Varias cosas pueden cambiar a una mujer. Cosas que ocuren
adentro de sus vida y cosas que ocuren afuera de ella. Pero lo
que más importa es lo qu
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Varias cosas pueden cambiar a una mujer. Cosas que ocuren
adentro de sus vida y cosas que ocuren afuera de ella. Pero lo
que más importa es lo que ella piensa de sí misma.
Cuando desembarqué en Kiniwata, una isla en el Pacífico, llevé conmigo
un cuaderno para tomar apuntes del viaje. Al llegar a casa, mi
cuaderno estuvo lleno de descripciones de la flora y fauna de la isla,
las costumbres y ropa típica de los habitantes allí. Pero el único
apunte que todavía me fascina es el que dice: «Johnny Lingo pagó ocho
vacas al padre de Sarita.»
A la verdad, no necesito mi cuaderno para recordar el evento. Pienso
en ello cada vez que veo a una mujer despreciar a su esposo o a una
esposa reducida a silencio bajo el escarnio de su esposo. Quisiera
decirles, «Necesitas saber por qué Johnny Lingo pagó ocho vacas por su
esposa?»
Johnny Lingo no era su nombre verdadero, pero eso es el nombre que
Shenkin, el gerente de la casa de huéspedes en Kiniwata, lo llamó.
Shenkin era de Chicago y siempre daba nombres Americanos a todos los
e isleños. Pero Johnny era el mencionado por muchas personas en varias
ocasiones. Me dijeron que si deseaba pasar algunos días en la isla
vecina de Nurabandi, Johnny Lingo tenía alojamiento. Si quería pescar,
él podía indicarme por dónde. Si buscaba perlas, él podía traerme las
mejores. Toda la gente de Kiniwata hablaban bien de Johnny Lingo,
pero a la vez, sonreían cuando se mencionaba su nombre en una manera
casi de burla.
«Déje que Johnny Lingo le ayude encontrar lo que quiere comprar, y
también déjele hacer el negocio,» avisó Shenkin. «Johnny sabe hacer
un buen trato.»
«¡Johnny Lingo!» Un chico sentado cerca abucheó el nombre y se partió
de risa.
«¿Qué pasa?» pregunté. «Todo el mundo me dice que Johnny Lingo es el
hombre que puede ayudarme, pero a la vez se rien de él. ¿Cuál es la
broma?»
«Oh, nada. A la gente de aquí les gusta reirse,» dijo Shenkin,
encogiéndose de hombros. «Johnny es el más listo y el jóven más
fuerte de las islas, y por su edad, es uno de los más ricos.»
«Pero si él es todo lo que me dicen, ¿porqué se reían de él?»
«Por una sola cosa. Hace cinco meses, en el festival de otoño, Johnny
llegó a Kiniwata y encontró a una esposa. ¡Pagó ocho vacas a su padre
por ella!»
Me impresionó esto porque sabía de las costumbres de la isla. Dos o
tres vacas comprarían a una esposa regular, y cuatro o cinco vacas
comprarían a una muy buena.
«¡Ocho vacas! Debe ser una mujer bellísima.»
«No es fea,» concedió Shenkin, con una pequeña sonrisa, «Pero el más
bondadoso solamente podía llamarla ordinaria. Sam Karoo, su padre,
tenía miedo de quedarse con una solterona.»
«Pero entonces, ¿por qué pagó ocho vacas por ella? ¿No dices que
ella no es más que ordinaria?»
Nunca en las islas se había oído de algo semejante.
«Dije que sería generoso llamarla ordinaria. Es flaca. Camina con
sus hombros encorvados y cabeza agachada. Tiene miedo aún de su
propia sombra.»
«Bueno pues,» dije, «supongo que no hay quién explique las cosas del
amor.»
«Verdad, y es por eso que los isleños se ríen cuando hablan de
Johnny. El mejor negociante de las islas y engañado por el viejo
torpe, Sam Karoo.»
«Pero, ¿cómo?»
«Nadie sabe y todos quieren saber. Al conocer que Johnny venía a
pedir a Sam por su hija, los primos presionaron a Sam a pedir tres
vacas por ella. Realmente pensaban recibir dos pero una vaca hubiera
sido aceptable bajo las circunstancias. Pero, Johnny sorprendió a
todos al ir donde Sam Karoo anunciando, «Sam Karoo, padre de Sarita,
ofrezco OCHO VACAS por su hija.»
«¡Ocho vacas! Yo quería conocer a este Johnny Lingo.»
La próxima tarde llegué a la playa de Nurabandi. Me di cuenta cuando
pedí la dirección a la casa de Johnny que nadie en Nurabandi se
burlaba. Al encontrar al hombre delgado, joven y serio, me recibió
con buen gusto. Ví que tenía el respeto de todos en el pueblo. En
Nurabandi nadie hacía burlas. Conversamos en su casa. El me
preguntó, ¿Usted vino de Kiniwata?»
«Si.»
«¿Hicieron mención de mí en la isla?»
«Me dicen que usted puede ayudarme conseguir todas las cosas que
quiero en las islas.»
El se sonrió suavemente. «Mi esposa viene de Kiniwata.»
«Sí, me dijeron.»
«¿Hablan de ella en Kiniwata?»
«Un poco.»
«¿Qué dicen?»
«Oh, que…» La pregunta me sorprendió. «…me dijeron que ustedes
se casaron durante el tiempo del Festival.»
«¿Nada más?» Sus ojos me indicaban que sabía más de lo que decía.
«También cuentan que el acuerdo matrimonial fue de ocho vacas. Muchos
se preguntan la razón.»
«¿De veras preguntan eso?» Sus ojos se alumbraron con placer. «¿Cada
persona en Kiniwata sabe de las ocho vacas?»
Asentí con la cabeza.
«Y en Nurabandi también todo el mundo lo sabe.» Su pecho expandió con
satisfacción. «Desde ahora y para siempre, cuando conversen de
acuerdos matrimoniales, se acordarán que Johnny Lingo pagó ocho vacas
por su esposa Sarita.»
Pensé, ¡ah, allí está la respuesta, lo hizo por vanidad!
Fue entonces que la ví. La miré entrar al cuarto para poner flores en
la mesa. Ella se detuvo por un momento y sonrió al hombre sentado a
mi lado. Después salió ligeramente. Era la mujer más bella que jamás
había visto. Tenía sus hombros elevados. Su cara se inclinaba hacia
arriba. Sus ojos brillaban. Todo aspecto de ella indicaba un aprecio
de sí misma. Nadie podía quitarle esa confianza en si misma. Era su
derecho.
Entonces de nuevo dirigí mi atención a Johnny Lingo. El me miraba.
«¿Lo admira?»
«Ella…ella es gloriosa. Pero no es la Sarita de la isla Kiniwata,»
dije yo.
«Hay una sola Sarita. Es posible que no parezca cómo ellos la veían
en Kiniwata.»
«Tienes razón. Me dijieron que era ordinaria. Se burlan de usted por
el engaño de Sam Karoo.»
«¿Usted piensa que ocho vacas son demasiadas por ella?» El me sonrió.
«No. ¿Pero cómo puede ser tan cambiada?»
«¿Nunca has pensado lo qué significa a una mujer el saber que su
esposo la haya comprado por el precio más bajo posible? Y, después,
cuando las mujeres se ponen a conversar, hablan de cuanto pagaron sus
esposos por ellas. Una dice cuatro vacas, otra tal vez seis. ¿Cómo
se siente la mujer vendida por una o dos vacas? Eso no podía pasar a
mi Sarita.»
«Entonces, ¿lo hizo para hacerle feliz a su esposa?»
«Sí quería la felicidad de Sarita, pero quería más que eso. Usted
observa que ella es diferente. Es verdad. Muchas cosas pueden
cambiar a una mujer–cosas de adentro, cosas de afuera. Pero lo que
importa más es lo que ella piensa de sí misma. En Kiniwata, Sarita
creía que no tenía valor. Ahora, sabe que vale más que todas las
otras mujeres en las islas.»
«Entonces, usted quiso…»
«Quise casarme con Sarita. La amo.»
«Pero…» Casi entendía.
«Pero,» él terminó suavemente, «también quería una mujer que valía
ocho vacas.»