LA SANIDAD DE LA IGLESIA – Parte 2

Dr. José Pérez, Ph. D. La Bienaventuranzas, abren el camino hacia el tema de la sanidad interior. La que mejor recoge el pensamiento de sanarse interiormente, es la sexta:

“Bienaventurado los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

 

Jesús,  sabe que el corazón, representa el área de todas las emociones y sentimientos del ser humano.

Un corazón limpio, no rebaja a los demás, ni los sacrifica, el limpio de corazón no lanza piedras, no causa divisiones, ni da falsos testimonios.


Con un interior enfermo, demostraremos una presencia opaca de Dios en nosotros. No aceptar la sanidad interior, como parte del proceso de sanidad integral, es negar la intervención divina, en el área del alma y del espíritu.

Es decir, que Dios que creó las tres partes en nosotros espíritu, alma y cuerpo,  solo se ocupa de demostrar su poder para sanar enfermos del cuerpo o liberar endemoniados. El Salmo 103: dice:

“El que sana todas tus dolencias”

 

Textos como el Salmo 32: 3; dice:

“Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día”.

 

Las crisis internas, no importa las raíces que las produzcan, causan en uno el efecto que menciona el Salmo 102:

“Consumirse como humo, secarse como la hierba y hasta que se peguen los huesos a la carne”.

 

Nuestras iglesias, están llenas de personas que padecen más males psíquicos que físicos. El peor problema que enfrentamos, es lo poco que se usa la Biblia para sanar y restaurar, y lo mucho lo mucho que se usa  para herir, humillar y condenar.

Muchos que dan el paso inicial para ser salvo, aprenden a ofrendar, a diezmar y a servir de diversas maneras, pero muchas veces, no están sanos para servir.

 

La limpieza interior de Jesús, no le permitió arrojar piedras a la adúltera, negarle la salvación a Zaqueo, o permitir la salvación de una ramera a sus pies.

 

Hay muchos dentro de las Iglesias, que necesitan sanidad. Todo ser humano, tiene conflictos. No hay hombre que esté totalmente sano. No es incompatible ser salvo y tener conflictos.

El Señor Jesucristo, quiere sanar nuestras heridas.

La Iglesia, debe ser redentora y terapéutica y como tal, atraer como David a “todos los afligidos, endeudados y angustiados”. Como nos dice 1ª de Samuel 22: 2.

 

Pero la Iglesia en lugar de convertirse en Hospital para las almas, en muchos casos se ha convertido en un lugar para pacientes crónicos.

 

La Iglesia debe ser, como el Ministro de José de Arimatea, que quitó el cuerpo de Jesús de la cruz.

 

En Marcos 15: 46; dice:

“Lo envolvió en un sudario, lo cubrió, lo palpó…” así mismo debemos ser los que ministramos al cuerpo herido. Es un ministerio donde se toca el dolor de cerca, donde no se recibe, porque el otro no puede dar. Es un ministerio no protagonista, tras bastidores, que conlleva carga, intercesión, mucho amor, paciencia y misericordia.

 

Los que ministramos sanidad interior, nos hemos dado cuenta, que la sanidad interior la necesita tanto los que oran  y ayunan, como los que lo hacen en menor escala, la necesita el siervo que predica, el que evangeliza o pastorea, así como el laico que sirve en diversos ministerios.

 

La Palabra promete en Jeremías 30: 17:

“Yo haré venir sanidad para ti”. 

 

En Jeremías 17: 14 dice:

“Sáname y seré sano”.

 

 Y en Jeremías 33: 6; dice:

“Yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré y les revelaré abundancia de paz  y de verdad”.

 

SIN SANIDAD, NO PUEDE HABER UNIDAD, Y SIN UNIDAD, NO HAY TESTIMONIO DEL CUERPO.

 

España y el mundo,  necesita que la Iglesia  de testimonio de unidad. Porque todas las veces que ha habido grandes avivamientos, desde el derramamiento de Pentecostés, la Iglesia siempre estaba junta y unánime. Yo les exhorto a que velemos por la unidad y que nosotros como líderes, siempre debemos dar el primer paso hacia ella.

 

 

Que el Señor le bendiga.

 

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