Efesios 3:14-21. El texto que se ha leído es una oración de Pablo por la congregación a la que dirige su epístola. El Apóstol se arrodilla delante de Dios Padre rogándole que los creyentes "sean fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu".
El propósito de la oración es lograr que "habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender…cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura.."
Dos veces Pablo había afirmado que el creyente es un templo donde mora el Espíritu Santo (I Cor. 3:16, 6:19). En Efesios presenta al cristiano como un templo donde puede habitar Cristo en cuatro dimensiones. Pero sabemos que existen sólo tres dimensiones, ¿cómo entender lo que Pablo quiere decir?
Si tomamos la imagen del creyente como el Templo del Dios Trinitario podemos comprender mejor la enseñanza de San Pablo. Cuando dice "arraigados y cimentados en amor" (Vrs. 17), se refiere al amor como sostén, raiz o cimiento del templo de Dios que es el creyente. Luego, la cuarta dimensión sería la de la profundidad del amor, hoy no nos ocuparemos de ella. Teniendo claro a qué se refiere la dimensión de profundidad, podemos imaginar las otras tres dimensiones.
Concibo la anchura como la dimensión de la existencia terrenal. Es en esta realidad donde se expresa la problemática psicológica de nuestro ser, diferente en cada uno de nosotros. Nuestra vida de oración tiene que ver con la comprensión de esa anchura. Con la toma de conciencia de la escisión que todos sufrimos entre el sistema consciente y el inconsciente, podremos avanzar hacia una vida más sabia, más santa y más sana.
Concibo la altura como la dimensión de la esencia humana. Aquí la escisión se presenta entre el mundo animal temporal y el espiritual atemporal. Entre la vida humana terrenal y la vida eterna que ofrece Jesucristo a los que le seguimos. A medida de que el hombre tome conciencia de su trascendencia cultivará más su vida de oración para hacer florecer y fructificar su espíritu.
Concibo la longitud como la práctica de la vida de oración. Una actividad que debemos realizar, en forma organizada y sistemática, a lo largo de toda nuestra vida. Los evangelistas presentan a Jesús como un ser escindido entre su humanidad y su divinidad, así lo vemos tanto en las tentaciones del desierto como en Getsemaní. En ambos extremos de su ministerio terrenal la oración es la fuente de Su poder.
Todos nosotros también somos seres escindidos. Es decir, divididos. Hay un Otro que nos habita que, no es otra persona, sino una parte de nosotros mismos. Lo que fuimos, lo que una vez deseamos o vivenciamos está dentro de nosotros, aunque lo hayamos olvidado. Esa parte de nosotros es lo inconsciente. Uno se puede preguntar: ¿Quien era yo mientras soñaba? Yo era el Otro que me habita, el Otro que se permite hacer cosas o decir palabras que despierto no me permitiría hacer o decir.
A ese Otro que nos habita, que no es un ser ajeno a nosotros, sino una parte de los que fuimos se lo suele llamar acción demoníaca o satánica. Pero sólo se trata de una tensión, una escisión existencial entre lo consciente y lo inconsciente.
La realidad de que somos mucho mas complejos de lo que suponemos nos lleva a reflexionar sobre tres dimensiones de la oración que hacen a nuestro ser y nuestro hacer.
LA ANCHURA DE LA ORACION DE UN SER ESCINDIDO EN SU EXISTENCIA
Ya dije que concibo la anchura como la dimensión de la existencia humana terrenal, en la cual se manifiesta la escisión existencial entre lo consciente y lo inconsciente.
No vamos a hilar fino tratando de explicar cómo se relaciona el alma humana con la dimensión inconsciente del psiquismo. Si alguien me pidiera que explicara dicha relación, tendría que responder: "Yo no se". En mi opinión, lo importante es señalar que la oración es como la respiración del alma, que sin oración no podría existir una verdadera vida espiritual. Aunque debemos reconocer que hay muchos que lo intentan.
San Pablo aconseja: "Orad sin cesar" (I Tesal. 5:17). De inmediato surgen preguntas: ¿Es posible orar sin cesar? ¿Podemos orar mientras dormimos? ¿Es posible orar inconscientemente?
a) San Pablo, un hombre del Siglo I, sin tener acceso a los actuales descubrimientos sobre la mente humana, aprehende intuitivamente la realidad de que es necesario orar con la totalidad de nuestro ser.
b) Sólo por revelación divina llegó a semejante concepción de la oración la cual, seguramente, debió parecer absurda para muchos creyentes del pasado. Muchos habrán expresado la imposibilidad de orar sin cesar.
c) Para el cristiano de hoy la oración sin cesar aparece como un desafío.
Lo inconsciente puede conspirar, y conspira, contra la vida de oración del creyente. A veces nos sentimos invadidos por la tristeza o el desaliento sin que podamos darnos cuenta del por qué de esa extraña sensación que nos abate. Cuando esto ocurre en la vida de un creyente solemos escuchar comentarios similares a los siguientes: "Mi oración no llega al cielo". "Mi oración no pasa el techo". "Se rompió la comunicación". "Dios no atiende el teléfono". Etc. Cada creyente tendrá que encarar estas dificultades según su personalidad.
La realidad de la existencia de lo inconsciente nos conduce a la conclusión de que nuestra conducta "voluntaria" no es tan voluntaria como suponemos. Creo que no existe un sólo cristiano que no haya experimentado la angustia producida por sus tensiones internas.
a) San Pablo expresa su angustia de la siguiente manera: "Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. !Miserable de mi! ¿quien me librará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7:22-24).
b) Analizando las epístolas que San Pablo escribió después del texto que hemos leído en Romanos, se puede arribar a la conclusión de que el Apóstol logró superar sus problemas internos. Que su sugerencia en I de Tesalonicenses -una de sus primeras epístolas- de que debemos orar sin cesar le dio resultado.
c) Unos siete años después de Romanos escribió lo siguiente: "Sin mirar a lo que queda atrás, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:13-14). Y uno cuatro o cinco años después de la Epístola a los Filipenses escribió: "Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia…" (II Timoteo 4:6-8).
Es posible, para cualquier creyente, culminar el proceso de crecimiento espiritual del cual San Pablo da testimonio, es cuestión de hacer la prueba cado uno. Hay una promesa del Señor: "Buscad y hallareis" (Mateo 7:7).
LA ALTURA DE LA ORACION DE UN SER ESCINDIDO EN CUANTO A SU ESENCIA
He dicho que concibo la altura como la dimensión de la esencia humana donde la escisión se presenta entre la vida animal, que compartimos con los demás mamíferos y la vida espiritual, que compartimos con Dios.
Una de las cualidades de Dios es la de ser trascendente y al mismo tiempo inmanente. Esto quiere decir que El existe en sí y por sí más allá de nosotros; pero al mismo tiempo se manifiesta en el creyente, es decir, es inmanente.
El ser humano, en cuanto a su esencia, esta escindido. Por un lado forma parte del reino animal y por el otro es imagen y semejanza de Dios.
El hombre es el único ser de la creación que sabe que va a morir y se resiste a la idea de disolverse en la nada. Es como una visagra que abre hacia dos lados. Por uno, a la vida animal, por el otro a la eternidad.
En todos los tiempos y en todas partes, el hombre ha experimentado la intuición que le dice que la vida terrena no es lo último, que existe un más allá del cual es posible participar. La oración es inherente al hombre por cuanto presiente la trascendencia y se siente impulsado a comunicarse con lo Santo, con el Creador.
La Biblia nos muestra como Moisés, al descender del Monte Sinaí, después de haber estado en comunión con Dios, impresionó a todos los que le vieron pues su rostro brillaba con un extraño fulgor, al extremo que tuvo que cubrir su rostro con un velo. (Exodo 34:27-35). El mismo no era consciente del fenómeno que se había producido. Era algo que los demás notaron en él. También hoy los demás notan la diferencia cuando oramos lo suficiente.
Hay muchas personas que no creen en la oración. Pero no es tan lamentable que los incrédulos no crean en el poder de la oración. Lo lamentable es que tantos cristianos actúen como si no creyeran en su eficacia y en su poder.
El ser humano está escindido entre el reino animal y el Reino de Dios. De ahí nuestra confusión y nuestro temor. Mientras más cultivo le conceda el creyente a su vida de oración, más se acercará a lo espiritual; por el contrario, mientras menor sea el cultivo de la oración, más se acercará a lo material.
LA PRACTICA DE LA ORACION A LO LARGO DE NUESTRA VIDA
En el Evangelio según San Juan leemos: "Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré para que el Padre sea glorificado en el hijo" (14:13). A primera vista nos parece que Jesús ha hecho un compromiso formal de concedernos todo lo que pidamos en su nombre.
a) Este y otros textos como Mateo 7:7 y Lucas 11:9, suelen llenar de perplejidad y confusión a muchos creyentes que, habiendo orado por algo, constatan que ha ocurrido lo contrario de lo que habían pedido.
b) Se ora para que un enfermo no muera y muere. Se ora por la victoria sobre las tentaciones y éstas se vuelven más fuertes y en ocasiones nos arrastran. Se ora por el éxito en los negocios y la situación económica empeora.
La cuestión básica, en mi opinión, es preguntarnos: ¿Qué significa orar en el nombre de Cristo. El nos dice: "Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre", pero, ¿qué quiere decir orar en su nombre? Orar en el nombre de Cristo significa poner a prueba nuestra oración. ¿Cómo oró Jesús? ¿Cómo oramos nosotros? ¿Lo hacemos según el modelo que El nos enseño?
La perplejidad y confusión que pueden acompañar a la oración aparentemente no contestada, no es más que una consecuencia de la fragilidad de nuestra fe.
Orar en el nombre de Cristo no significa el uso de "palabras mágicas" que, una vez pronunciadas abren las puertas, como en los cuentos que nos hacían en nuestra infancia. La oración en el nombre de Cristo la puede hacer quien se empeñe en encarnar las actitudes cristianas. Por eso cuando oramos no debemos pedir cualquier cosa.
a) ¿Debemos orar en el nombre de Cristo para que nos vayan bien los negocios? ¿Haría eso Jesús hoy? Si los negocios de los cristianos tuvieran más éxito que los de los paganos…¿no se convertirían algunos por conveniencia? ¿No sería más barato orar que pagar la publicidad? Podemos orar por nuestros negocios como parte de nuestra vida, cuando nos ponemos, con fe, en las manos de Dios. Podemos y debemos colocar todo lo que somos y tenemos delante del trono de Dios, reconociéndonos como sus mayordomos y no como dueños de la Creación.
b) ¿Debemos orar en el nombre de Cristo para que Dios nos conceda la salud? Y si perdemos la salud…¿perderemos también nuestra fe? ¿Acaso no tenemos que morir todos? ¿Para que vivimos? ¿Para que quería Jesús su salud? ¿Para qué la queremos nosotros? Podemos orar por nuestra salud si lo hacemos en el espíritu de Cristo. En armonía con la oración modelo que El nos enseñó, el Padre Nuestro, También si lo hacemos según el modelo de su postrer oración en Getsemaní. Eso significa orar en el nombre de Cristo.
Orar en el nombre de Cristo significa buscar lo que El busca. Es absurdo que pidamos, en el nombre de Cristo, movidos por deseos o intereses egoistas. Orar en el nombre de Cristo significa orar en la forma que El oró y por los asuntos que se encuentran incluidos dentro de una perspectiva cristiana de vida.
a) Cuando medimos nuestras oraciones con la vida de oración de Jesucristo como modelo, entonces dejamos de plantearnos la cuestión de si Dios responde o no nuestras oraciones.
b) Cuando encaramos las situaciones que se presentan en nuestras vidas en una actitud auténticamente evangélica, respondemos adecuadamente a la pregunta: ¿Hago mis oraciones en el nombre de Cristo?
CONCLUSIONES
Jesucristo es nuestro modelo en las cuatro dimensiones que nos presenta San Pablo. La vida y el ministerio terrenal del Señor estuvieron arraigados y cimentados en el amor, tal como se expresa, magistralmente, en Juan 3:16. Su vida tuvo la plena anchura de la existencia y la altura de su esencia. La práctica de la oración le acompañó a lo largo de toda su vida para:
Gozarse en la comunión con Su Padre.
Encarar las dificultades que la vida le presentaba.
Pedir orientación para tomar las mejores decisiones.
Interceder por los que tenían necesidades insatisfechas.
Y enfrentar su propia muerte.
¿Por qué no hacer lo mismo los que hoy somos sus seguidores?
Quiera el Señor que todos podamos cultivar estas dimensiones de la vida de oración para lograr el crecimiento espiritual de cada uno y de toda la congregación.. AMÉN.