Por Dr. José Pérez, Ph. D. La contaminación espiritual y sus consecuencias, te roban la vida abundante y la victoria en Cristo sobre toda situación. Esta contaminación comienza, cuando en tu corazón das cabida a pensamientos, sentimientos, actitudes y emociones, que no son agradables a Dios.
La Palabra nos dice en Mateos 15: 18-20 dice:
“Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre.
Porque del corazón sale los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.
Estas cosas son las que contamina al hombre…”
De nuestro corazón, es que surge todo cuando nos contamina y nos aleja de Dios.
Por eso en Proverbios 23: 26 dice:
“Dame hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos.”
En Proverbios 4: 24-27 dice:
“Aparta de ti la perversidad de la boca. Y aleja de ti la iniquidad de los labios.
Tus ojos miren lo recto. Y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante.
Examina la seda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos.
No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal. “
Hay muchas cosas que dañan un corazón y lo apartan del Señor.
Y no estoy hablando en términos físicos, sino de aquellas puertas que abrimos en nuestras vidas, por la cuales caemos, pecamos y nos contaminamos.
Son muchas, pero hoy vamos a ver: LA AMARGURA
El problema con la Amargura, es que no sólo te contamina a ti, sino que arrastra a muchos con ella.
La Amargura te envenena, nada te motiva cuando estas amargado y te impide ser feliz. No puedes valorar las bendiciones que tienes y mucho menos disfrutar de la vida abundante, a la cual eres llamado.
En Job 21: 25 dice:
“Cuando hay amargura en nuestro corazón, ni la comida nos satisface.”
No comemos con gusto.
Cuando tenemos amargura no deseamos que nadie nos consuele, porque vivimos en un dolor permanente, con el cual hasta disfrutamos.
¿Y qué debemos hacer?
Tenemos que confesar esa amargura y que el Espíritu Santo, saque esa raíz de amargura y nos haga libres.
En Hebreos 12: 15
“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.”
La amargura envenena, aleja el gozo y la victoria en nuestras vidas. La amargura es un enemigo que hay que vencer, antes que nos venza a nosotros y hay que destruir, antes que no destruya.
La amargura puede llevarnos al homicidio, pero también al suicidio. Porque la amargura que se acumula dentro de nosotros, busca siempre una forma de venganza, de destruir a la persona que provocó en nosotros el dolor que se ha permitido degenere en amargura. Y ese deseo de venganza, se canaliza en tres direcciones:
1. Se dirige a la persona que provocó la amargura.
2. O dirige a la persona a destruirse a sí misma.
3. O dirige a la persona a hacer daño a quien le agravió y a la vez a sí misma.
La amargura generalmente culmina en una muerte espiritual, en inestabilidad emocional, enfermedad de la persona que la experimenta.
Hay cristianos que tienen coraje con Dios y la amargura en la que degeneró ese coraje, les aparta de vivir una vida plena en Cristo.
Hay padres que no aceptan la muerte de sus hijos y pierden la fe en Dios, permitiendo que el dolor por la pérdida degenere en amargura.
Muchos hermanos /as se han dejado vencer por la amargura:
1º Porque alguien les hirió, ofendió y humilló.
2º Por la ruptura de relaciones significativas.
3º Por haber fracasado en el amor.
4º Porque no se han casado o porque se han
casado y no son felices en su vida
matrimonial.
5º Por pérdidas emocionales (divorcio, muerte
de un ser querido)
6º Porque ha experimentado el fracaso en
alguno de sus sueños.
Por eso debemos vencer la amargura, quitándola de nuestras vidas, tal como dice Efesios. Debemos quitarla porque envenena, corroe el alma y destruye a la persona y su entorno.
Hebreos 12: 15 dice:
“que no permitamos que ninguna raíz de amargura nos estorbe y dejemos de alcanzar la gracia de Dios”.
Que el Señor te bendiga.
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