Jesús Ora en Getsemaní

INTRODUCCIÓN: No he oído muchos mensajes sobre el Getsemaní. Pero la verdad es que el calvario no sería posible sin la feroz batalla que Jesús libró aquella noche en ese huerto. Allí muchas de sus oraciones fueran oídas, sin embargo, aquella noche oró tres veces y no recibió respuesta del Padre

En ese lugar Jesús disfrutaba de una intimidad con el Padre. Jesús había consagrado aquel lugar para orar a Dios tanto que lo llamaría “Abba Padre”. Así que ningún lugar conocía tan perfectamente Jesús como aquel huerto. Su hierba, sus árboles, sus caminos, su atmósfera, sus sonidos… todo le era familiar.

Pero Judas también conocía aquel lugar, y si algo tenía muy claro el Señor era que no quería esconderse. El traidor sabía el sitio exacto para encontrarle. ¿Por qué fue a ese lugar? ¿Por qué seleccionó aquel apacible lugar para tan terrible agonía? ¿Por qué no otro lugar para ser traicionado y arrestado por los que ya habían decidido matarle? Porque fue allí donde comenzaría el camino de sangre. El médico Lucas nos dice que su sudor era “como grandes gotas de sangre que caían a la tierra” v. 44.

Al pensar en esto decimos que si en el huerto del Edén por la complacencia de Adán vino la ruina de la humanidad, en la agonía del huerto del Getsemaní por la obediencia del segundo Adán, se libró nuestra salvación. La hermosura del Edén fue marchitada por la aparición del pecado y fue tan grande su efecto que ahora, en otro huerto, en el torrente de Cedrón, el pecado desataría su poder en aquel que nació sin pecado. Ahora Cristo enfrenta su real naturaleza.

Amados, nosotros también debiéramos conocer ese lugar. Entremos por la puerta del Getsemaní para que miremos a Aquel que oró intensamente antes de ir a la cruz. Para que contemplemos el suelo teñido de algo rojizo por el sudor que emanaba de toda su piel. Acerquémonos en silencio para que veamos al salvador de nuestras almas librando la decisión para enfrentar la cruz.

Veamos qué nos revelan aquellas “grandes gotas de sangre” que salieron antes de la corona de espina, los látigos y los clavos. Conozcamos la magnitud de este sacrificio hecho por AMOR A TI. De eso hablamos hoy.

I. POR AMOR A TI EL SALVADOR EXPERIMENTÓ LA MÁS INTESA AGONÍA

1. Un hombre sin angustias previas. Lo que Jesús vivió en el Getsemaní nunca antes lo había vivido. La referencia que tenemos hasta aquí es que él era un hombre sin quejas.

Bien pudiera decirse, y en especial por su coraje y entusiasmo con el que enfrentó todo su ministerio, que él fue el hombre más feliz que haya pisado la tierra. De él narran todos sus biógrafos que era poseedor de una paz absoluta jamás quebrantada por nada.

Era un hombre manso, cual nunca hubo ni habrá en la tierra. Era un hombre fuerte, sano y vigoroso. Tenía solo 33 años, la flor de la vida. Entonces, ¿cuál era la causa de la agonía de Jesús? ¿Por qué había llegado a esa condición de su alma? La paz que tuvo ahora se ha acabado. El hombre que venció a Satanás y a los demonios, ahora está postrado en una incompresible agonía.

El gozo del himno cantado después de salir de la cena, ahora se ha convertido en una profunda tristeza. Ni las multitudes cuando las veía como “ovejas sin pastor”; ni el lloro que tuvo por causa de la muerte de Lázaro o el lamento cuando entró por última vez a Jerusalén pudieron afligirlo tanto como la aflicción a la que se ha está enfrentando ahora.

2. Sus oraciones jamás fueron como aquella. Las oraciones que había hecho antes nunca podrán compararse con la oración más conmovedora que hizo en aquel huerto. Lucas dice que estando en semejante postración “oraba más intensamente”; tanto así, que su sudor era como “grandes gotas de sangre que caían a la tierra”.

La intensidad de aquella oración era tal que la repitió tres veces: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” v. 42. El evangelista Marcos nos da otra vista de lo que sucedió aquella noche. Él dice que dentro de los 11 apóstoles, “tomó a consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad” (Mr. 14:33, 34).

Ellos nunca habían oído decir esto de su Maestro y en aquella noche ninguno de ellos escuchó aquellas oraciones porque estaban profundamente dormidos. Solo Dios las conoció y las reveló después por el Espíritu Santo para que nosotros las conociéramos hoy.

3. Una angustia sin consuelo. La angustia de Jesús iba creciendo, tanto era que vino tres veces a sus discípulos. Anhelaba que ellos estuvieran despiertos, si no para consolarse, sí para que estuvieran con él. No tenemos idea de cómo eran sus exclamaciones, sus gemidos y terribles suspiros. Los médicos han comprobado que algunos pacientes, frente a la extremidad de algún terror, han sudado de forma colorida, rojizo como la sangre. Lo de él no era un dolor físico.

Pudiéramos preguntarle al Señor, con la más profunda reverencia y con la más humilde actitud: “¿Qué te dolía, amado Cristo, que llegaste a tan trágico momento?”.

¿Qué sucedió realmente en el Getsemaní?

El lugar que tantas veces estaba rodeado de una absorta quietud y silencio, de repente se ha convertido en un lugar de tormento, donde todo su ser se llenó de ruido y voces. Si alguien había dudado de su humanidad, esta escena lo explica todo. Por lo general nuestras penas y angustias hayan consuelo. Casi siempre nuestras lágrimas son enjugadas, las suyas nadie las secó.

4. Un dolor que vino del cielo. El asunto más incomprensible de aquella fatídica noche fue que la angustia por la que Jesús atravesó fue permitida por su propio Padre.

Lo que para Jesús llegaría a ser incomprensible, fue que tuvo que tomar una copa demasiada amarga dada por su propio Padre. De esta manera podemos ver que la prueba por la que está pasando no fue por el odio de los judíos o la traición del compañero, sino que Dios está llevándole a este momento. Si no había entendido la profecía de Isaías 53 que dice que “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento”, entiéndala ahora.

Fue en este momento cuando se cumplió lo que nos parece incompresible: “Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros». Solo Dios sabe de esas agonías. Desde aquel momento Jesús comenzó a ver la naturaleza y el horror del pecado. El Padre no la vio porque Él es muy limpio de ojo para ver el mal. Sin embargo, el Hijo inocente vio la terrible cara del pecado. El Padre celestial consintió en el dolor del Hijo por el pecado.

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