«Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mi» (Juan14:6).
Decía frecuentemente un anciano hombre de Dios que cuando Él tiene en su mano las más grandes misericordias para nosotros, entonces es cuando la mayoría de nosotros estamos pecando contra Él, lo que hace aún más glorioso su amor para con nosotros.
En las palabras que hemos leído encontramos un ejemplo de ello. Nunca antes del corazón de Jesús fluyó su soberano amor con mayor ternura que cuando dijo «no se turbe vuestro corazón».
Los discípulos estaban turbados por muchas cosas. Él les había dicho que iba a dejarlos, que partiría de ellos; les había dicho también que uno de ellos le traicionarla, que otro le negaría, que ellos todos aquella misma noche se ofenderían por causa de Él. Y quizá pensaban que los abandonaba airado -contra ellos. Pero fuese cual fuese la causa de su turbación, el corazón de Jesús era como un vaso lleno de amor a rebosar, y sus palabras fueron las gotas que de su amor se derramaban: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí».
Seguramente que nunca antes fueron pronunciadas’ palabras de ternura tan íntima en este frío mundo; ¡oh! entonces, pensad ¡cuán fría, cuán oscura, cuán tajante es la pregunta con que Tomás interrumpe el celestial discurso! «Dícele Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?» Y ved entonces, como contraste, con cuánta condescendencia habla Jesús a sus corazones fríos y embotados.
Con cuánto amor empieza Jesús la explicación del alfabeto de la salvación. No sólo da las respuestas a Tomás, sino mucho más que las respuestas, concediendo así a su discípulo mucho más de lo que él pedía o pensaba. Él inquiría acerca del camino y del lugar a que iba Jesús, pero Éste le contesta: «Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí». Examinando esta respuesta, por tanto, como una descripción completa de la salvación del Evangelio, entremos en el estudio de sus diferentes partes.
I. Cristo es el camino
«Yo soy el camino; nadie viene… y así sigue. Toda la Biblia da testimonio de que ninguno de nosotros puede llegar al Padre. Estamos por naturaleza llenos de pecado y Dios es, por naturaleza, infinitamente santo, es decir, huye del pecado. Del mismo modo que la planta sensitiva, por su propia naturaleza, huye del contacto de toda mano humana, así Dios, dada su naturaleza, se aparta del toque del pecado. Está eternamente separado de los pecadores, es demasiado puro de ojos para soportar la iniquidad.
1. Esto fue enseñado a Adán y a los patriarcas de una forma muy impresiva. Mientras Adán anduvo santamente, Dios habitó en él y andaba con él y con él mantenía una perfecta comunión.
Cuando Adán cayó, «Dios echó fuera al hombre y puso al oriente del huerto del Edén querubines y una espada encendida que se revolvía a todos lados para guardar el camino del árbol de la vida». Aquella espada ardiente entre los querubines era un símbolo perfecto de Dios, de su justo odio hacia el pecado. En la zarza, Dios se apareció a Moisés como «fuego consumidor»; en el templo se aparecía entre los querubines rodeado de la gloria de la Shequina. En el Edén se manifestó entre los querubines como una espada encendida mostrando así su perfecto odio hacia el pecado.
Yo quiero haceros notar que esta espada encendida «se revolvía a todos lados” para guardar el camino del árbol de la vida. Si la espada no se hubiese «revuelto a todos lados” si hubiese dejado alguna senda sin guardar, entonces Adán podría haber pasado por ella trazando así su propio camino hacia el árbol de la vida. Pero no; no pudo intentarlo por ninguna vereda. No le era posible aunque fuese secreta o estrecha, aunque fuese escarpada y difícil, aunque tratase de zafarse silenciosamente.
Con todo, el dardo ardiente hubiese dado con él; parecía decirle: «¿Cómo puede el hombre justificarse con Dios? porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará». Bien podía Adán sentarse entristecido por la inútil búsqueda de la senda de la vida.
Al hombre, por naturaleza, no le es posible llegar al Padre. Pero Cristo dijo: «Yo soy el el Camino». Como dice el salmo 16, la senda de la vida había de sernos mostrada. Nadie pudo encontrarla, pero ahora podemos decir a Jesús: «Me mostrarás la senda de la vida; hartura de alegrías hay con tu rostro, deleites en tu diestra para siempre».
Jesús se compadeció de los pobres hijos de Adán viéndoles batallar inútilmente en busca del camino que los llevase al paraíso de Dios y dejó el seno del Padre para poder abrirnos un camino hacia el Padre. ¿Y cómo lo hizo? ¿burlando la vigilancia de la espada encendida? No, porque ella «se revolvía a todos lados». ¿Lo hizo ejercitando su autoridad divina y ordenando al dardo ardiente que permaneciese inmóvil para franquearle el paso? No, porque con ello hubiera deshonrado la ley de su Padre, en vez de magnificarla.
Por eso vino Él a hacerse hombre, para ocupar nuestro lugar; se hizo hombre para ser considerado pecado, con objeto de que Dios cargase en Él la iniquidad de todos nosotros. En representación de todos nosotros avanzó para que aquella terrible espada cayese sobre Él recordando la palabra del profeta que dice: «Levántate, oh espada, sobre el pastor y sobre el compañero mío, dice Jehová de los ejércitos».
Ahora, desde que la afilada espada ha sido hundida en el costado del Redentor, los más viles de los pecadores, quienes quiera que seáis, como quiera que seáis, podéis pasar por encima de su cuerpo sufriente, podéis hallar acceso al paraíso de Dios, podéis comer del árbol de la vida y Vivir eternamente. Venid, pues, prestamente, sin dudar, porque Él ha dicho: «Yo soy el camino».
2. El mismo hecho –que el hombre por naturaleza no tiene acceso al Padre fue enseñado de forma también muy impresiva tanto a Moisés como al pueblo.
Cuando Dios condescendió a habitar entre los hi»s de Israel, habitó en el lugar santísimo, el lugar del templo judío colocado en la parte más interior de sus atrios. Allí la señal visible de su presencia descansaba entre los querubines, siéndonos descrita, por un lado, como una luz inaccesible y llena de gloria, y por otro, como una nube que llenaba el templo.
Pero este lugar, el más íntimo, el santísimo (o, como se le llama en los Salmos, el lugar secreto), estaba separado del lugar santo por una cortina, por un grueso velo. No se permitía a ningún hombre trasponerlo (pues si lo hacia moría al instante), excepto el Sumo Sacerdote, que lo hacía con la sangre de los sacrificios una vez cada año.
No podía expresarse de forma más gráfica ni más sencilla que el camino al lugar santísimo no estaba manifiesto, que ningún hombre pecador tenía posibilidad de entrar a la presencia de Dios.
Pero Jesús dice: «Yo soy el camino». Apesadumbraba a Jesús que el acceso al lugar santísimo nos estuviese cerrado, que nos fuese imposible llegar, por tanto, a la presencia de Dios, porque Él sabia por experiencia que en la presencia de Dios hay «hartura de alegrías” en otras palabras, hay plenitud de gozo. Consideremos ahora cómo abrió el camino. ¿Descorrió a un lado el velo para que fácilmente pudiéramos introducirnos a la presencia de Dios? No; sino que Él se ofreció a Sí mismo en ofrenda para satisfacer la justicia divina y reconciliarnos con Dios. Jesús dijo: «Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo». Consumado es: la maldición del pecado se ha llevado a cabo, las demandas de la ley han sido satisfechas, el camino ha quedado abierto, el velo se ha rasgado de arriba abajo. No queda ningún vestigio de aquel velo rasgado que nos intercepte el paso.
El más culpable y vil pecador de todos vosotros tiene ahora libertad para entrar a través del velo desgarrado, permanecer bajo la faz de la luz de Dios, habitar en lo secreto de su tabernáculo, contemplar su belleza e inquirir en su santo templo.
Ahora, amigos míos, os pregunto: ¿Es por este camino que vosotros os acercáis al Padre? Cristo dice: «Yo soy el camino, nadie viene al Padre sino por mí».- Por tanto, si vosotros queréis todavía trazaros vuestro propio camino, bien sea un camino de lágrimas, o de penitencias, o de propósitos de enmienda, o el de la esperanza de, que Dios no os tratará tan rigurosamente; si vosotros no queréis parar atención a las amonestaciones de Dios, encontraréis en el día del juicio aquella espada ardiente volviéndose a todos los lados y habréis de ser dejados, reservados para aquel fuego consumidor.
Pero, ¡oh!, si hay algún alma que no encuentra paz en sus caminos de justicia propia, al hay alguno de vosotros que a sí mismo se descubre perdido, he aquí que Cristo dice: «Yo soy el camino” como también en otro lugar dice:—Yo soy la puerta».
Es un camino abierto y libre, es el camino para los pecadores; ¿por qué aguardar un momento más? Tiempo ha habido en que existía una pared divisoria entre vosotros y Dios, pero Cristo la ha derribado; hubo un tiempo cuando Dios estaba airado con justa ira contra vosotros, pero su santo enojo se ha apartado gracias a este bendito camino. Dios ciertamente ha tomado contentamiento en Cristo.
II. Cristo es la Verdad.
La Biblia entera, y también la experiencia, nos da testimonio de que por naturaleza desconocemos la verdad. Desde luego, es cierto que hay muchas verdades que el hombre no convertido conoce. Está capacitado para conocer las verdades de las matemáticas y de la aritmética; puede conocer muchas de las verdades comunes de la vida diaria, pero, por el contrario,, no puede decirse que un hombre inconverso conozca la verdad, porque Cristo es la Verdad.
Cristo puede ser llamado la llave del arca de la verdad. Quitad la llave de un arca, y todo lo que hay en el interior de la misma tendrá el mismo valor que -un montón de ruinas. Pueden estar dentro 1as mismas piedras preciosas, pero están todas revueltas y mezcladas, sin orden, sin fin. Del mismo modo eliminad a Cristo y toda el arca de la verdad viene a carecer de valor.
Son las mismas verdades las que permanecen allí, pero caídas, sin coherencia, sin orden… Cristo puede ser llamado el sol del sistema de la Verdad. Quitad el sol de nuestro sistema solar y todos sus planetas se verán sumidos en la confusión. Habría los mismos planetas, pero las leyes y fuerzas que los rigen los harían chocar entre sí y los llevarían de aquí para allí en un desorden sin fin. Así, si quitáis a Cristo, todo el sistema de la Verdad entraría en confusión.
Las mismas verdades estarían en la mente, pero en conflicto y choque, llenas de inexplicables misterios, porque «el camino de los impíos es como la oscuridad: no saben en qué tropiezan». En cambio, si permitimos que Cristo sea revelado a un alma no convertida -no por medio de la palabra de un hombre que le hable de Cristo, sino por la revelación directa del mismo Espíritu de Dios– veréis qué cambio se produce. Colocad la llave en el arca de la Verdad, restaurad el sol nuevamente al centro de su sistema: toda la Verdad viene a quedar ordenada y útil en la mente y en el corazón.
Cuando esto es así, el alma conoce la verdad respecto de lo que es en sí misma. Así, ¿el Hijo de Dios dejó realmente el seno del Padre para sufrir su ira sobre sí, ira que debía sufrir yo? En tal caso -dice el alma- yo debía de estar en una horrenda condenación. ¿El Señor Jesús vino a ser un siervo para que pudiese obedecer la ley de Dios en lugar- de los pecadores? En tal caso no debe de haber ninguna justicia en mí mismo, sino que realmente soy un hijo de desobediencia. Así piensa el alma.
Además, conociendo a Cristo, tal alma conoce la verdad en relación con Dios mismo. ¿Así que voluntariamente Y sin que nadie se lo pidiese, Dios entregó a la muerte a su Hijo por todos nosotros? Siendo as!, si yo creo en Jesús, no hay para mí ninguna condenación: Dios es mi Padre Y ciertamente Dios es amor. He aquí los razonamientos del alma.
¿Habéis visto, queridos amigos, a Cristo? ¿Os ha sido revelado a vosotros, no por carne ni sangre, sino por espíritu como la Verdad? Entonces, vosotros sabéis cuán cierto es que Jesús es «Alfa y Omega” principio y fin de toda sabiduría. En cambio, si vosotros no habéis visto a Cristo, no sabéis nada como debierais saber, todo vuestro conocimiento es como un arca sin llave, como un sistema sin sol.
¿Qué bien os reportará en el infierno que hayáis conocido todas las ciencias del mundo, todos los acontecimientos de la historia y todos los negocios y asuntos de la política de los breves días de vuestra estancia en la tierra? ¿No sabéis que vuestro mismo conocimiento se os tornará en instrumento de tortura allí? i Oh, cómo desearéis aquel día haber leído menos los periódicos y más la Biblia que teníais arrinconada, con objeto de que, por ella, hubieseis conocido al Salvador, a quien conocerle es vida eterna!
III. Cristo es la vida
Toda la Biblia declara que por naturaleza todos nosotros estamos muertos en delitos y pecados y que tal muerte no es una muerte en la que estamos completamente inactivos, sino que en ella andamos de acuerdo con la maldición de este mundo, de acuerdo con el príncipe y las potestades malignas de los ángeles caídos.
Esta verdad se nos enseña plenamente en la visión que tuvo el profeta Ezequiel «cuando fue llevado del Espíritu y colocado en medio de un campo lleno de huesos secos; y como él pasó cerca de ellos por todo alrededor, he aquí que eran muchos sobre la haz del campo y por cierto secos en gran manera».
Justamente así es la visión que cada hijo de Dios tiene del mundo. Los huesos secos son «muchos y secos en gran manera» y hace la misma pregunta que Dios hizo a Ezequiel: «¿Vivirán estos huesos?» Oh, sí, amigos míos, ¿y no os enseña la experiencia esta misma verdad? Ciertamente los muertos no pueden saber que están muertos; solamente en el caso de que el Señor toque vuestro corazón podréis daros cuenta de ello. Estamos predicando a huesos secos. Éste es el método de Dios; en tanto les predicamos, el aliento de Dios sopla sobre ellos. Mirad, por tanto vuestra vida pasada. Considerad cómo habéis andado, conforme a la condición de este mundo.
Siempre habéis sido como el hombre que nada a favor de la corriente; nunca habéis nadado contra la corriente., Mirad a vuestro propio corazón y veréis cómo os habéis rebelado contra todos los mandamientos. Habéis sentido que el día del Señor, si lo habíais del guardar conforme a la voluntad de Dios santificándolo, os era una carga, en lugar de seros una delicia y un honor.
Si habéis intentado guardar los mandamientos de Dios, si habéis decidido que en todo momento vuestros ojos miren solamente lo puro, vuestros deseos siempre sean justos, vuestra lengua no haya tenido palabras de enojo, o de engaño, o de amargura; si habéis procurado eliminar de vuestro corazón la malicia y la envidia, si todo esto lo habéis intentado -y sé que la mayoría de los inconversos lo han probado-, si lo habéis intentado, ¿no lo habéis hallado completamente
imposible? Era tan difícil como levantarse de los muertos. ¿No os causó la sensación de que estabais librando una batalla contra vosotros mismos, contra lo que es muy innato y está muy arraigado en vuestra propia naturaleza? ¡Oh, cuán cierto es que vosotros estáis muertos, que no habéis nacido de nuevo todavía! «No os maravilléis de que os diga, os es necesario nacer otra vez». Debéis uniros a Cristo porque Cristo es la vida.
Suponed que fuese posible que algún miembro arrancado de su cuerpo, y muerto, como es natural, pudiese ser adherido nuevamente a su cuerpo vivo de forma tan completa que todas las venas pudiesen recibir la corriente el flujo de sangre viva; suponed que los huesos fuesen unidos a los huesos, los nervios a los nervios, ¿os extrañaría ver que aquel miembro que había estado muerto cobrara nueva vida? Antes estaba inerte, sin vida, inmóvil, lleno de corrupción; ahora estaría lleno de vitalidad, de movimiento, de calor.
Sería un miembro vivo en virtud de su unión a un cuerpo Heno de vida. Suponed, por otro lado, que fuese posible que una rama desgajada fuese injertada a un árbol de forma también tan total que todos los canales de la rama recibiesen la corriente de la savia. ¿No contemplaríais el milagro de que aquella rama, antes muerta, se convertía en una rama viva? Antes estaba seca, sin fruto; ahora estaría llena de savia, de vida y de vigor. Ahora sería una rama viva porque se habría unido a un árbol que sería su vida.
Bien, pues justamente así sucede con él creyente cuando se une a Cristo, ya que éste es la vida y de Él la recibe cada alma. El que está unido al Señor tiene su Espíritu. ¿Es tu alma como un miembro muerto, frío, inerte y lleno de corrupción? Acude a Cristo, únete a Él por la fe y serás con Él un espíritu, recibirás su calor, su vigor y la plenitud de su actividad para el servicio de Dios.
¿Es tu alma como una rama desgajada, seca, sin fruto, que ofrece solamente hojas? Acércate a Cristo, únete a 21 y tendrás su Espíritu. Te darás cuenta entonces de que ciertamente Cristo es la vida, que tu vida está escondida con Cristo en Dios, dirás entonces ‘!No vivo yo, mas vive Cristo en mí y la vida que ahora vivo en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se dio a sí mismo por mí».
Recordad entonces, mis amigos no creyentes, que el único modo de que vengáis a ser santos es que os unáis a Cristo. Y vosotros, amigos creyentes, recordad que si vivís de forma poco sólida en la santidad, se debe a vuestra poco vigorosa unión con Cristo. «Estad en Mí, y Yo en vosotros; así llevaréis mucho fruto. Porque sin Mí nada podéis hacer.»