Cruza una mirada con el acusado. Sabe que tiene en sus manos el destino de aquél hombre. El tribunal lleno de personas. Semblantes que en su diversidad expresaban expectación, preocupación y un tercer grupo de personas, totalmente indiferentes. El murmullo creía a cada minuto. Y el testigo que sale de un asiento y se dirige al estrado.
Cruza una mirada con el acusado. Sabe que tiene en sus manos el destino de aquél hombre. Ni un gesto, nada. Y todos a la espera de su respuesta. Y el momento no tarda.
El abogado le pregunta si estuvo el día tal, a determinada hora, con su cliente. Un si o un no, determina si queda o no en libertad. Daría sustento a la versión de implicado. Sería la coartada oportuna y perfecta.Y el silencio que lo invade todo, en la fugacidad de un momento que se convierte en una eternidad.
–No lo conozco… y no se de qué me habla…—dijo.
Negarlo fue tanto como dictarle una sentencia. Desconocer largos años de amistad, secretos compartidos en la intimidad de una camaradería, pero llegado el momento, una aseveración contundente: “No lo conozco…”. La justicia fue implacable. El testigo negó a su mejor amigo, echo por tierra la defensa, dejó sin piso cualquier argumento.
Piense ahora que quizá el acusado hubiese sido usted. Que estaría con la esperanza de que en un momento de crisis su amigo más cercano le brindara respaldo y testificara a su favor. Pero recibe una sorpresa desagradable: Aquél en quien confiaba, públicamente le niega, lo desconoce…
Esa misma sensación fue la que probablemente experimentó Jesús en el momento crucial de su juzgamiento, cuando Pedro, uno de sus discípulos más próximos, negó conocerlo… La historia podemos hallarla en el evangelio de Lucas 22:54-62.
Y al igual que Pedro, los cristianos a veces negamos a nuestro amado Señor Jesucristo… ¿Cómo y cuándo lo negamos?
…Negamos a Jesús cuando no asumimos compromisos
Un cristiano sin compromiso es aquél que lucha entre su inclinación al mundo y los placeres que ofrece, y la necesidad que tiene de ordenar su vida, conforme lo establece la Palabra de Dios. Sabe que este camino llenaría su vida pero se deja tentar por la mundanalidad. Esa es la imagen que parecería ofrecernos el apóstol cuando al ser llevado Jesús a casa del sumo sacerdote “Y Pedro le seguía de lejos” (Lucas 22: 54 b).
Si reconoce que su vida cristiana ha sido superficial, posiblemente está experimentando falta de compromiso, y como Pedro, sigue al Señor… pero de lejos… El versículo 55, en el pasaje objeto de nuestro estudio, revela a Pedro mezclado con la multitud. Como pudiera ocurrirnos a usted y a mi cuando no le revelamos a nadie que somos creyentes y queremos pasar desapercibidos, por temor al qué dirán. Cristianos de incógnito son los que abundan en nuestro tiempo…
Nuestra vida testimonia que Jesucristo obró un cambio
Para testimoniar que somos cristianos no es necesario andar cantando coritos, asumir la jerga de santidad que solemos aplicar los evangélicos cuando hablamos y estar citando a toda hora versículos bíblicos. Generalmente quienes desean llamar la atención con sus creencias, llegado el momento no corroboran con hechos lo que dicen sus palabras. A Cristo se le testimonia con nuestras acciones.
A Pedro le reconocieron como seguidor de Jesús, “Pero una criada, al verle sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También éste estaba con él… un poco después viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos… como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo… “(Versículos 56-59).
En Pedro había un sello especial, un distintivo, algo que él no podía ocultar. Sin embargo él estaba empecinado en negarlo. ¿Temor?¡Preocupación por la opinión de los demás…? Cualquiera que fuese la razón, evidenciaba en sus palabras y hechos que era un discípulo, no podía ocultarlo, pero estaba decidido a ocultarlo y negar su condición especial de hombre de fe.