. “El que quiera, tome del agua de la vida” (Apocalipsis 22.17).
Es probable que los tormentos del infierno nos sean incomprensibles. Pero tal pensamiento no justifica el dudar de la justicia divina. Además, el que se escandalizare por la existencia del infierno y renegare del Altísimo parece que ha olvidado quién y qué es, y lo que Dios es.
Jesús decía una vez: “…mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado” (Marcos 9.43). Con este versículo podríamos llegar a terminar la pregunta en cuanto al infierno. Nosotros creemos en las palabras de Cristo. Pero hay algunos que lo tuercen todo para su propia condenación.
Si queremos saber lo que la Escritura nos quiere decir respecto al infierno, es preciso ocuparnos primero con tres términos griegos: “Abysos”, “hadeas” y “gehenna”. “Abysos” significa “la profundidad”. En las mejores traducciones se le traduce con “abismo”, “infierno” y “profundidad” (Lucas 8.31; Romanos 10.7; Apocalipsis 9.1). Estos textos bíblicos nos muestran cuán terrible es este lugar, habitado por los demonios (Lucas 8.30,31). De ahí vienen la bestia y el anticristo (Apocalipsis 9.11; 11.7).
“Hadeas” o “hades” significa algo así como “lugar de muertos”. Lo encontramos en Mateo 11.23; 16.18; Lucas 10.15; Hechos 2.27, etc.
Este término muestra el lugar de permanencia de los muertos; un lugar al cual llegarán todos los hombres. Se considera “hades” en este contexto, como contraparte del cielo. Se levanta uno al cielo, pero se baja al hades. (Compare Mateo 11.23; Lucas 10.15). Cuando se produzca la resurrección, el hades tendrá que entregar sus muertos (Apocalipsis 20.13). Jesús resucitó, y quitó el poder de la muerte y del diablo (Hebreos 2.14).
Todos los muertos se encuentran en este tiempo en el hades (Lucas 16.23,26), pero se trata sólo de un lugar transitorio; pues al fin de los tiempos, irán a su lugar definitivo.
La palabra griega que define el infierno es “gehenna”. “Gehenna” es aquel lugar que permanecerá para siempre después del juicio. Cuando Jesús se refirió a ese lugar tenebroso, lo hizo para que los hombres aprendiesen a temer a Dios por lo terrible y eterno del castigo. Los hombres pueden matar el cuerpo, dice Cristo, pero no tienen el poder para matar al alma y echarla al gehenna.
En consecuencia, hemos de distinguir entre “hades”, donde permanecen las almas hasta el día del juicio y “gehenna”. Considerando todo el mensaje bíblico, nos damos cuenta que todo lo que se opone a Dios y no le obedece, será echado al “gehenna”, es decir, Satán, los demonios, la bestia del abismo, el falso profeta, la muerte, etc. (Mateo 25.41; Apocalipsis 19.10;20.14).
Por lo tanto, debemos reconocer que sí existe tan terrible lugar de castigo, o si así quiere, que lo habrá. Es cierto que debemos predicar el evangelio con amor. Pero precisamente este amor divino requiere prevenir con la verdad a todo hombre. Hemos de predicar lo uno sin omitir lo otro. Para aquellos que han recibido la verdad salvadora de Cristo, no debe haber temor, pues el conocimiento de esa verdad los tiene en el camino correcto. Además, el ser humano es un agente libre para elegir dónde quiere pasar la eternidad: con Dios o con el adversario, el diablo, en el infierno. Este mensaje es tan claro como cualquier otro tema de la Biblia. Debemos escuchar lo que Dios dice en su libro y rechazar las doctrinas falsas de los hombres que no tienen ninguna fe.
– Hans J. Dederscheck
La Voz Eterna, Noviembre 1981