Salmos 127:3-5 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
3 He aquí, herencia de Jehová son los hijos;
Cosa de estima el fruto del vientre.
4 Como saetas en mano del valiente,
Así son los hijos habidos en la juventud.
5 Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos;
No será avergonzado
Cuando hablare con los enemigos en la puerta.
Los hijos son una bendición de Dios, Él es el creador de la vida y quien da vida a nuestro vientre. A través de los hijos de Adán y Eva, se pobló la tierra. Dios le prometió a Abraham hijos: «Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia» (Génesis 15:5). De su descendencia nació Jesucristo y toda persona que ha nacido de nuevo; somos parte de la promesa dada a Abraham. Dios prometió hijos, bendijo con ellos y continúa bendiciendo a través de ellos.
En el Antiguo Testamento, se consideraba una gran bendición tener hijos y se reconocía a Dios cómo el dador de ellos (Gn. 30:2,18; 33:5; 48:9; Dt 7:13). En la antigua Israel, la importancia de los hijos se puede apreciar en la ley del matrimonio por levirato, que aseguraba la continuidad de la línea familiar (Deut. 25:5-10; Sal. 127:3-5).
Ellos también constituían el instrumento por el que se transmitían las tradiciones antiguas y la Palabra de Dios (Ex. 13:8-9,14; Deut. 4:9; 6:7). Por otra parte, en el Nuevo Testamento, Jesús afirma la importancia de los niños y la relevancia que tienen para Él (Mateo 18:2-14; 19:13-14).
Los hijos son una bendición de Dios, por las tristezas y por las alegrías que nos brindan. Junto a ellos sentimos amor, gozo y compañía. Ellos son parte de nuestro prójimo y los amamos como a nosotros mismos («Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo» Lucas 10:27).
Con ellos experimentamos un amor desinteresado y ponemos en acción todos los frutos del Espíritu («Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley» Gálatas 5:22-23). Por obediencia a Dios, les enseñamos la Palabra de Dios y preparamos sus corazones para que sean seguidores de Cristo (Deut. 6:5-9, Prov. 22:6).
Por otra parte, a través del fruto de nuestro vientre, Dios nos prueba y crecemos en Gracia («Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» Santiago 1: 2-4).
En los momentos difíciles, nos acercan más a Dios mediante la oración y la búsqueda constante de Él. Nos muestran la relación entre el Padre (Dios) y el hijo (Jesucristo). Según Dios nos perdona a través de Jesucristo, nosotros perdonamos a nuestros hijos cada vez que nos fallan. Con ellos, experimentamos dolor pero también vemos la mano de Dios obrando en cada situación.
Demos gracias a Dios por nuestros hijos y por la obra que hace en nosotros a través de ellos («Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» 1 Tesalonicenses 5:18) . A través del llanto y la risa, Dios nos bendice. Recordemos siempre que son herencia de Jehová («He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre» Salmo 127:3).
Como padres, somos responsables en la conducción y formación de nuestros hijos. Hay una tarea que es ineludible. Hay una responsabilidad que no es transferible a nadie más. Como padre tengo que reconocer mi trabajo en hacer de mi hijo un hombre o una mujer que no se avergüence de mí cuando tenga que dar cuenta de su conducta y de su formación. Hijo, ¿estás contento con el padre que Dios te dio, o preferirías que él te hubiese asignado otro?
Hoy hablaremos de la deferencia especial que tiene Dios para los hijos, a quienes reconoce como su “herencia”. El salmista escribió muchos años antes, lo que después Jesús mencionaría como algo muy apreciado para él, cuando dijo: “Dejad a los niños venid a mí y no se los impidáis porque de los tales es el reino de los cielos” (Luc. 18:16). De modo que es un asunto muy serio y de mucha estima cada hijo para el Señor.
Esto plantea un enorme desafío para los que nos hemos titulado como padres. Los hijos no nos pertenecen. Nos han sido prestados para que los eduquemos, pues los mismos son pertenencia divina. ¿Se había puesto a pensar en las implicaciones de cuidar esta herencia? ¿Se había dado cuenta que usted lo es un mayordomo de su familia y que un día tendrá que dar cuenta a Dios de lo que hizo con esa mayordomía?
LOS HIJOS NOS FUERON DADOS COMO UNA ADMINISTRACIÓN DIVINA
Es la herencia de Jehová
Vea que el texto dice: “Herencia de Jehová son los hijos” (Sal. 127:3) ¿Cómo es eso que Dios tiene herencia? ¿Acaso no es él dueño de todo? Si “los hijos son la herencia del Señor”, hemos de saber que ellos son para Dios un asunto muy serio y muy importante. Dios no escogería cualquier herencia para hacerla suya, a menos que la considere en su valor y en su propósito. De modo que si los hijos son su herencia, la responsabilidad que tenemos como padres en su formación física, emocional, profesional y espiritual es muy grande. Considere lo que sentencia este imperativo bíblico: “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Tim. 5:8). ¿Qué tal está la “herencia de Jehová?» ¿Cómo la estamos cuidando?
Es una herencia no transferible
Hay una responsabilidad no transferible en esta herencia. Como padres somos la cabeza del hogar. Nos guste o no este papel, eso es el orden dejado por Dios. Es cierto que algunas veces la mujer ha tenido que
hacer la función de padre, debido a la ausencia del mismo en el contexto del hogar. Pero esto es una excepción, no la regla. De modo que el padre no puede transferir esa responsabilidad a nadie. Él es una especie de sacerdote para su familia. El ejemplo de Job nos ilustra la importancia de esta tarea, tan única y tan especial para todos los que nos llamamos padres.
De él se dice que se levantaba muy de mañana a ofrecer sus sacrificios a Dios por cada uno de sus hijos (Job 1:5). Reconocemos que muchas veces no cumplimos este rol con nuestros hijos. Pudiera haberse quedado en nuestra mente la idea de que nuestra responsabilidad mayor es la de un proveedor, pero no la de un intercesor. En el caso de Job se cumplían ambas funciones.
Es una herencia que puede arruinarse
En la Biblia tenemos el triste ejemplo de un padre a quien se le entregó esta herencia, pero que irresponsablemente la arruinó. Nos referimos al caso de Elí, el sacerdote de Dios (1 Sam. 3:19).
Vivió para servir a otros pero no vivió para servir a sus hijos. Atendió los hijos de otros, pero no atendió a sus propios hijos. Llegaron a estar con él en la adoración, pero no tenían conocimiento de Jehová. Estaban en la casa del Señor pero estaban perdidos para el Señor de la casa.
¡Qué tragedia! ¡Qué pena! Perdidos en el mismo lugar donde podían salvarse. Don Miguel de Cervantes, en su genial obra “Don Quijote”, escribió: “Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así se han de querer o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que, cuando grandes, sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad” (Pág. 2a, cap. XVI). No arruinemos este tesoro divino.
II. LOS HIJOS NOS FUERON DADOS PARA MODELAR SUS CONDUCTAS
En este salmo no sólo vemos el derecho de propiedad que Dios se confiere así mismo con los hijos, sino que llega a considerar como “cosa de estima el fruto del vientre” v.3b. Si la humanidad leyera más este texto no morirían tantos niños antes de nacer. Es una pena tan grande que el fruto del vientre despierte en Dios grande admiración, mientras que muchas madres los aborten sin ninguna estimación. Entonces, ¿qué debemos hacer con ellos? ¿Cuál es nuestro papel como padres frente aquello que es tan estimado para Dios? ¿Cuál es la parte que debemos dar?
Somos llamados a modelar nuestros hijos con el ejemplo
Sin duda que los padres somos los primeros maestros de nuestros hijos. Esos «pedacitos» de vida que llegan a nuestras manos van imitando nuestro comportamiento. Ellos son capaces de reproducir en sus pequeñas vidas actitudes y hábitos que fueron viendo en la “escuela del hogar”.
Se cuenta que un día una joven madre y su pequeño hijo regresaban de la escuela en el auto. El despierto niño le preguntó a la mamá: “Mamá, ¿por qué los imbéciles sólo salen a la calle cuando papá maneja el automóvil?” (503 Ilustraciones, pág. 104). Recordemos que estamos reproduciéndonos en esa “herencia estima de Jehová”. Es una contradicción pedirle a los hijos que hagan lo que nosotros no practicamos. En nosotros no se puede aplicar el dicho, “haced como yo os digo, pero no como yo hago”. Como sea reproducimos en nuestros hijos una «copia fiel» de lo que somos.
2. Somos llamados a modelar a nuestros hijos por medio de la corrección.
Creo que nuestras sociedades han ido de un extremo a otro. Para los que nos formamos en países donde la corrección y la disciplina en el hogar se lograba a “punta de látigo”, los maltratos y las vejaciones que esto pudo ocasionar en la vida de los hijos, puede ser recordado como una época que no debería volver, sobre todo cuando se compara con el mundo en el que vivimos hoy. Pero el extremo de dejar sin castigo o disciplina al hijo, especialmente en sus primeros años de crecimiento, está convirtiendo a nuestra sociedad en un escenario peor que el que nos ofrecieron nuestros abuelos.
El concepto de la sicología moderna que sostiene una disciplina sin la corrección física, no sólo es contrario a lo que la Biblia nos recomienda, sino que es la causante de la formación de hijos soberbios, desobedientes y hasta delincuentes en el seno de la misma familia. Vea lo que la Biblia nos dice al respecto: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Prov. 13:24). La sicología nunca podrá ser mejor maestro para modelar conductas que la Biblia misma. Yo soy amigo de la sicología, pero en materia de formación familiar, ella, no puede estar por encima de la palabra inspirada.
3. Somos llamados a modelar a nuestros hijos por medio del amor.
Todas las cosas que podamos dar a nuestros hijos son buenas, pero ninguna superará al amor. Hay hijos que desesperadamente quieren sentir y escuchar un “te amo” y un “te quiero” por parte de sus padres. Es cierto que a veces nuestra propia crianza, donde nuestros padres no nos demostraron sus afectos, pudiera ser una barrera para dar a nuestros hijos nuestros sentimientos.
Pero también es cierto que cuando conocimos en el amor de Cristo, el mismo nos hizo distintos; de modo que aun nuestra parte afectiva fue cambiada para relacionarnos mejor con nuestros hijos. Nunca será tarde para que le digamos y le demostremos a nuestros hijos cuanto les amamos.
III. LOS HIJOS NOS FUERON DADOS PARA UNA DEFENSA FUTURA
Por seguro que el guardar una herencia siempre tiene sus recompensas. En la Biblia encontramos ejemplos de la forma como Dios “paga” a todos aquellos a quienes les entrega sus bienes para ser administrados.
En la parábola de los talentos (Mt. 25:14-30), dos hombres fueron recompensados por la buena administración que hicieron de lo recibido del amo, mientras que otro fue severamente reprochado por su negligencia. Los que habían duplicado sus “talentos”, de acuerdo a sus capacidades, fueron muy elogiados por el amo, a tal punto de decirles: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” v.21, 23.
Dios no pasa por alto ninguna cosa que hagamos en su nombre (He. 6:10). El texto que produce nuestro tema, nos dice: “Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud” v. 4. El término “saetas” traduce «flechas» en las versiones modernas. Las flechas eran las armas que se esgrimían en las guerras antiguas. Antes que se inventaran las muy sofisticadas armas de fuego, ellas fueron usadas para doblegar a los enemigos.
Nuestros países están llenos de historias sobre el uso de la flecha por nuestros valientes caciques cuando fueron conquistados y finalmente sometidos. Es curioso que a nuestros hijos se les compare como “flechas” defensoras. ¿Qué hay detrás de estas palabras del salmista? ¿De qué nos estaba hablando cuando menciona esto en el mismo contexto de la “herencia de Jehová”? La verdad es que los padres no formamos a nuestros hijos para luego sacar provechos de ellos. Pero una cosa es muy cierta, los hijos que tienen un corazón bondadoso y agradecido serán como “flechas” para sus padres en alguna etapa de su vida.
Abundan muchos testimonios de la continua “defensa” que hacen los hijos a favor de aquellos viejos por quienes ellos vinieron al mundo. Sabemos de hijos que se han hecho cargo de sus padres cuando ya la fuerza de estos perdió la lozanía de la vida. El cuidado de esa herencia “habida en la juventud” puede tener dividendos a largo alcance. Un hijo bien formado será un hijo bien agradecido.
¿Ha oído alguna vez a sus hijos decir, “el que te haga algo a ti tendrá que vérselas conmigo?» ¿Qué está tratando de comunicar realmente el hijo cuando se expresa de esa manera? Como padres somos refugios seguros para nuestros hijos. Algún día los hijos serán refugios seguros para sus padres. Nos conviene cuidar celosamente esta herencia que hemos recibido de Dios.
IV. LOS HIJOS NOS FUERON DADOS PARA EL GOZO DE NUESTRAS VIDAS
El salmista después de usar la figura de la “saeta”, menciona también la “aljaba” que era una especie de caja o recipiente donde eran colocadas las flechas. De manera que si el uso de la flecha era importante, también lo era la aljaba donde ellas eran guardadas.
El saber que se contaban con suficientes flechas para cuando arreciara la batalla traía un sentido de confianza. Note que el salmista usa el término “bienaventurado”, lo cual equivale a dichoso, feliz, alegre, etc. El hombre puede llenar su vida de muchas cosas, tales como: profesión, fama, dinero, diversión y muchos bienes; pero ninguna puede darle más satisfacción que llenar su “aljaba” con hijos.
Los hijos como “plantas crecidas en su juventud” y las hijas “como las esquinas labradas como las de un palacio”, según el salmo (144:12), constituyen el gozo de los padres. Los hijos no debieran ser un “dolor de cabeza” ni una “mancha” de vergüenza en la vida de los padres. Y aquí tenemos que reconocer que si los hijos no son el gozo de nuestra vida ahora, se debió a mi fracaso como padre en el tiempo de su formación.
Es cierto que hay hijos que aun habiendo sido formados bajo el liderazgo de un varón de Dios llegan a ser una pena para sus padres, pero esto no es la norma para resultados semejantes. En todo caso, la tristeza y la pena que un padre tenga por su hijo fue su propia contribución. Pero no es tarde para rectificar. El camino de la reconciliación, perdón y regreso está abierto desde el momento mismo que nuestro Señor Jesucristo murió y resucitó por nosotros.
Hoy es propicio el día para que padres e hijos se reconcilien si este fuere el caso. Nuestros hijos no debieran ser una mala referencia en nuestras vidas. Pero si debieran ser el gozo de nuestras almas. ¿Qué son para ti tus hijos? ¿Una canción de gozo para tu vida, o un aguijón que espolea tu conciencia?
CONCLUSIÓN: Es una cosa muy grande saber que nuestros hijos son una «herencia divina». Eso nos habla mucho de la deferencia que Dios tiene para criatura alguna. Pero si esto es grande, la responsabilidad que tenemos nosotros, a los que se nos ha dado la comisión de ser padres, es muy grande también.
Los hijos no nos fueron dados como una propiedad para disponer de ellos, como bienes que pueden ser gastados o invertidos. Dios nos los dio para administrarlos y moldearlos, de modo que con ello nosotros fuéramos bendecidos.
Pero sobre todas las cosas, los hijos nos fueron dados para ser el gozo de nuestra vida. Padre, ¿es usted un hombre feliz con sus hijos? Hijos, ¿son ustedes felices con sus padres? Recordemos que: «Herencia de Jehová son los hijos…»