Lo mío es tuyo

Dios paga con admirables intereses a quienes ayudan al necesitado.

Demuestra tu sensibilidad ante la necesidad del prójimo. Dios paga con admirables intereses a quienes ofrecen lo que tienen para ayudar a otros.

Lucas 10: 30 nos cuenta: Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.

Los asaltos no son novedad y Jesús aprovechó uno para enseñarnos sobre la generosidad. Este hombre fue víctima de asaltantes. Despojar significa desvestir, desnudar, quitar las cobijas o lo que cubre. Esta palabra se aplica a la dimensión física y espiritual porque hay personas que quitan las vestiduras que cubren el alma de alguien, le hieren, despojan y dejan al descubierto. Los asaltantes tomaron todo y se fueron. Luego aparecen varias personas que toman diferentes actitudes frente al que estaba “medio muerto”. Esta expresión significa que lo golpearon al punto de parecer muerto pero realmente no lo estaba.

Los versos 31 al 33 del mismo pasaje, continúan: Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia.

Nota que El samaritano se acercó a la persona, no al lugar. Analicé la palabra “ver” y en griego, en el contexto de este pasaje significa percibir, aprender y tomar información a través de los sentidos. Esto solamente lo logró quien se acercó y se dio cuenta que el hombre realmente no estaba muerto como parecía. Seguramente lo tocó, le tomó el pulso, lo olió y se dio cuenta que aún respiraba. Solamente acercándonos somos movidos a actuar. Quienes están sentados en su casa viendo en las noticias las tragedias que suceden alrededor, no sentirán la compasión que los mueva a tomar acción y ayudar. En los últimos tiempos hemos vivido desastres de todo tipo, terremotos, maremotos, derrames de petróleo, erupción de volcanes y tormentas tropicales. Para ser movidos a colaborar, debemos aprender a ver y ser sensibles a la necesidad de otros. Dios debe mover tu corazón para actuar, no basta orar, hay que hacer, la gente está necesitada y debemos aportar.

El hombre que fue asaltado venía de Jerusalén, así que era muy probable que fuera israelita, como el sacerdote y el levita que ni siquiera se acercaron a comprobar si estaba vivo. Nuestra generosidad nunca debe condicionarse por la raza, credo o religión de aquellos que necesitan ayuda porque el hambre se manifiesta de la misma forma sin importar de dónde vengamos. El estómago hambriento suena igual en cualquier idioma, así que debemos ayudarnos por igual. Es más, ¡el samaritano ayudó al israelita aún cuando eran pueblos enemigos! Esta es una gran lección de humildad y generosidad.

El verso 34 dice sobre el samaritano: y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.

Además, no escatimó recursos y esfuerzos para bendecir. Seguramente era un hombre de buena posición económica porque el aceite y el vino son figuras de prosperidad. Tenía medio de transporte y seguro era grande porque pudo subir al herido, como si fuera un pick up de doble cabina; también tenía posibilidades para pagar el hospedaje. No se detuvo ante nada. No sabemos con qué le vendó, si tenía algo es su alforja o rasgó su vestido para hacerlo. Dio su tiempo y recursos. Lo mismo necesitamos ahora, gente que aporte recursos y que también ayuden dando su tiempo y esfuerzo. Todos podemos colaborar con mano de obra y bienes, no se trata de salir del compromiso dando algo mínimo sino demostrando que realmente somos sensibles a la necesidad que vemos. Algunos tienen tiempo para ser voluntarios y ayudar, otros tienen recursos económicos para proveer, ambos son importantes para enfrentar las dificultades y se agradecen por igual.

Y el verso 35 relata: Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.

Se nota que el samaritano era un hombre ocupado porque al siguiente día debía irse, ya no podía quedarse a cuidar al herido, se fue a trabajar para poder pagar al mesonero, a quien dejó encargado para que lo ayudara. Éste seguramente lo conocía porque no desconfió de ese hombre que traía a otro gravemente herido, además, aceptó cuidarlo aunque después recibiera el pago completo por sus servicios. Tal vez no tengas tiempo para ir al lugar a entregar víveres al necesitado pero tienes capacidad para producir lo que otros podrán repartir. El que ayuda inspira a otros. Si todos nos movilizamos y nos dejáramos contagiar por la generosidad, seguramente acabaríamos con muchos de los problemas que nos aquejan. Sabemos que Jesús vendrá pronto y es como el samaritano que pagará lo que hagas por el prójimo.

La actitud correcta

En la parábola vemos tres actitudes. La primera es la codicia de los ladrones que los hace pensar: “lo que es tuyo es mío y te lo arrebato”. Esta codicia parece mover al mundo de hoy y es motivo de muchos pecados, incluso del adulterio porque nos mueve a desear lo que no nos pertenece. La biblia dice que no codiciemos la mujer de prójimo porque es un robo buscar algo que no es nuestro.

La segunda actitud es el egoísmo del sacerdote y levita que dijeron: “lo que es mío es mío y nadie me lo quita”. Se sintieron ajenos a la desgracia de ese hombre que fue asaltado y tal vez pensaron que se lo merecía por no hacer caso de las advertencias. Esa actitud de indiferencia y egoísmo nos afecta porque impide que ayudemos a otros y además, recibamos bendición por ello.

La tercera actitud es la generosidad del samaritano que se movió a ayudar a quien lo necesitaba y dijo: “lo que es mío es tuyo, te lo comparto”. Esta es la actitud que debería mover al mundo porque todos somos llamados a ser solidarios y cuidar de nuestro prójimo, tal como este samaritano y el mismo Jesús nos enseñaron. Muévete para ayudar y contagia a otros. El samaritano no le pidió al mesonero que diera algo, pero seguramente al volver, éste le dijo: “es extraño que cuando me trajiste a un necesitado mi negocio se llenó de huéspedes. Me trajiste bendición, así que te cobraré solamente la mitad de lo gastado y yo asumiré la otra mitad”. Me atrevo a hacer esta conjetura porque Dios siempre bendice a quien es de bendición para otros. La Palabra dice que el que ayuda al pobre no le faltará nada.

El Señor paga con intereses

Proverbios 19:17 promete: A Jehová presta el que da al pobre, Y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar.

Esta Escritura es un poco difícil de comprender y aceptar porque nadie piensa que es posible prestarle algo a Dios que nos ha dado todo. Al ofrendar y diezmar, le damos lo que le pertenece, además, todo lo que tenemos viene de Sus manos, sin embargo, para Él, darle al necesitado es prestarle algo que luego nos pagará con creces. Dios siempre ve lo que hacemos con lo que nos da. En mi presupuesto siempre contemplo algo para las viudas y gente pobre. Tengo esa responsabilidad porque he recibido mucho del Señor y aunque no soy capaz de cobrarle, sé que Él tampoco es capaz de dejar de pagar. Esto también me hace pensar en la errónea actitud de quienes se enojan cuando les cobran lo que deben.
Al recibir un préstamo, se llenan la boca en agradecimientos para quienes les ayudan pero no se dan cuenta que esa misma persona se convierte en el acreedor que luego les cobrará con justa razón. Paga lo que debes sin protestar ni maldecir y si tienes algún problema, afronta la situación y preséntate ante tus acreedores a explicar lo que sucede. No te molestes si te cobran porque el que debe tiene la obligación de pagar.
Si quieres ver la mano de Dios, da la cara a quienes les debes y no hables mal, porque una actitud equivocada no te dará derecho a pedir la
ayuda del Señor y por el contrario, provocará que todas las tormentas caigan sobre ti.

Volviendo al tema, Dios está en deuda contigo cuando le das al necesitado y nunca dejará de pagarte aunque tú no le cobres. Nunca podrás decir que le perdonaste una deuda al Señor y por eso tienes derecho a pecar. Eso se llama soborno y no es aceptable ante los ojos de Dios que siempre devuelve el bien que haces y paga admirables intereses. Cuando siento que tarda en pagarme, le digo: “no te preocupes porque sé que los intereses se acumulan a mi favor”.

Cierta vez, mi madre me regañó porque al entrar a mi habitación, descubrió que no tenía sábanas ni colchas para taparme porque las había regalado a quienes no tenían. Ella aún no se había entregado al Señor y se enojó muchísimo conmigo, me regañó de la forma que solamente las madres pueden hacerlo y me dijo: “Si quieres servir al Señor muchos años, debes cuidarte porque muerto no podrás hacerlo. Enfermo no podrás servirle, quédate con algo para cubrirte”. De esa forma me enseñó el balance. Continué dando todo cuanto tengo a pesar que otros me advertían que la gente me engañaba con tal de recibir algo. La motivación de otros no debe interferir con tu deseo de ayudar, cada quién dará cuentas de sus actos y tu deseo de servir no se afecta por la avaricia de quien recibe.

En otra oportunidad me sucedió algo parecido con mi tía Nati, una señora muy especial que me quería mucho y tenía suficiente dinero. Su casa era la mejor, siempre usaba buena ropa y manejaba un carro del año, en su cocina siempre había lo mejor para comer. Yo viví con ella un tiempo y era muy estricta. Decía: “aquí se desayuna a las seis, se almuerza a las doce y la cena se sirve a las seis”. Una noche que quise comer a las siete, me dijo: “este no es un hotel, ahora deberás esperar hasta el desayuno”. Dos veces tuve que buscar mis tenis para jugar voleibol en la basura porque los había dejado junto a la cama y me dijo: “ese no es su lugar, si no los dejaste en el clóset, ve a ver si aún no se los han llevado los de la basura”. Pero también era consentidora en algunas cosas y yo me sentía su preferido. Cuando tenía 11 ó 12 años, me regaló una chumpa beige de cuero italiano hecha a la medida. Yo la lucía orgulloso porque estaba de moda la película “Saturday night fever”. Entonces, todos los días, a las seis de la mañana, pasaba por mi casa un hombre que vendía el periódico. Era muy trabajador, caminaba rápido y siempre llevaba de todos los diarios que se leían en esa época. Una mañana que hacía mucho frío, salí y le regalé mi chaqueta de cuero italiano. No tardó mucho en enterarse mi tía que me llamó: “Carlos (yo sabía que estaba enojada porque me decía mi nombre sólo para regañarme), ¿dónde está la chaqueta que te regalé?”. Le dije que la tenía guardada pero me respondió: “ya me contaron que se la regalaste al señor que vende el periódico”. Claro, la “reportera” del vecindario le había dado el chisme, porque siempre hay una que no se pierde detalle de la vida de los vecinos.
Mi tía también me preguntó: ¿sabes lo que costó esa chaqueta? Seguro que no y por eso la regalaste”. Es mejor no saber el precio de las cosas para no tener miedo de dárselas a otros.

Otra vez, siempre de pequeño, cuando jugaba voleibol, iba a regalarle un par de zapatos al niño de la tienda que cuidaba los carros. Mi madre me dijo que no lo hiciera porque seguramente no calzábamos del mismo número, pero yo no pensaba regalarle un par de zapatos míos, sino que había ahorrado del dinero que me daban para almorzar e iba a comprarle unos nuevos y así lo hice. Cuento estas anécdotas porque ahora, muchas personas se acercan para obsequiarme. Cuando viajo, nunca falta quien me invite a comer y me tratan bien. A veces me llevan a boutiques para que escoja trajes que cuestan mucho dinero y me niego pero las personas insisten. En esos momentos recuerdo aquella chaqueta y digo: “vaya que el Señor me sigue pagando con admirables intereses”.

Nuestro Señor dice que nos pagará con intereses lo que demos al pobre. No lo dudes, recibirás bendición cuando seas sensible a la necesidad de alguien y compartas de corazón y con amor. El mundo está en crisis, muchos países, incluyendo Guatemala necesitan ayuda y debemos movernos para bendecir y recibir bendición.

Marcos 14:7 advierte: Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis.

Los tiempos de necesidad nunca faltan y son oportunidades para recibir bendición. No olvides que dando es como recibimos. Ayuda a tu prójimo y agradece al Señor que te use para bendecir al necesitado. Recuérdale que todo lo tuyo es para ayudar y que jamás le cobrarás porque sabes que nunca dejará de pagarte con lo que ha prometido darte.

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