«Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.» — Lucas 19:5
No obstante nuestro firme convencimiento que ustedes, en general, están bien instruidos en las doctrinas del Evangelio eterno, en nuestras conversaciones con jóvenes convertidos nos damos cuenta de cuán absolutamente necesario es repasar nuestras primeras lecciones, y afirmar y demostrar repetidamente esas doctrinas que se encuentran en la base de nuestra santa religión.
Por lo tanto, nuestros amigos a quienes se les ha enseñado la grandiosa doctrina del llamamiento eficaz desde hace mucho tiempo, comprenderán que dado que yo predico de manera muy sencilla el día de hoy, el sermón está dirigido a quienes son jóvenes en el temor del Señor, para que entiendan mejor este grandioso punto de partida de Dios en el corazón, el llamamiento eficaz de los hombres por medio del Espíritu Santo.
Voy a usar el caso de Zaqueo como una gran ilustración de la doctrina del llamamiento eficaz. Ustedes recordarán la historia. Zaqueo sentía curiosidad de ver al Hombre maravilloso Jesucristo, el cual estaba poniendo el mundo al revés, y causando una inmensa excitación en las mentes de los hombres.
Algunas veces nos parece que la curiosidad no es buena, y afirmamos que es pecado venir a la casa de Dios motivados por la curiosidad; no estoy muy seguro que debamos aventurar una afirmación de esa naturaleza. El motivo no es pecaminoso, aunque ciertamente tampoco es virtuoso; sin embargo, a menudo se ha comprobado que la curiosidad es uno de los mejores aliados de la gracia.
Zaqueo, movido por este motivo, deseaba ver a Cristo; pero dos obstáculos se interponían en el camino: el primero, había una gran muchedumbre de personas y le resultaba imposible acercarse al Salvador; y el segundo, era tan chaparro de estatura que no tenía la menor esperanza de poder verle por sobre las cabezas de las otras personas. ¿Qué hizo entonces? Él hizo lo mismo que algunos muchachos estaban haciendo; pues los muchachos de esa época eran sin duda igual que los muchachos de nuestro tiempo, que se trepaban a las ramas de árboles para mirar a Jesús cuando pasara.
Aunque Zaqueo ya era un hombre mayor, se sube a un árbol y allí se acomoda en medio de los muchachos. Los niños sienten demasiado temor de este viejo publicano severo, temido también por los propios padres de ellos, como para empujarlo al suelo o causarle cualquier tipo de inconveniencia.
Mírenlo allí. Con qué ansiedad espía hacia abajo para ver quién es Cristo; pues el Salvador no poseía ninguna distinción pomposa; frente a Él no caminaba ningún bedel llevando una maza de plata; no llevaba en Sus manos ningún báculo de oro: no iba vestido con una sotana de pontífice; de hecho, iba vestido igual que todos los que le rodeaban. Poseía una túnica igual a la de cualquier campesino común, hecha de una sola pieza de arriba abajo; y Zaqueo tenía dificultad en distinguirlo.
Sin embargo, antes de que Zaqueo hubiera visto a Cristo, Cristo había fijado Su ojo en Zaqueo, y deteniéndose bajo el árbol, Él mira hacia arriba, y le dice: «Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.» Zaqueo desciende rápidamente; Cristo va a su casa; Zaqueo se convierte en seguidor de Cristo, y entra en el Reino de los Cielos.
1. Ahora, en primer lugar, el llamamiento eficaz es una verdad plena de gracia. Ustedes pueden deducir esto del hecho que Zaqueo era el último personaje que podría ser salvo, según nosotros. Él pertenecía a una ciudad mala (Jericó) una ciudad que había recibido una maldición, y nadie sospecharía que alguien podría salir de Jericó para ser salvo. Fue cerca de Jericó que aquel hombre cayó en manos de ladrones; confiamos que Zaqueo no haya participado en ese asalto; pero hay quienes, además de ser publicanos, pueden ser también ladrones. Al igual que la ciudad de Jericó de aquellos días, debemos esperar conversiones de San Giles, o de los barrios bajos de Londres, de las peores y más viles guaridas de la infamia.
¡Ah! Hermanos míos, no importa de dónde hayan salido ustedes; pueden venir de una de las calles más sucias, uno de los peores barrios marginados de Londres pero si la gracia eficaz los llama, es un llamamiento eficaz que no hace ninguna distinción de lugares.
Zaqueo tenía también una ocupación extremadamente mala, y probablemente estafaba al pueblo para enriquecerse. En verdad, cuando Cristo fue a su casa, se desató un murmullo universal porque había ido para ser huésped de un hombre que era un pecador. Pero, hermanos, la gracia no hace distinción alguna, la gracia no respeta a las personas, sino que Dios llama a quien quiere, y Él llamó a este hombre, el peor de los publicanos, en la peor de las ciudades, involucrado en la peor de las ocupaciones. Además, Zaqueo era uno de los candidatos menos probables para ser salvados, porque era rico. Es verdad, tanto los ricos como los pobres son bienvenidos; nadie tiene la menor excusa para desesperar debido a su condición; sin embargo, es un hecho que «no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos,» los que son llamados, sino «que lo necio del mundo escogió Dios, ricos en la fe.» Pero la gracia no hace ninguna distinción aquí.
Al rico Zaqueo se le ordena que baje del árbol; y él baja, y es salvado. Siempre me ha parecido una de las grandes muestras de la condescendencia de Dios que Él mire hacia abajo, a los hombres; pero les diré que hubo una mayor condescendencia que esa, cuando Cristo miró hacia arriba para ver a Zaqueo. Que Dios se digne mirar hacia abajo a sus criaturas: eso es misericordia; pero que Cristo se humille de tal manera que tenga que mirar hacia arriba a una de Sus criaturas, eso revela una mayor misericordia.
¡Ah! Muchos de ustedes se han subido al árbol de sus propias buenas obras, y se quedan en las ramas de sus santas acciones, y confían en el libre albedrío de las pobres criaturas, o descansan en alguna máxima mundana; sin embargo, Jesucristo eleva Sus ojos para mirar aun a los orgullosos pecadores, y les dice que bajen. «Desciende,» dice Él, «porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.» Si Zaqueo hubiera sido un hombre de mente humilde, sentado junto al camino, o a los pies de Cristo, entonces debimos haber admirado la misericordia de Cristo; pero veámoslo en un lugar elevado, y Cristo lo mira hacia arriba, y le ordena que baje.
2. Continuando, decimos que fue un llamamiento personal. En el árbol también estaban unos muchachos junto con Zaqueo, pero no había la menor duda acerca de la persona que fue llamada. Fue «Zaqueo, date prisa, desciende.» La Escritura menciona otros llamamientos. Se dice especialmente «Porque muchos son llamados, y pocos escogidos.» Observen que ese no es el llamamiento eficaz al que se refiere el apóstol, cuando dice: «Y a los que llamó, a éstos también justificó.» Ese es un llamamiento general que muchos hombres, más bien, todos los hombres rechazan a menos que venga acompañado del llamamiento personal, particular, que nos hace cristianos. Ustedes mismos pueden dar testimonio que fue el llamamiento personal el que los trajo al Salvador. Quizá fue algún sermón el que los condujo a sentir que ustedes eran, sin duda, una de las personas para quien iba dirigido. El texto tal vez fue «Tú eres Dios que me ve;» y el ministro puso un énfasis especial en la palabra «me,» de tal forma que tú pensaste que el ojo de Dios estaba puesto sobre ti; y antes de que terminara el sermón, pensaste que viste a Dios abriendo los libros para condenarte a ti, y tu corazón susurró «¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea?» Quizás estabas subido en una ventana, o de pie junto a la muchedumbre en el pasillo; pero tuviste la sólida convicción de que el sermón fue predicado para ti, y para nadie más. Dios no llama a Su pueblo en multitudes, sino de uno en uno. «Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús ve a Pedro y a Juan pescando en el lago y les dice: «Venid en pos de mí.» Contempla a Mateo sentado al banco de los tributos públicos y Él le dice: «Levántate y sígueme,» y Mateo así lo hizo.
Cuando el Espíritu Santo viene a algún hombre, la flecha de Dios penetra en su corazón: no solamente pasa rozando su casco, o deja una pequeña seña en su armadura, sino que penetra por entre las junturas de su arnés y llega hasta lo más profundo del alma. ¿Han sentido, amigos queridos, ese llamamiento personal? ¿Recuerdan cuando una voz les dijo: «Levántate, te llama.»? Pueden recordar cuando hace algún tiempo ustedes dijeron: «Señor mío, Dios mío»? Cuando ustedes sabían que el Espíritu estaba obrando en ustedes, y ustedes dijeron: «Señor, vengo a Ti, pues sé que Tú me llamas.» Yo podría llamar a ustedes por toda una eternidad sin ningún resultado, pero si Dios llama a alguien, habrá más eficacia por medio de Su llamamiento personal a una persona que mi llamamiento general a una multitud.
3. En tercer lugar, es un llamamiento apremiante. «Zaqueo, date prisa.» El pecador, cuando es llamado mediante un ministerio ordinario, replica: «Mañana.» Escucha un sermón poderoso y dice: «Voy a volverme a Dios en tal día.» Las lágrimas ruedan por sus mejillas, pero él las limpia. Alguna bondad aparece, pero como la nube matutina, es disipada por el sol de la tentación. Dice: «yo prometo solemnemente convertirme en un hombre reformado desde este momento. Después de gozar una vez más de mi amado pecado, voy a renunciar a mis deseos y voy a decidirme por Dios.» ¡Ah! Ese es solamente el llamamiento de un ministro, y no sirve para nada.
Dicen que el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. Estas buenas intenciones son engendradas por llamamientos generales. El camino a la perdición está lleno de ramas de árboles sobre las que estaban sentados los hombres, pues a menudo ellos arrancan las ramas de los árboles, pero ellos no caen juntamente con las ramas. La paja colocada ante la puerta de un enfermo amortigua el ruido de las ruedas de los carruajes. Así también hay algunos que llenan su camino de promesas de arrepentimiento, y así avanzan más fácilmente y sin ruido a la perdición.
Pero el llamamiento de Dios no es un llamamiento para mañana. «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazones, como en la provocación.» La gracia de Dios siempre llega con prontitud; y si ustedes son atraídos por Dios, entonces van a correr tras Él, y no estarán hablando de esperar. El mañana no está escrito en el almanaque del tiempo. Mañana, está escrito en el calendario de Satanás, y en ninguna otra parte. El mañana es una roca pintada de blanco por los huesos de los marineros que han naufragado en ella; es el faro de los destructores que brilla en la costa, atrayendo a los pobres barcos a su destrucción. El mañana es la copa que el necio finge encontrar al pie del arco iris, pero que nadie ha podido encontrar jamás. El mañana es la isla flotante de Loch Lomond que nadie ha visto jamás. El mañana es un sueño. El mañana es un engaño. Mañana, ay, mañana puede ser que abras tus ojos en el infierno, en medio de los tormentos.
Aquel reloj dice: «hoy;» tu pulso susurra «hoy;» escucho hablar a mi corazón en medio de sus latidos, diciendo: «hoy;» todas las cosas claman «hoy;» y el Espíritu Santo se une a todas estas cosas y dice: «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación.» Pecadores, ¿sienten ahora la necesidad de buscar al Salvador? ¿Están musitando ahora una oración? ¿Están diciendo: ‘¡Ahora o nunca!’, debo ser salvo ahora? Si es así, entonces espero que sea un llamamiento eficaz, pues Cristo, cuando hace un llamamiento eficaz, dice: «Zaqueo, date prisa.»
4. Se trata de un llamamiento que humilla. «Zaqueo, date prisa, desciende.» Muchas veces, los ministros han hecho llamamientos al arrepentimiento a los hombres con un llamado que los ha hecho orgullosos, que los ha enaltecido en su propia estima, que los ha conducido a decir: «puedo volverme a Dios cuando yo quiera; y puedo hacerlo sin la influencia del Espíritu Santo.» Han sido llamados a subir, y no a bajar. Dios siempre humilla a un pecador. ¿Acaso no puedo yo recordar cuando Dios me dijo que bajara? Uno de los primeros pasos que tuve que dar fue bajar inmediatamente de mis propias obras; y ¡oh! ¡Qué tremenda caída fue esa! Luego descansé sobre mi propia suficiencia, y Cristo dijo: «¡Desciende! Te he derribado de tus buenas obras, y ahora te derribo de tu propia suficiencia.» Tuve otra caída, y estaba seguro de haber tocado fondo, pero Cristo dijo todavía «¡desciende!» y me hizo bajar aún más, pero llegué a un punto donde sentí que yo era todavía salvable. «¡Desciende, amigo! ¡Desciende todavía más!» Y descendí hasta que tuve que soltar todas las ramas del árbol de mis esperanzas, lleno de desesperación: y entonces dije, «yo no puedo hacer nada; estoy perdido.»
Las aguas envolvieron mi cabeza y fui privado de la luz del día y pensé que era un extraño en medio de la nación de Israel. «¡Desciende aún más, amigo! Tú eres demasiado orgulloso para ser salvo.» Entonces fui abatido más, hasta ver mi corrupción, mi maldad, mi suciedad. «Desciende,» dice Dios, cuando quiere salvar.
Ahora, orgullosos pecadores, ser orgullosos no les sirve de nada, ni tampoco quedarse aferrados a los árboles; Cristo les pide que desciendan. Oh, tú, que moras con el águila en la escarpada roca, tienes que descender de tu elevación; tú, por medio de la gracia, caerás, o de otra manera caerás un día bajo la venganza. Él «quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes.»
5. A continuación, es un llamamiento afectuoso. «Porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. ¡Pueden imaginarse con facilidad cómo cambiaron los rostros de la multitud! Ellos consideraban a Cristo el más santo y el mejor de los hombres, y estaban listos para hacerlo rey. Pero Él dice: «Hoy es necesario que pose yo en tu casa.» Había un pobre judío que había estado dentro de la casa de Zaqueo; él había «tenido una bronca,» como se dice en el lenguaje popular cuando son llevados ante la justicia, y este hombre recordaba qué tipo de casa era esa de Zaqueo; él recordaba cómo fue llevado allí, y sus conceptos de ese casa eran parecidos a los que una mosca tendría acerca de un nido de arañas después de haber escapado. Había otro hombre que había sido desposeído de casi todas sus propiedades; y la idea que él tenía acerca de ir a la casa de Zaqueo era como entrar en una cueva de leones. «¡Cómo!» decían ellos, «¿este santo varón va a entrar en esa cueva, donde nosotros pobres infelices hemos sido robados y maltratados? Ya era lo suficientemente malo que Cristo se dirigiera a Zaqueo en el árbol, pero ¡qué tremenda la idea de ir a su casa!»
Todos ellos «murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador.» Bueno, yo sé lo que pensaban algunos de sus discípulos: pensaron que era algo muy imprudente; podía perjudicar su reputación, y ofender al pueblo. Pensaron que hubiera podido ir en la noche para ver a este hombre, como Nicodemo, y darle una audiencia cuando nadie lo viera; pero reconocer públicamente a un hombre así, era el acto más imprudente que Él pudiera hacer.
Pero ¿por qué hizo Cristo lo que hizo? Porque quería hacer a Zaqueo un llamamiento afectuoso. No voy a ir para quedarme en la entrada de tu casa, o mirar al interior a través de la ventana, sino que voy a entrar en tu casa; esa misma casa donde el llanto de las viudas ha llegado a tus oídos, sin que tú lo oyeras; voy a ir a tu sala, donde el lamento de los huérfanos no ha logrado moverte a compasión; voy a ir allí donde tú, como un león hambriento, has devorado a tu presa; voy a ir allí donde tú has ennegrecido tu casa y la has vuelto infame; voy a ir al lugar desde donde los gritos se han elevado al cielo, arrancados de las bocas de todos aquellos a quienes has oprimido; voy a entrar a tu casa para bendecirte.» ¡Oh! ¡Cuánto afecto había en ello!
Pobre pecador, mi Señor es un Señor muy afectuoso. Él quiere venir a tu casa. ¿Qué tipo de casa tienes? Una casa que tú has hecho miserable con tus borracheras; una casa que has envilecido con tu impureza, una casa que has deshonrado con tus maldiciones y blasfemias, una casa donde manejas negocios sucios de los que estarías feliz de liberarte. Cristo dice: «Quiero ir a tu casa.» Yo conozco ciertas casas ahora que una vez fueron guaridas del pecado, donde Cristo viene cada mañana; el marido y la mujer que antes discutían y peleaban, doblan sus rodillas unidos en oración. Cristo llega a la hora de la cena, cuando el trabajador regresa a casa para cenar. Algunos de mis lectores tendrán escasamente una hora para comer, pero se las arreglan para orar y leer las Escrituras. Cristo viene a ellos.
Allí donde las paredes estaban tapizadas de cuadros lascivos y frívolos, ahora está colocado un almanaque cristiano; en un cajón de la cómoda hay una Biblia; y aunque la casa tiene solamente una habitación, si un ángel entrara y Dios preguntara: «¿Qué has visto en esa casa?» el ángel respondería: «he visto buenos muebles, porque tienen una Biblia allí; libros religiosos en abundancia; los cuadros con inmundicias has sido descolgados y quemados; ya no hay naipes en el armario de ese hombre; Cristo ha entrado a esa casa.»
¡Oh, qué bendición que podamos tener nuestro Dios en el hogar, como los romanos tenían sus falsos dioses! Nuestro Dios es el Dios del hogar. Él viene para habitar con Su pueblo; Él ama las tiendas de Jacob. Ahora, pobre pecador harapiento, tú que vives en las guaridas más inmundas de Londres, si me estás leyendo hoy, Jesús te dice a ti: «Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.»
6. Además, no sólo fue un llamamiento afectuoso, sino que fue también un llamamiento permanente. «Hoy es necesario que pose yo en tu casa.» Un llamamiento común es más o menos así: «Hoy voy a entrar a tu casa por una puerta, y salir por la otra. El llamamiento general que da el Evangelio a todos los hombres es un llamamiento que obra sobre ellos durante un tiempo, y después desaparece; pero el llamamiento salvador es un llamamiento permanente. Cuando Cristo habla, no dice: «Date prisa, Zaqueo, y desciende, pues sólo vengo a mirar;» sino «es necesario que pose yo en tu casa; vengo a sentarme para comer y beber contigo; vengo a compartir los alimentos contigo; es necesario que pose yo en tu casa.» «¡Ah!» dice alguien, «es difícil decir cuántas veces me he quedado muy impresionado, señor, a menudo he tenido una serie de solemnes convicciones, y pensé que realmente era salvo, pero todo se desvaneció; al igual que en un sueño, cuando uno se despierta, todo lo que se soñó desaparece, así sucedió conmigo.» ¡Ah! Pero tú no te desesperes, pobre alma. ¿Sientes los esfuerzos de la Gracia Todopoderosa en tu corazón, mandándote que te arrepientas hoy? Si tú lo haces, será un llamamiento permanente. Si Jesús está obrando en tu alma, Él vendrá y se quedará en tu corazón, y te consagrará para Él eternamente. Él dice: «Vendré y moraré contigo para siempre. Vendré y diré:
«Aquí estableceré mi reposo permanente,
Ya no andaré de arriba para abajo;
No seré más ni un invitado ni un extraño,
Sino el Señor de esta casa.»
«¡Oh!» dices tú, «eso es lo que yo necesito; yo necesito un llamamiento permanente, algo que perdure; yo no quiero una religión que se destiñe, sino una religión de colores perdurables.» Pues bien, Cristo hace ese tipo de llamamiento. Sus ministros no pueden hacerlo; pero cuando Cristo habla, Él habla con poder, y dice: «Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.»
7. Sin embargo, hay algo que no debo olvidar, y es que fue un llamamiento necesario. Vamos a leerlo de nuevo: «Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.» No era algo que podría hacer, o no; sino que era un llamamiento necesario. La salvación de un pecador es para Dios un asunto tan necesario, como el cumplimiento de Su pacto que la lluvia no volverá a crear un diluvio en el mundo. La salvación de cada hijo comprado con la sangre es algo necesario por tres razones; es necesario porque es el propósito de Dios; es necesario porque es la compra que ha realizado Cristo; es necesario porque es la promesa de Dios. Es necesario que los hijos de Dios deban ser salvos. Algunos teólogos opinan que no está bien que se ponga un énfasis en la palabra «deban,» especialmente en ese pasaje que dice: «Y le era necesario pasar por Samaria.» «Bien,» dicen ellos, «le era necesario pasar por Samaria, porque no tenía otra alternativa, y por tanto se vio forzado a ir por ese camino.» Sí, señores, respondemos nosotros, sin duda; pero podía haber ido por otro camino. La Providencia estableció que le era necesario pasar por Samaria, y que Samaria quedara en la ruta que Él había elegido. «Y le era necesario pasar por Samaria.»
La Providencia guió a los hombres para que edificaran Samaria directamente en el camino, y la gracia movió al Salvador para que fuera en esa dirección. No fue: «Desciende, Zaqueo, porque yo podría posar en tu casa,» sino «Es nececario.» El Salvador sintió una fuerte necesidad. Una necesidad tan ineludible como la muerte de cada hombre, una necesidad tan rígida como la necesidad que el sol nos alumbre de día y la luna de noche, y una necesidad tan grande como la de que todos los hijos de Dios comprados con sangre deberán ser salvos. «Hoy es necesario que pose yo en tu casa.»
Y ¡oh! cuando el Señor llega a este punto, que debe y que quiere, ¡qué cosa tan grande es esta para el pecador! En otras ocasiones preguntábamos: «¿Lo dejaré siquiera entrar? Hay un extraño a la puerta; está tocando ahora; ya ha tocado antes; ¿lo dejaré entrar?» Pero ahora es, «hoy es necesario que pose yo en tu casa.» No hubo ninguna llamada a la puerta, sino que la puerta se desintegró en pequeños átomos y Él entró: «Debo hacerlo, quiero hacerlo y lo haré; no me importan tus protestas, tu vileza, ni tu incredulidad; debo hacerlo y quiero hacerlo, es necesario que pose yo en tu casa.»
«¡Ah!», dice alguien, «yo no creo que Dios me lleve a creer como crees tú, o hacerme cristiano alguna vez.» ¡Ah!, pero si sólo dice: «hoy es necesario que pose yo en tu casa,» no podrás presentar ninguna resistencia. Algunos de ustedes despreciarían la sola idea de convertirse en religiosos hipócritas; «¡Cómo, señor! ¿Acaso usted supone que yo pueda convertirme en un de sus correligionarios?» No, amigo mío, no lo supongo; lo sé con toda certeza. Si Dios dice «debo hacerlo,» no podrá haber ninguna oposición. Cuando Él diga «debo,» así se hará.
Les voy a contar una anécdota para demostrarles esto. «Un padre estaba a punto de enviar a su hijo a la universidad; pero como conocía la influencia a la que estaría expuesto, tenía una profunda y ansiosa preocupación por el bienestar espiritual y eterno de su hijo favorito. Temiendo que los principios de la fe cristiana, que el padre se había esforzado por inculcar en la mente de su hijo, fueran rudamente atacados, pero también confiando en la eficacia de esa palabra que es viva y poderosa, le compró, sin que el hijo supiera, un elegante volumen de la Biblia, y la colocó en el fondo del baúl.
El joven comenzó su carrera universitaria. Las bases de una piadosa educación pronto fueron socavadas, y el joven pasó de la especulación a las dudas, y de las dudas pasó a negar la realidad de la religión. Después de convertirse, en su propia estimación, en más sabio que su padre, descubrió un día con gran sorpresa e indignación, mientras escarbaba en su baúl, el depósito sagrado. Lo sacó y mientras deliberaba acerca de qué haría con el libro, determinó que lo usaría como papel de desecho con el que limpiaría su rastrillo al afeitarse. De acuerdo con esto, cada vez que iba a rasurarse, arrancaba una página o dos del santo libro, y las usaba hasta que casi medio libro ya había sido destruido. Pero mientras llevaba a cabo este ultraje en contra del sagrado libro, se fijaba en algún texto de vez en cuando, que penetraba como la aguda punta de una flecha en su corazón. Al cabo de un tiempo, escuchó un sermón, que le reveló su propio carácter, y cómo se encontraba bajo la ira de Dios, y se grabó en su mente la impresión que él había recibido de la última página arrancada al bendito aunque insultado volumen. Si hubiera tenido mundos a su disposición, los habría dado todos gustosamente, si eso le hubiera servido para deshacer lo que había hecho. Finalmente encontró el perdón a los pies de la cruz. Las hojas que había arrancado al volumen sagrado trajeron salvación a su alma; pues esas hojas lo habían guiado a descansar en la misericordia de Dios, que es suficiente para el primero de los pecadores.»
Les digo que no hay un réprobo caminando por las calles y contaminando el aire con sus blasfemias, no hay ninguna criatura tan depravada como para estar muy cerca de ser tan mala como el propio Satanás, si es hijo de vida, que no pueda ser alcanzado por la misericordia. Y si Dios dice: «Hoy es necesario que pose yo en tu casa,» entonces ciertamente lo hará. ¿Escuchas tú, querido lector, justo en este momento, algo en tu mente que parece decirte que te has resistido al Evangelio durante mucho tiempo, pero que hoy ya no puedes resistirte más? Sé que sientes que una mano muy fuerte se ha aferrado a ti, y oyes una voz que dice: «¡Pecador, es necesario que pose yo en tu casa; a menudo me has despreciado, a menudo te has reído de mí, a menudo has escupido al rostro de misericordia, ha menudo has blasfemado mi Nombre, pero pecador, debo posar en tu casa; ayer diste un portazo en la cara del misionero y quemaste el libro que te dio, te reíste del ministro, has maldecido la casa de Dios, has profanado el día domingo; pero, pecador, Yo debo posar en tu casa, y lo haré!»
«¡Cómo, Señor!» respondes «¡Posar en mi casa! Pero si está toda cubierta de iniquidad. ¡Posar en mi casa! Pero si no hay ni una silla ni una mesa que no griten en mi contra. ¡Posar en mi casa! Pero si las vigas y las columnas y el piso se levantarían y te dirían que no soy digno de besar la orla de Tu vestido. ¡Cómo, Señor! ¡Posar en mi casa!» «Sí,» dice Él, debo hacerlo; hay una necesidad muy poderosa; mi poderoso amor me constriñe, y ya sea que quieras dejarme entrar o no, estoy decidido a hacer que quieras, y tú me dejarás entrar.»
¿No te sorprende esto, pobre pecador tembloroso; tú, que pensabas que el día de la misericordia ya había pasado, y que la campana de la destrucción ya había tañido en los funerales de tu muerte? ¡Oh!, ¿no te sorprende esto, que Cristo no sólo te está pidiendo que vengas a Él, sino que Él mismo se ha invitado a tu mesa, y más aún, cuando tú quisieras rechazarlo, amablemente dice: «Es necesario, tengo que entrar.»
Piensa solamente en Cristo, caminando tras un pecador, clamando tras él, rogándole al pecador que le permita salvarlo; y eso es exactamente lo que hace Jesús con sus elegidos. El pecador huye de Él, pero la gracia inmerecida lo persigue diciendo: «Pecador, ven a Cristo;» y si nuestros corazones están cerrados, Cristo pone Su mano en la puerta, y si no lo recibimos sino que lo rechazamos con frialdad, Él dice: «Es necesario, debo entrar;» Él llora sobre nosotros hasta que Sus lágrimas nos ganan; Él clama tras nosotros hasta que Su voz prevalece; y finalmente en la hora que Él ha determinado, entra en nuestro corazón, y allí mora. «Es necesario que pose yo en tu casa,» dijo Jesús.
8. Y ahora, por último, este llamamiento fue uno eficaz, pues vemos los frutos que produjo. La puerta de Zaqueo fue abierta; su mesa fue servida; su corazón era generoso; sus manos fueron lavadas; su conciencia fue aliviada; su alma estaba gozosa «He aquí, Señor,» dice él, «la mitad de mis bienes doy a los pobres; porque me atrevo a decir que la mitad de lo que tengo se lo he robado a los pobres, y ahora lo devuelvo.» «Y si en algo he defraudado a alguno, lo devuelvo cuadruplicado.» Y Zaqueo de despoja de otra parte de sus bienes.
¡Ah! Zaqueo, tú te irás a la cama esta noche siendo muchísimo más pobre de como te levantaste esta mañana (pero también infinitamente más rico) pobre, muy pobre, en bienes de este mundo, comparado a lo que tenías cuando te subiste a ese sicómoro; pero más rico (infinitamente más rico) en tesoros celestiales. Pecador, en esto sabremos si Dios te llama: si Él llama, será un llamamiento eficaz; no un llamamiento que tú escuchas y que luego olvidas. Sino que es un llamamiento que produce buenas obras. Si Dios te ha llamado hoy, caerá al suelo tu copa de borracho, y se elevarán tus oraciones; si Dios te ha llamado el día de hoy, todas las cortinas de tu tienda estarán corridas, y pondrás un letrero que dice: «Esta casa está cerrada los domingos, y nunca volverá a estar abierta en día domingo.» Mañana habrá tales o cuales diversiones mundanas, pero si Dios te ha llamado, no irás. Y si has robado a alguien (y ¿quién sabe si no hay un ladrón entre mis lectores?) si Dios te llama, restituirás lo robado; lo abandonarás todo para poder seguir a Dios con todo tu corazón.
No creemos que un hombre se haya convertido a menos que renuncie a los errores de sus caminos; a menos que, de manera práctica, llegue al conocimiento que el propio Cristo es Señor de su conciencia y que Su ley es su delicia. «Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.» Y Zaqueo descendió a prisa y lo recibió lleno de gozo. «Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a es