La vida cristiana es simple

Nuestro propósito primordial en la vida no debe ser otro sino
agradar a Dios y que esa sea la finalidad de todos nuestros actos. La
simplicidad nos permite alabar a Dios y darle gracias en todas las
circunstancias y por todo lo que nos suceda, aunque sea doloroso, o
desagradable, o contrario a nuestros intereses, pensando que nada
ocurre sin que Dios lo permita.

 

"Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia,
que con simplicidad (1) y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana,
sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y mucho más
con vosotros." (2Cor 1:12). 

Una de las virtudes más celebradas de la espiritualidad antigua es la simplicidad. ¿En qué consiste la simplicidad cristiana? En no tener otro propósito en la vida sino agradar a Dios y que esa sea la finalidad de todos nuestros actos.

La historia de Marta y Maria es
ejemplar en este sentido. El propósito de Marta, tal como aparece en la
narración de Lucas, era digno de encomio: Ella quería atender a Jesús
como huésped de la manera más apropiada. Pero Jesús la reconvino
suavemente: "¡Marta, Marta! Estás preocupada de muchas cosas…" (Lc
10:41).

¿Cuáles serían? Que los cubiertos y el mantel estén bien limpios, que
la mesa esté bien servida, que los diferentes platos de comida estén a
punto y deliciosos…, como se preocupa cualquier buena ama de casa
cuando tiene invitados. Pero todas estas preocupaciones la desviaban de
lo principal: escuchar a Jesús, poner sus ojos en Él. "Una sola cosa es
necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada." (v.
42).

¿Qué había escogido María? Ella no trataba de quedar bien con Jesús. No
trataba de agradar a los demás huéspedes. Ella sólo tenía un objetivo:
Beber las palabras de Jesús; beber su rostro con la mirada. Eso era lo
más importante y no le sería quitado.

¿Cuántas de nuestras ocupaciones preferidas, o de las actividades con
que nos ganamos la vida, nos serán algún día quitadas, sea porque nos
cambian de puesto en el trabajo o porque nos despiden? ¿O si se trata
de alguna obra cristiana o de un ministerio, porque en la iglesia hay
un cambio de orientación, o de liderazgo, o de colaboradores? ¿O
simplemente porque me mudo de casa y me voy a vivir a otro barrio,
lejos de mis amistados y relaciones?

Pero a María Jesús le dice: Esto no te será quitado.

Cualquiera que sean los cambios radicales que pueda experimentar mi
vida, una cosa puede permanecer siempre porque no depende de las
circunstancias exteriores: Poner mis ojos en Jesús.

Es un asunto de la voluntad y de la atención.

La simplicidad es pues una forma de amor sobrenatural que hace que la
meta de todos nuestros actos y de todos nuestros pensamientos sea
agradar a Jesús. El autor de Hebreos lo expresa bellamente: "Corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en
Jesús, el autor y consumador de nuestra fe" (Hb 12:1,2). Tú puedes
estar involucrado en muchos trabajos, en muchas labores espirituales,
en muchos ministerios, y puedes estar corriendo para alcanzar tus
metas. Pero todo eso puede ser una pérdida de tiempo, una desviación
del camino, si no lo haces para agradar a Dios.

Si tú te empeñas en quedar bien con tu líder -algo en sí bueno- o en
cumplir concienzudamente tus metas ¿Por qué lo haces? ¿Para agradar a
tu líder, para sentirte satisfecho contigo mismo, o para agradar a
Dios? Si lo haces principalmente para agradar a tu líder o a tu pastor,
aunque te feliciten y te promuevan, tu éxito y el buen resultado que
obtengas valen poco.

"¿Busco yo agradar a los hombres?" pregunta Pablo (Gal 1:10). Pero si
tu Norte es sólo agradar a Dios, sin cuidarte de lo que los hombres
piensen de ti, irás derecho y rápido a la meta, porque tendrás su ayuda
en grado sumo. También tendrás pruebas. Pero eso es ya otro asunto.

¿Qué estás buscando en el ministerio cristiano? ¿Destacar y ser uno de
los preferidos, de los más conocidos y admirados en tu iglesia o en tu
ciudad? Si ése es el caso estás persiguiendo una meta irrisoria y vana,
estás sirviendo a un líder de poca importancia. Tu objetivo es
demasiado pequeño para la eternidad. El fuego lo quemará un día y se
revelará que fue sólo paja (1Cor 3:12-15).

Jesús dijo: Una sola cosa es necesaria. No dijo una sola cosa es conveniente.

Todo lo demás puede ser conveniente: que te feliciten, que te aprecien,
que estén contentos contigo, es conveniente pero no es necesario.

Cuando viajamos ¿llevamos lo conveniente o lo necesario en la maleta?
Lo conveniente puede ser que nos estorbe. Esta vida es un viaje a la
eternidad. Todo el equipaje que llevemos de más, sobra y estorba. Una
sola cosa es necesaria, agradar a Dios. Eso da valor eterno a todo lo
que hacemos, aun a lo que carece de importancia, aun a las cosas más
nimias.

Podemos estar llevando una vida convencional, trivial, rutinaria, que
no se distingue en nada especial, y estar ocupados en un oficio de lo
más ordinario y banal. Pero si todas nuestras acciones en esa actividad
las hacemos tratando de agradar a Dios y teniendo en mente ese
propósito, el más pequeño de nuestros actos puede tener a los ojos de
Dios un valor mucho mayor que una hazaña que acapare los titulares de
los diarios. No ganaremos nunca un premio Nobel, pero recibiremos una
corona gloriosa en los cielos, mucho mayor que la de muchos hombres que
se cubrieron de gloria en la tierra y cuyos nombres estaban en boca de
todos. La frase de Jesús: "Los últimos ser primeros" (Mt 19:30) tiene
también aplicación en este caso.

Notemos que el texto que citamos al comenzar dice: "con simplicidad y
sinceridad de Dios". Dios, siendo infinito, es simple porque es
perfecto. No hay complicaciones en Él. Los seres humanos somos
complicados y las mujeres lo son aún más (dicen los hombres). Nuestra
complejidad es resultado del pecado. Nuestra complejidad está tejida de
egoísmo.

· Jesús dijo: "Sed simples como palomas y cautos como serpientes" (Mt
10;16). La paloma es un emblema de la simplicidad. También lo es del
Espíritu Santo.

· El Espíritu Santo es simple. Por eso se contrista fácilmente (Ef
4:30). Cuando somos complicados en nuestro lenguaje no llegamos con
facilidad a nuestros oyentes y a la gente.

¿Habrá habido un predicador más simple que Jesús? Tratemos de imitarlo.
Los niños son simples y su mirada es directa. No tienen segundas
intenciones. Por eso su mirada se roba nuestros corazones. Se roban
también el corazón de Dios. Por algo Jesús dijo que de los niños y de
los que son como niños es el reino de los cielos (Mr 10:14,15). No dijo
de los sabios, no de los laureados, no de los más inteligentes ni de
los más virtuosos, sino de los que son como niños. ¿Qué habrá en eso de
ser como niño que agrada tanto a Dios? La simplicidad de corazón.

Pero esta también agrada a los hombres. La mirada directa, simple de un
adulto, hombre o mujer, nos atrae instintivamente. Pero las miradas de
los adultos por lo general son opacas, turbias, no transparentes,
ocultan lo que está detrás de los ojos, en la mente. Como la gente que
lleva puestos anteojos oscuros que no dejan ver su mirada. Se los
ponen, creo yo, porque no quieren que adivinemos lo que piensan.
Instintivamente desconfiamos de ellos.

La verdadera sabiduría es simple. Los filósofos paganos de la
antigüedad escribieron elocuentemente acerca de las virtudes, pero no
las practicaban. Las conocían porque sabían muy bien qué era lo que les
faltaba. Posiblemente los que menos las practicaban eran los que más
las elogiaban. Eso aplacaba sus conciencias.

Pero ni la humildad ni la simplicidad figuraban en el elenco de sus virtudes. Al contrario, para ellos la humildad era un defecto, una bajeza indigna del ciudadano. Era algo reservado para los esclavos.

Sólo Cristo reveló a la humildad como una virtud. Y aun peor -en el
criterio pagano- la elogió aunada a la mansedumbre: "Aprended de mí que
soy manso y humilde de corazón" (Mt 11:29). Los dioses paganos eran
arrogantes. Se peleaban y competían entre sí. Pero Jesús se humilló a
sí mismo tomando forma de siervo, porque, aunque era Dios, se hizo
obediente hasta la muerte. A eso lo llama Pablo: la locura de la cruz,
un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles o paganos.
(1Cor 1:23).

¿A quién obedeció Jesús en el Calvario? A sus jueces y a sus verdugos.
Unos más impíos que otros. "Como cordero fue llevado al matadero…"
(Is 53:7). Este es el colmo de la mansedumbre.

El obedeció a los que eran muchísimos menos que Él porque en la
simplicidad de su corazón sólo buscaba agradar a Dios, su Padre, y
hacer su voluntad (Jn 4:34;5:30;6:34). En la simplicidad de nuestro
corazón ése debe ser nuestro principal objetivo.

La simplicidad destierra toda preocupación sobre los medios para
agradar a Dios, toda preocupación acerca de las estrategias para
alcanzar nuestras metas.

No quiero yo decir que no haya métodos y estrategias que emplear para
ganar almas y consolidarlas en el reino. Eso tiene ciertamente su
lugar. Pero es secundario respecto de lo principal.

Si no es el puro y simple amor a Dios lo que nos impulsa a ganar almas,
todas nuestras palabras y todos nuestros esfuerzos tendrán poco éxito,
porque los medios y motivos humanos en este campo son inútiles.

No hay técnica más eficaz para llegar al corazón de los perdidos que el
amor "no fingido" (1P 1:22). El amor fingido, el amor que se esfuerza
por parecer lo que no es, no penetra la coraza de la desconfianza
humana. Pasado el primer efecto que puede producir la elocuencia, la
emoción se desvanece. Sólo el amor puede traspasar la barrera que las
desilusiones o los vicios han levantado alrededor del corazón de los
perdidos.

· Si somos simples de corazón iremos de frente al corazón del pecador, como ocurría con las palabras y la mirada de Jesús.

· Si somos simples de corazón tampoco nos preocuparemos de lo que la
gente piense acerca de nosotros, sea bien o sea mal. Al contrario, si
somos despreciados estaremos contentos, porque Jesús lo fue antes que
nosotros. Y si lo somos compartimos su suerte. Si somos perseguidos por
su causa nos consolamos con el galardón celestial que se nos ha
prometido (Mt 5:10-12).

· ¿Qué fue lo que escribió Pablo? Que si padecemos con Él, seremos glorificados con Él…a su tiempo. (Rm 8:17).

· La simplicidad nos permite ser indiferentes a la alabanza y a la
crítica. La primera la agradecemos con toda simplicidad, sin falsa
modestia. La segunda aun más, porque nos enseña a ser humildes.

· Pero ¿a cuántos las críticas les molestan, los impacientan, los
ofenden? Los inquietan porque, en el fondo, detrás de la fachada de
arrogancia, son inseguros.

· Les molestan porque necesitan ser constantemente alabados. Su yo
inseguro requiere del bálsamo de la adulación para sentirse bien.

· Los ofenden porque tienen una muy tenue buena imagen de sí mismos y
todo lo que perturba esa frágil imagen lo toman como agresión.

Pero si nos contentamos con agradar a Dios, no nos molestan nuestras
deficiencias y nuestros defectos. Nos basta tener nuestra suficiencia
en Dios que todo lo puede…a pesar de nuestros defectos, porque
sabemos que a despecho de nuestras deficiencias, Él obra a través
nuestro.

Si uno sabe que ha hecho lo que tenía que hacer, y que la finalidad de
todos sus actos es servir a Dios, no le importa lo que la gente piense
de él, porque la única opinión que realmente cuenta es la de Dios. Y
aunque uno nunca puede satisfacer las demandas de Dios, sabemos que si
actuamos con rectitud de conciencia Él suplirá lo que nos falta.

La virtud de la simplicidad evita ofender a las personas en la
conversación, porque es conciente de que aún con nuestras palabras
debemos amarlas.

Sin embargo, si alguna vez, por excesiva franqueza, uno se expresara de
una manera que pudiera hacerlo quedar mal ante los demás, que pudiera
desmerecerlo, no se inquieta por ello, sabiendo que todo está en manos
de Dios, incluso la opinión que otros tienen de uno.

La simplicidad nos permite alabar a Dios y darle gracias en todas las
circunstancias y por todo lo que nos suceda, aunque sea doloroso, o
desagradable, o contrario a nuestros intereses, pensando que nada
ocurre sin que Dios lo permita. Y si Él lo permite por alguna buena
razón será…que ahora no vemos.

La simplicidad ve a todas las personas, malas o buenas, creyentes o
incrédulas, amigas u hostiles, reposando en el regazo de Dios que las
creó, y que las ama tal cual son, así como nos amaba a nosotros antes
de que nos volviéramos a Él, a pesar de todos nuestros defectos y
errores. Si vemos a la gente en sus brazos no nos ocuparemos en
juzgarlos o en criticarlos. (Sin embargo ¡Cuántas veces lo hago yo!) Si
Dios me amó y fue misericordioso conmigo a pesar de todo ¿como no lo
seré yo también con mi prójimo? (23.04.03)

Por Jose Belaunde

 

 

 

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