(Lucas 3:1-20)
INTRODUCCION: María conocía muy bien a Juan el Bautista. El recuerdo de aquel encuentro con Elizabet durante su embarazo, donde la criatura “saltó de alegría en su vientre” y donde Elizabet fue “llena del Espíritu Santo”, estaría muy presente en su mente. Es probable que Jesús y Juan vivieron juntos hasta que el uno se retiró a la vida en el desierto. Lucas como un historiador minucioso tuvo que haber oído hablar de ese otro niño extraordinario.
Seguro que le hubiese gustado entrevistar a la madre del “hombre del desierto”, pero para esa fecha Elizabet tuvo que haber muerto debido a la edad en que concibió a Juan. Sin embargo, y como quiera que sea, Lucas tuvo la información necesaria, y la misma María pudo haber sido la mejor fuente para presentarnos la singularidad del hombre de quien Dios dijo: “He aquí yo envío mi mensajero delante de su faz..” (Mr. 1:2) Tan importante fue para Lucas la introducción de Juan el Bautista en el escenario de la salvación, que ofrece datos exactos con relación a los personajes que estaban haciendo la historia para ese tiempo y con ello dejar claro que esto no fue un invento; que hay un marco de referencia en el gran programa de Dios para la salvación de la humanidad. A Lucas tuvo que haberle cautivado la personalidad del hombre que vino a introducir a Cristo, y a quien este calificó como “el cordero que quita el pecado del mundo”. A lo mejor no era tanto por la vestimenta que tenía o la clase de alimentos que comía, pues no habla de ellos en su libro, pero si por el coraje, el ímpetu y el llamado que hace a los hombres para un verdadero arrepentimiento. Juan el Bautista salió del desierto y fue “por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados” v. 3. La predicación de este hombre -como si se tratara del mismo fuego del desierto- desafiaba a los hombres a tener una crisis consigo mismo; a tener un quebrantamiento del espíritu y a dar verdaderas evidencias de un cambio profundo como consecuencia de un arrepentido sincero. ¡Cómo necesitamos de este mensaje hoy día! Pero me temo que el arrepentimiento que predicó el Bautista está ausente de muchos púlpitos modernos. Pareciera más fácil predicar mensajes donde todos estén contentos, pero que no se toquen las actitudes y comportamientos personales. Ya es sabido de congregaciones donde la palabra arrepentimiento suena extraña y ha venido quedando en desuso. Sin embargo, ningún tiempo había sido tan necesario este tema y tan pertinente que en la presente generación. Si Juan llamó a su gente “¡Oh generación de víboras!”, y entiéndase que la mayoría de ellos eran religiosos, ¿cuál sería el mensaje que él predicaría a la presente generación? Hablemos de ese tema hoy. Dejemos que la vida de Juan nos cautive hasta imitarlo.
ORACIÓN DE TRANSICIÓN: Consideremos el arrepentimiento bajo la perspectiva del más grande de los profetas.
I EL ARREPENTIMIENTO TRAE UN CAMBIO EN NUESTRO ANDAR
La profecía concerniente al mensaje de aquella “voz que clama en el desierto” v.4, la había expresado Isaías unos cuantos años atrás. La riqueza de la literatura profética tiene la característica del buen uso del lenguaje figurado. Las metáforas y las parábolas eran las más comunes por su fácil entendimiento. Note que en los versículos 4-5, el profeta hace un llamado para mejorar la vida a través de la corrección del camino. El “desierto”, donde se dejó oír la voz del profeta, es una representación de aquella vida llena de soledad, de aridez, de sed, de hambre; y sobre todo, de ausencia de auténtica paz así como de felicidad personal. Cinco verbos describen esa gran necesidad. El profeta habla de “preparad… enderezad… rellenará… bajará… allanados”. Eso recordaba que en la antigüedad existían pocos caminos pavimentados. Se requería de la construcción de calzadas de manera que los carros no se atascaran en el barro ni en la arena. Cuando los reyes viajaban, los esclavos tenían que hacer esto. La figura es como si se tratara de un camino que está lleno de monte, huecos, curvas, cerros, etc. y con el uso de máquinas e implementos necesarios para esos fines, lo hace fácilmente transitable. La vida antes de venir a Dios se asemeja a estos caminos. Allí la suciedad, el polvo, los escombros, el basurero, etc., describen una condición de completo abandono. Pero para los que deciden buscar de corazón a Dios, la promesa es: “Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos…” (Is. 45:2a) Esta promesa considera el hecho indiscutible que solamente la intervención de Dios en la vida ayudará en los cambios que son tan necesarios, y que difícilmente por nuestra misma cuenta podremos lograr. A todo esto acompaña la promesa del presente pasaje: “Y verá toda carne la salvación de Dios”v.6. El resultado en nuestro cambio de andar es una segura salvación por parte del Señor. Sin embargo la salvación no nos es dada si primero no ha habido un sincero arrepentimiento. Hay una continua pretensión de querer alcanzar el cielo sin un arrepentimiento adecuado. Cuando Juan el Bautista fue comisionado por la palabra de Dios, lo primero que anunció fue: “Arrepentios, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2) Se le debe a Don Cervantes Saavedra la frase: “Un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma”. De manera entonces, que la cura para corregir los malos caminos y con ellos nuestros malos pasos, nos viene a través de la medicina del arrepentimiento. Sin arrepentimiento no hay perdón ni tampoco restauración. Con el se allana el camino.
II. EL ARREPENTIMIENTO TRAE UN CAMBIO EN LA VOLUNTAD
Para Juan el Bautista, el arrepentimiento no era solamente un lamento y una constricción acompañada con lágrimas. No era una simple “lloradera” por la culpa del pecado. El arrepentimiento según la demanda y visión del profeta, apuntaba a cambios que deberían ser notorios. El imperativo de su llamado era: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento…” v. 8. Tal era la exigencia que Juan habla de un hacha lista para cortar lo que no llevaba fruto v.9. El pueblo que acudió a oír aquel extraño profeta, como si se tratara la resurrección de Elías, fue severamente reprendido por un mensaje que demandaba cambios dramáticos y urgentes. Y es que el arrepentimiento tiene el firme propósito de afectar esa actitud complaciente que se tiene sobre el pecado, el mundo y la carne. Es como si se tratara un hortelano que necesita quitar las piedras, mover la tierra y hasta podar las ramas con la finalidad que de ese trabajo surjan los frutos que se esperan. Muchas veces la “podada” de la vida pasará por un corte doloroso y disciplinario, pero al final se podrán ver los “frutos dignos” de ese arrepentimiento. Hay una tendencia a justificar el pecado, su práctica e influencia en la sociedad actual. En la nueva reinterpretación del mal, a lo bueno se le dice malo y a lo malo bueno. Lo que para muchos es asunto de principios absolutos e inamovibles, para otros es asunto de moral relativa. Pero la palabra de Dios es la misma y contiene el mismo llamado al arrepentimiento. Los “frutos dignos de arrepentimiento” son las señales visibles que lo que pasó en el corazón afectó mi comportamiento, mi voluntad y mi nueva manera de pensar. Tales frutos apuntan a arreglar las cosas con Dios pero también arreglarlas con los hombres. De esta manera, no basta solamente con reconocer que se ha hecho maldad; a lo mejor se debe estar preparado para hacer una especie de indemnización hasta donde se pueda. El pecado no es un asunto liviano. Es necesario hacerle frente desde su propia raíz hasta las mismas ramas. Cuando el pequeño hombre de estatura, llamado Zaqueo, fue confrontado por la justicia de Dios, se dio cuenta que a lo mejor había extorsionado con su oficio como recaudador de impuesto y esto le llevó reconocer la falta, pero a su vez a restaurar donde había fallado. La congregación que acudió a oír al profeta suponía que por ser hijos de Abraham ya el cielo les pertenecía. Juan les confrontó diciendo que lo único que hace a los hombres hijos de Dios no es el pertenecer a una gran herencia religiosa, pues como lo dijo a ellos “Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” v. 8b, sino el “hacer frutos dignos de arrepentimientos”. La misma verdad se aplica para nuestros días. Son los frutos del arrepentimiento los que nos hacen hijos de Dios. Esto se logra con un cambio en la voluntad. Si no hay una voluntad resuelta sobre el pecado, el seguirá reinando en la vida.
III. EL ARREPENTIMIENTO TRAE UN CAMBIO EN LA CONDUCTA
Hay una pregunta en este pasaje que sugiere un cierto quebrantamiento espiritual. El mensaje de Juan no tenía el propósito de entretener al pueblo con un buen sermón y que después regresaran a casa. Había en el una total persuasión que condujo aquella multitud ávida de la palabra divina a preguntarse, «¿qué haremos?» v.10b, 12b, 14ª. Esta es la pregunta más importante que cada hombre debe hacerse cuando es confrontado con el mensaje del cielo. Es la gran pregunta que sale de una conciencia despertada y atormentada por el sentimiento de su propio pecado. La predicación de Juan el Bautista tocó todas las esferas sociales: Fariseos, saduceos, publicanos y soldados. Ellos representaban a los cuatro grupos que tenían una gran injerencia en la cotidianidad de la gente. Sus actuaciones eran reconocidas por los que llegaban a ser víctimas de sus atropellos y de sus conductas dudosas. Los fariseos eran los representas de la ley, pero habían hecho de ella toda una tradición que se convertía en una pesada carga. Los saduceos era una especie de «casta» materialista, quienes oponiéndose a las creencias de los fariseos, habían llevado de igual manera al pueblo a un alejamiento de los valores espirituales más elementales. Los publicanos sin duda eran la clase más odiada, pues en el cobro de los impuestos la mayoría de ellos había hecho sus ganancias ilícitas. Y en el caso de los solados, el pueblo conocía muy bien los atropellos y abuso de autoridad que cometían contra ellos. Estas posiciones le habían llevado a cometer muchísimos pecados, por demás, odiados en la comunidad. De esta manera Juan les predica individualmente y los exhorta a dar un cambio en su conducta. El arrepentimiento tiene esta finalidad. Nadie puede decir que ha se ha entregado al Señor sin que se vean verdaderas señales de su rendición a él. El asunto más serio que confronta el evangelio de nuestro tiempo es la contradicción de vida que viven algunos seguidores del Señor. Tenemos que admitir, hasta con cierta vergüenza, que hay personas que sin llegar a ser cristianos arrepentidos, viven y practican mejor los 10 mandamientos, por ejemplo, que los llamados a *****plirlos por su nueva naturaleza. Y es aquí donde el arrepentimiento debe hacer la obra personalmente. El «bautismo de arrepentimiento» v.3,16, era una señal que mostraba ese cambio de conducta. En un sentido, el arrepentimiento produce un cambio de justicia social y un cambio en la integridad personal. Esa es la esencia del evangelio. Mi conducta debe hablar claramente como hijo de Dios.
IV. EL ARREPENTIMIENTO TRAE UN CAMBIO DE OPINIÓN
Mucha gente pensó que Juan el Bautista era el Mesías por tanto tiempo esperado v.15. Sus características, entre ellas su mensaje de justica social, los estaba llevando a ese reconocimiento. Pero de ninguna manera él aceptó esa posición. Evitó tal tentación respondiendo categóricamente, «¡yo no soy el Cristo!». Se conformó con saber que era solamente un «mensajero delante de su faz» preparando el camino para Aquel a quien el «no era digno de desatar la correa de su pie» v.16. De esta manera Juan reorienta a toda aquella gente a dar un cambio de opinión y de parecer entre él y Jesucristo. Y esto es precisamente la finalidad del mensaje del evangelio. Los hombres necesitan ser confrontados sobre la opinión que tienen acerca de Dios y de su Hijo eterno. Este es el punto más crítico en todo razonamiento humano. La gente cree en Dios hasta donde él se ajusta a sus programas, y hasta donde él puede ser el siervo más que el Señor. Pero hay un virtual rechazo cuando se hable de Jesucristo como su Hijo y Salvador. Para la mente de muchos, el camino escogido por Dios de salvar a esta humanidad a través de un «siervo sufriente», sencillamente es absurda y carente de lógica. Pero vea que la opinión de Juan era toda lo contrario. Él reconoce que su bautismo tuvo el propósito de llevar a los hombres a una confesión pública de sus pecados, pero que Jesucristo, «quien es más poderoso que yo», tendría la misión de bautizar en «Espíritu Santo y fuego». Su mensaje de arrepentimiento tuvo la misión de hacer que la gente cambiara de opinión con relación a él y al hombre a quien les está introduciendo. Juan no dio lugar para que el pueblo llegara a una conclusión precipitada sobre su persona y el Ungido que ellos aguardaban, pero si se adelantó a decir que Jesucristo era el verdadero Mesías esperado por todos. Juan confronta al pueblo a hacer cambios en sus vidas porque aquel que viene detrás de él, ya tiene listo su «aventador en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará» v. 17. Esto habla claramente de un juicio eterno. Quieran los hombres o no, Jesucristo será el medio a través del cual Dios juzgará a este mundo. Es por eso que el mensaje del arrepentimiento se propone traer este cambio de opinión para que en el día final seamos contados como «trigo» y no como «paja». Es necesario un cambio de opinión con relación a Jesucristo. La tragedia mayor para la humanidad será rechazarlo; después será muy tarde.
CONCLUSIÓN: El arrepentimiento fue una de las primeras frases con la que comenzaron el ministerio Juan el Bautista y nuestro Señor Jesucristo. «Arrepentíos y convertíos porque el reino de los cielos se ha acercado», fue el grito que se oyó desde el desierto y fue la voz que se oyó en las calles de Jerusalén. Y es este el mensaje que más debe seguir oyéndose en este tiempo. Es a través del arrepentimiento que vienen los cambios sinceros a la vida cristiana. El arrepentimiento no sólo es un cambio en la manera de pensar pero sí en la en la manera de actuar. Podemos estar convencidos que lo que estamos haciendo está mal, y hasta llorar y compungirmos por ello, pero hasta que no haya un cambio en mi voluntad, mi condición seguirá igual. Eso fue lo que Juan predicó. Eso fue lo que Jesús enseñó en sus bienaventuranzas. Vengamos al Señor totalmente arrepentidos para que él haga los cambios que tanto anhelamos en nuestras vidas. ¡Hagámoslo hoy! Amén.