Discúlpenme si les soy demasiado sincera, si este despliegue de sinceridad hiere sus sentimientos, pero no lo puedo evitar… yo soy así.
Sé que no debería ser tan crítica, cuidar mi lengua y no juzgar tan precipitadamente. Sé que no es bueno lanzar piedras en los tejados ajenos, pero qué le voy a hacer… yo soy así.
Mi falta de modestia puede molestar, e incluso hacer que otros se sientan algo inferiores a mí, es algo que no controlo, porque… yo soy así.
Omito las razones que los demás pueden dar y siempre me posiciono en un lugar superior, no siempre llevó razón, pero me cuesta admitir no tenerla, y que quieren que les diga… yo soy así.
Debería perdonar, hacer caso omiso a este sentimiento de rencor, pasar página y no traer al presente aquello que ocurrió en el pasado, sé que sería sensato hacerlo, pero me es imposible… yo soy así.
Oír esta muletilla al final de algunas afirmaciones, me disgusta, sobre todo si son pronunciadas por personas que han reconocido a Dios como autor y libertador de sus vidas.
Cuando le damos a Dios licencia para guiarnos no podemos excusarnos en el “yo soy así”. Haciéndolo, omitimos su poder en nosotros y conseguimos que nuestro yo predomine sobre Él.
Si Dios es nuestro sustento, fortaleza de nuestras vidas, sanador, redentor, grande y poderoso ¿no será capaz de cambiar aquello que nos condiciona?
¿Por qué coartar su poder y vivir una vida con barreras?
Al afirmar: yo soy así y no puedo cambiar, aludiendo a aspectos de nuestra conducta que no son del agrado de Dios, estamos avergonzando al Padre, lo mandamos a engrosar la lista de “dioses pequeños” que no tiene potestad para transformar vidas.
El Dios en el que yo creo es todopoderoso. Un Dios que escogió a débiles para avergonzar a fuertes, a necios, para avergonzar a sabios.
Condicionar el poder de Dios limita nuestras vidas, hace que aquello que nos resulta insalvable se pronuncie con más vehemencia en nosotros y establezca formas negativas ante nuestra aptitud de cambio.
Si admitimos ser barro en las manos Divinas, nuestro cometido ha de ser someternos a Él y nuestro mayor deseo dejarnos moldear por sus sabias manos.
Todo puede transformarse si estamos dispuestos a dejarnos pulir en el taller del Maestro.
Autores: Yolanda Tamayo
Fuente: Protestante Digital 2012