Oración y milagros van de la mano

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Si nos atrevemos a creer, los milagros ocurrirán

Fernando Alexis Jiménez

Su historia era demasiado simple; tanto que nadie medía el dolor que había arrastrado desde niño. Reía, lloraba y canturreaba. Todo de acuerdo con su estado de ánimo. Una persona normal, en circunstancias normales, en una ciudad normal. Sin embargo no era feliz.

            Se cansó de recorrer las mismas distancias entre la cama, la mesita de la habitación y una estancia más grande, de barro apretado y cal, que hacía las veces la sala de estar. Parecía estar condenado a lo mismo. Era ciego.

            De niño su madre le describía el hermoso mundo que le rodeaba. Anhelaba poder apreciarlo, pero debía resignarse a imaginar el rostro de chicos que—igual que él—reían mientras jugaban en la calle polvorienta del abigarrado conjunto de casas donde vivía.

            Las sombras se convirtieron en su vida diaria. Nunca sabia cuando la luz del sol bañaba con intensidad el caserío ni el momento en que las sombras de la noche cobijaban todo alrededor.

            El curso de su historia cambió. Fue el día menos previsto. Le hablaron del Señor Jesús. Todos hablaban maravillas de él. Unos decían que era profeta, otros que Elías y muy pocos se atrevían a insinuar que era el Hijo de Dios. Salió a la calle. El murmullo de los curiosos lo atraía. Y aunque no pudiera verlo, aguzó su oído para percatarse de todo cuanto ocurría. “Ahí viene… ahí viene”, gritaron unas mujeres.

            “A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:–Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres?–. —Ni él pecó, ni sus padres—respondió Jesús–, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida.  Dicho esto escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego, diciéndole:–Ve y lávate en el estanque de Siloé (que significa: Enviado). El ciego fue  se lavó, y al volver ya veía” (Juan 9:1-8. Nueva Versión Internacional).

            El Maestro, aquél de quien tanto hablaban, hizo algo que él mismo no esperaba. Pero fue grandioso. Lo más grande que jamás le pudo ocurrir. Dios hizo un milagro. Lo sanó. Le permitió emprender una nueva vida…

¿Por qué un milagro?

Dios obra milagros en aquellos que lo piden. El ciego anhelaba en su corazón ver. El amado Señor lo sabía. Él conoce nuestros pensamientos. Cuando le vio junto al camino, obró en su ser. Hizo aquello que para los médicos de la época y aún en nuestro tiempo es imposible: devolver la vista.

            Cuando ocurre algo trágico en la vida de alguien, el camino que muchos toman se orienta en dos direcciones: la primera, culpar a Dios, la segunda, atribuir a un pecado las situaciones fortuitas que le acontecen.

            El Señor Jesús fue claro al señalar que muchos incidentes, sin aparente explicación, conducen es a que Dios sea glorificado: “—Ni él pecó, ni sus padres—respondió Jesús–, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida”.

            ¿Enfrenta una situación difícil?¿Alguna enfermedad considerada por la ciencia como incurable golpea su cuerpo?¿Considera que no hay salida a su problema? Permítame decirle algo: Está diametralmente equivocado. El Dios en el que usted y yo hemos creído es un Dios de milagros. Él quiere manifestarse en su existencia.

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Las Escrituras nos enseñan que el paso previo a los milagros, es la oración con fe al Padre celestial

Los seres humanos estamos acostumbrados a explicarlo todo a la luz de la lógica. Si algo no encaja en nuestro presupuesto mental, sencillamente no lo aceptamos. Levantamos alrededor una enorme barrera que impide el mover del Señor.

            –Hasta no ve, no creer–, solía repetir una mujer que—tiempo después–, debió rendirse a Dios–: Su hija estaba sumida en las drogas. En medio de la desesperación entregó el problema en manos de Dios. “No sabía qué más hacer, pero encontré que Dios podía ofrecerme una salida. Clamé a Él y Él me escuchó.—

            Sus oraciones se hicieron intensas, perseverantes. Y el Señor honró su fe. Antes de tres meses la chica abandonó sus antiguas amistades y decidió emprender una nueva vida. Estuvo varias semanas en un Centro de Rehabilitación para Adictos, pero sin duda lo que más ayudó, fue su dependencia del Señor Jesús.

            ¿Dónde comienza un milagro? Un milagro comienza con la fe y se alimenta con las oraciones de quienes creen que el Señor puede cambiar las circunstancias. Allí es donde comienza el milagro.

Dios se glorifica con los milagros

Cuando algo literalmente “imposible” se produce en la vida de alguien, Dios es glorificado. Volvamos al caso del invidente sanado por el Señor Jesús. Sus vecinos y los que lo habían visto pedir limosna decían:>>No es éste el que se sienta a mendigar?>> Unos aseguraban:<<Si, es él>>. Otros decían:>>No es él, sino que se le parece>>. Pero él insistía: <<Soy yo>>.–¿Cómo entonces se te han abierto los ojos?—le preguntaron. –Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de barro, me lo untó en los ojos y me dijo:”Ve y lávate en Siloé”. Así que fui, me lavé, y entonces pude ver.”(Juan 9: 8-11. Nueva Versión Internacional).

            Si me lo permite, podría graficarlo de la siguiente manera: nuestro amado Padre se complace obrando milagros. Sí, aunque suene muy “novelesco”. Es un Dios de amor, que sabe de nuestro sufrimiento y que libera su poder cuando lo pedimos en oración.

            El Señor Jesús pudo seguir de largo, sin embargo no lo hizo; se detuvo, llamó al ciego y lo sanó. Él sabía el profundo anhelo que tenía de su obrar milagroso. Y lo hizo.

Para usted también son los milagros

A diferencia de quienes consideran que el tiempo de los milagros ya pasó, estoy convencido por las Escrituras, que “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos”(Hebreos 13:8).

            Él desea manifestarse con poder en su vida. Hoy mismo. Ahora. ¿Qué hacer? Ir al padre en oración. Pídale aquello que necesita. Deseche toda duda y afírmese en el convencimiento de que si está en la voluntad de Dios, aquella petición será atendida. ¡El Todopoderoso responderá!.

            No olvide que los milagros comienzan con la fe y se alimentan con la oración. Si creemos aquello en lo que creemos, ocurrirá. Pero es necesario perseverar en oración. Los milagros ocurrirán. Dios manifestará su poder.

            Si no ha recibido al Señor Jesús, hoy es el día para que lo haga. Ábrale las puertas de su corazón. Le aseguro que no se arrepentirá. Si tiene inquietudes, escríbanos por favor a webestudiosbiblicos@gmail.com o llámenos al (0057)317-4913705

© Fernando Alexis Jiménez

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Publicado el 2014/01/24 en 12:26 am en ORACION   |  Feed RSS |   Responder   |   URL de trackback

Etiquetas: oración de poder