Liberación por medio del Perdón

Cómo entender los fundamentos de la vida cristiana

Todos nosotros hemos experimentado momentos de remordimiento, particularmente cuando hemos hecho algo que viola los principios de Dios. Esos son momentos en los que necesitamos saber que el perdón es una parte esencial de la comunión con Dios.

Quienes no puedan comprender esto podrán pasarse toda la vida presos de sentimientos de culpa y pesar. Aun cuando el perdón les ha sido otorgado en Cristo, ellos luchan con una sensación de insuficiencia debido a algo que sucedió años atrás. El deseo fundamental de Dios es que nosotros experimentemos la liberación que acompaña a toda decisión de aceptar su perdón y su gracia.

Podemos argumentar que nuestro pecado es demasiado grande para que Dios lo perdone, pero eso no es verdad. Dios es superior a cualquier pecado; su amor por nosotros es incondicional y eterno.

La Biblia nos dice que cuando buscamos su perdón, en su fidelidad Él nos limpiará y nos perdonará. «Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).

Dios nos ha amado desde el principio del tiempo y ha designado a Jesucristo para ser nuestro Redentor, Defensor e Intercesor (Isaías 60:16; 25:4; Romanos 8:34; 1 Juan 2:1). En la actualidad Él está a la diestra de Dios como nuestro Abogado perpetuo. Su sacrificio por el pecado, ofrecido de una vez y para siempre, ha conseguido nuestro perdón total (Hebreos 10:14-18).

El Señor Jesús no nos ve y luego decide si somos dignos de merecer su perdón; Él sabe que no lo somos.

Su perdón es incondicional y está basado en su amor eterno por la humanidad y expresado en el sacrificio expiatorio de la muerte de Cristo a favor nuestro. Si hubiera algo que nosotros pudiéramos hacer (o no hacer) para merecer su perdón, entonces el perdón de Dios no estaría basado en la gracia sino en nuestra actuación.

Cómo aprender a perdonarnos a nosotros mismos

A lo largo de mis años en el ministerio he conocido a innumerables personas atormentadas por pecados pasados. No han podido perdonarse a sí mismos completamente. No obstante, la Biblia nos dice que si venimos a Dios para confesar nuestros pecados, El es fiel para restaurarnos.

Literalmente El perdona y olvida. «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados» (Isaías 43:25). Dios jamás trae a la memoria un pecado que ha sido confesado y perdonado. El creyente es libre eternamente de la condenación de Dios una vez que acepta al Salvador (Romanos 8:1). Ya no vive en temor del castigo puesto que Cristo llevó su castigo en la cruz.

Los recuerdos y los sentimientos de culpa que acosan al creyente provienen del enemigo y principal opositor, Satanás, no de Dios. La mejor postura que debemos asumir cuando el acusador ataque es reconocer la posición que tenemos en Cristo como hijos amados de Dios.

El asunto del perdón quedó liquidado en la cruz hace dos mil años. No hay necesidad de implorar o suplicar el perdón de Dios. En el momento en que confesamos nuestros pecados, Dios es fiel para perdonarlos. Sin embargo, muchos consideran que esto es difícil de aceptar, sosteniendo que es demasiado sencillo o que el pecado debe ser pagado con recursos humanos.

El Señor Jesús pagó en el Calvario el precio expiatorio por nuestros pecados. Si nuestra iniciativa pudiera quitar el pecado, no necesitaríamos un Salvador. Por esto es que Dios nos manda venir a El por medio de su Hijo para recibir la limpieza necesaria de nuestros pecados.

En el libro «La sensación de ser alguien», Mauricio Wagner escribe: «Dios es soberano en su autoridad sobre todos los demás.

El es Dios, también es honesto y no esconde de nosotros la verdad acerca de nosotros mismos. El comienza con el hecho de que somos pecadores. ¡Tenemos razón de sentir que no somos nadie! Somos culpables delante de Él, pero Él no se detiene allí. Él ha establecido un medio de perdón y restauración.

Nosotros no podemos hacernos aceptables; debemos aceptar su gracia para sentirnos que verdaderamente somos alguien, que valemos la pena. Al hacerlo, descubrimos que para Dios siempre hemos sido alguien que valga la pena y su gracia pone al descubierto toda una nueva premisa para tener un auto-concepto adecuado».

Un paso importante hacia la verdadera libertad se logra en el momento en que aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos. Hay personas que pasan años tratando de sepultar y cubrir las heridas emocionales del pasado. Quizá obtengan alguna satisfacción al perdonar a otros, pero cuando se trata de perdonarse a sí mismos, el proceso se torna en algo fatal y tenebroso.

El perdón es la base de la vida cristiana. Si hemos de perdonar a otros y seguir adelante en la vida, debemos considerarnos perdonados y amados incondicionalmente por Dios.

Si usted se siente obsesionado por pecados pasados sabrá lo difícil que es gozar de la vida al máximo. Mucha de la depresión que asedia a nuestra sociedad proviene de estar afanándose bajo la enorme carga de la culpa.

Una vez que confesamos nuestro pecado a Dios Él nos perdona y restablece nuestra comunión con Él. Persistir en una actitud que se niega a perdonar es contraproducente. Dios ha borrado el pecado; ya no lo recuerda más (Jeremías 31:34). Nosotros somos los que resucitamos la memoria del pecado perdonado; por consiguiente, nosotros somos los que sufrimos.

Una de las mejores formas que he descubierto para poner fin a pensamientos del pasado es la de escribir una confesión a Dios, firmarla y ponerle fecha. Luego repaso las Escrituras en relación con el perdón de Dios y junto a mi confesión escribo cada versículo en su totalidad.

Al terminar el proyecto leo lo que he escrito y lo que Dios tiene que decir acerca de mí y de cualquier pecado. Luego escribo en toda la página, con letras GRANDES Y CLARAS: «perdonado por Dios», gracias al amor y a la muerte de su Hijo en el Calvario.

Cada ocasión que el enemigo intente sacar a la luz cosas ya viejas, tome una hoja de papel y dígale: «Satanás, me niego a aceptar tus mentiras. El Señor Jesús dijo que tú eras mentiroso y padre de mentira. Basándome en su muerte por mis pecados, afirmo que estoy perdonado por toda la eternidad delante de Dios.

Rehuso y rechazo cualquier intento que pongas en mi camino para lograr que yo dude de lo que Cristo ha hecho por mí. Su muerte es suficiente para pagar por mi transgresión y ahora sé que soy aceptado y amado por Dios».

Declaraciones como ésta afirman nuestra fe en Dios ya que cuando Él ve nuestro deseo de confiar en Él, se apresura a auxiliarnos con ánimo y protección.

El consejero cristiano y autor David Seamands escribe lo siguiente en su libro «La sanidad de los recuerdos»: «Este es otro lugar más en el cual, parados bajo la cruz de Cristo, necesitamos tomar una decisión definitiva de perdonarnos a nosotros mismos y pedirle a Dios que cambie nuestros sentimientos para con nosotros mismos. Tal y como (en Génesis) José lloró porque sus hermanos continuaban auto-flagelándose, Dios está triste porque nosotros no podemos perdonarnos a nosotros mismos».

El perdón, a los ojos de Dios, es el acto de liberar a alguien de una obligación que trajo como resultado de una mala acción cometida contra otra persona.

El pecado del hombre se inició en el Huerto del Edén cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios. El hombre fue separado espiritualmente de Dios y su pecado fue pasado a cada generación. Pero en su infinita bondad Dios concibió un plan para liberarnos de la obligación del pecado.

Sólo al aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador es cuando el poder del pecado es quebrantado y el perdón eterno de Dios es aplicado a nuestras vidas. Por medio de Jesucristo tenemos perdón eterno para todos y cada uno de nuestros pecados.

Esto no quiere decir que dejaremos de luchar contra el pecado. Lo que sí quiere decir es que el pecado ya no tiene derecho a controlarnos. «Ahora, pues, ninguna condenación hay para lo que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Romanos 8:1-2).

En el libro «Viviendo libre en Cristo», el autor Neil Anderson escribe: «Cuando tenemos la vida de Cristo, involuntariamente nosotros llevamos la imagen de nuestro Padre celestial más de lo que nos damos cuenta. Lo cierto es que el Señor nos salvó llevando nuestros pecados sobre sí mismo; por consiguiente, no hay condenación porque somos perdonados».

Uno de los atributos de Dios es el amor; por tanto, Él está motivado por el amor (Jeremías 31:3).

El amor es la razón por la cual el Señor Jesús murió por nuestros pecados. El pecado siempre demanda un sacrificio. La muerte expiatoria de Cristo es el pago suficiente por los pecados de toda la humanidad.

La manera en que recibimos el perdón eterno es reconociendo nuestra pecaminosidad y pidiendo al Señor Jesucristo que entre en nuestras vidas y nos limpie de toda transgresión (Romanos 6:23).

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