Para El Inicio De Un Nuevo Año

Rev. Julio Ruiz. Éxodo 33:1-23. Ningún asunto es tan importante para la vida del creyente como el que concierne a vivir en la presencia del Señor. ¿Por qué es importante? Porque es a través de ella que podemos hacer el peregrinaje seguro a la “tierra prometida”. Además, porque a través de esa presencia Dios infundiría la más absoluta confianza cuando el pueblo estuviera bajo las asechanzas del enemigo (Dt. 20:1).

Por otro lado, y de acuerdo a la promesa del profeta Isaías, la certeza de la presencia divina nos da la firmeza que aun cuando pasemos por las más diversas pruebas, es allí donde más sentimos que Dios está con  nosotros: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Is. 43:2). Los amigos de Daniel experimentaron exactamente esta promesa cuando fueron lanzados al horno de fuego, y al ser sacados de allí: “…ni siquiera olor de fuego tenían” (Dn. 3). Moisés sabía cuán necesaria era esta presencia. El pueblo de Israel tenía una sensible inclinación a dejar la presencia de Dios por otros dioses. En el capítulo anterior a este, ellos tomaron la decisión de buscar otro guía, representado en un “becerro de oro”, para que les condujera a la tierra prometida. Tal pecado produjo la ira de Dios hasta negarles su presencia en la continuación del viaje por tan grande descarrío. Sin embargo, Moisés, quien si sabía lo que significaba  la presencia divina, tomó la siguiente decisión: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no me saques de este lugar” v. 15. Este debiera ser un texto lema para todo creyente. El inicio de un nuevo año pareciera convocarnos en esta dirección. ¿De qué nos sirve hacer planes y hasta tomar decisiones sino contamos con la presencia del Señor? Veamos, pues, la importancia de un “baquiano”  para el resto del viaje. Consideremos las bendiciones de su presencia para la vida.

 

 

I. NO ES LO MISMO LA GUÍA DE UN ÁNGEL QUE LA GUÍA DE DIOS v. 2

 

 

1. El haber hecho un becerro de oro, pretendiendo que este ídolo llevaría a Israel a la tierra prometida,  condujo a Dios a  tomar la decisión de asignarles un ángel para que les guiara en su viaje (v. 2) La idolatría es un pecado condenable. Este anuncio produjo gran pesar en el pueblo, y sin duda gran preocupación en Moisés, quien no ignoraba que Israel era “de dura cerviz”. Y es cierto que es mejor un ángel que un ser humano para que nos conduzca, pero nosotros sabemos que solamente Dios es todopoderoso, perdonador y misericordioso para que pueda guiarnos en tal difícil viaje.

 

 

2. Es cierto que  los ángeles cumplen tareas divinas, pero solo  Dios conoce la mente y el corazón del hombre para darle una adecuada conducción. Moisés estaba persuadido que sólo la presencia del Dios que les había sacado con portentos y milagros de Egipto era el único que podía conducirles a través del desierto y pelear las batallas que tenían por delante. Ya Moisés había tenido una profunda experiencia con él en el monte Sinaí como ningún otro mortal la ha tenido; además, en este mismo capítulo Dios le va a repetir una y otra vez que Moisés ha hallado gracia delante de él, por lo tanto Moisés sabía que con nadie más podía gozar de una comunión tan íntima como lo sería con su Dios mismo. A un ángel no adoraría como a su Dios. Ellos no permiten eso como lo ha exigido Satanás.

 

 

3. En esto hay una verdad suprema. Un ángel pudiera hacernos compañía, pero por cuanto es una criatura, él no podrá darnos el consuelo que necesitamos. Un siervo de Dios podrá darnos algún consuelo y palabras de aliento, pero sólo Dios es el único que nos pueda dar descanso como se lo prometió a Moisés. Para esto envió el Señor a su Espíritu Santo. Sólo su comunión nos asegura el viaje hacia la misma eternidad.

 

 

II. LA PRESENCIA DEL SEÑOR PUEDE SER INTERRUMPIDA  v. 5

 

 

1. Hay muchas malas noticias a las que tenemos que encarar siempre, pero aquella que escuchó Israel de que ya Dios no les iba acompañar,  no pudo ser peor. Entre ellos tuvo que haber  un estremecimiento colectivo, pues el grave pecado de la idolatría había conducido a Dios a tomar semejante decisión. De hecho, nos dice el v. 4 que cuando ellos escucharon esa mala noticia, “vistieron luto, y ninguno se puso sus atavíos”. No era para menos. Y es que el saber que nuestras faltas hacen separación entre nosotros y Dios tiene que producir un gran dolor en el alma, pues se trata de una ofensa contra el Dios que nos ama tanto. Cuando Adán y Eva pecaron interrumpieron esa presencia de Dios con ellos.

 

 

2. Aquí hay algo que debe ser dicho. Lo único que interrumpe nuestra comunión con Dios son nuestras propias faltas. El salmista lo dibujó de una manera dramática, al decirnos que “si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Salmo 66:18). Contrario a esto, el mismo salmista, después que había ofendido a su Dios, dijo: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17). Ahora la Biblia nos exhorta a no contristar ni apagar  al Espíritu (1 Tes. 5:19; Ef. 4:30). Estos dos pecados interrumpen la presencia del Señor en nuestras vidas.

 

 

3. El pueblo de Israel había cambiado la presencia poderosa de Dios por un becerro de oro que no podía hacer absolutamente nada por ellos, excepto el de haberles conducido a pecar, como lo hacen todos los  ídolos. Cualquier ídolo que tengamos lo único que hace es llevarnos a cometer pecado. Mientras que la presencia del Señor lo único que produce es una vida santa y llena de profundo significado. ¿Qué hay en nuestras vidas que está interrumpiendo nuestra comunión con el Señor?  

 

 

III. LA LEJANÍA DE SU PRESENCIA DEMANDA UNA BÚSQUEDA v. 7

 

 

1. El tabernáculo era el lugar a través del cual Dios manifestaba su presencia. Era allí donde Dios hablaba cara a cara con Moisés y el pueblo era testigo de su gloria cada vez que descendía sobre ellos. Pero debido a su pecado, Moisés decidió sacar el tabernáculo en medio de ellos. El texto dice: “Y Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento” v. 7.  Con esto el pueblo de Israel estaba pagando el precio de su extravío. Los que anhelaban tener un encuentro con él tenían que emprender una búsqueda. Aquello era una decisión seria.

 

 

2. Hay en esto una verdad que sobresale. La comunión con Dios no es un asunto fácil ni se logra con una liviandad espiritual. Con frecuencia requiere de una lucha que hay que ganar contra nuestra propia comodidad. A lo mejor demanda largos tiempos de gemir y de quebrantamiento. Es posible que sea una lucha, tipo Jacob, quien no soltó al varón con quien luchó hasta que no lo bendijo. Israel tenía el tabernáculo dentro de ellos. Esto les daba una gran confianza y al parecer no se preocupaban de nada. Pero ahora se va a comprobar quienes eran los verdaderos adoradores, pues tenían que emprender la búsqueda. Jesús dijo que “los verdaderos adoradores le adorarán en espíritu y en verdad”. Esto plantea una búsqueda que necesariamente no tiene que ver con un sitio en especial. ¿Se ha sentido alguna vez lejos del Señor? ¡Emprenda la búsqueda hoy!

 

 

III. LA PRESENCIA DE DIOS DEMANDA ADORADORES v. 10

 

 

1. Obviamente en esta historia Moisés es el primer adorador. Él disfrutaba del compañerismo divino a tal punto que las Escrituras nos dicen: “Y hablaba Jehová a Moisés cara a  cara, como habla cualquiera a su compañero…” v. 8. La actitud de Moisés como  líder fue determinante para que Israel entendiera que “a Jehová tu Dios adoraras y a él sólo servirás”, pues cuando él tomaba la decisión de ir a lo que era su “retiro espiritual”, el pueblo estaba pendiente de sus movimientos. De esta manera ellos se levantaban de  sus tiendas y en frente de  ellas hacían su “culto de adoración” vv. 8, 9. Es una bendición para una iglesia cuando sus propios líderes son ejemplos de adoración a quienes ellos puedan imitar. Necesitamos levantar al pueblo a la adoración.

 

 

2. La presencia de Dios demanda adoración de parte de su pueblo. El estar consciente de tal presencia tiene que movernos hacia una auténtica adoración. Tenemos que admitir que muchas veces hay tanto “ruido” en nuestras vidas que nos olvidamos rendirnos en adoración a Dios. Cuando otros ídolos, al estilo del “becerro de oro” son levantados, la presencia de Dios pareciera no hacer nada en nuestras vidas que nos haga salir de nuestra propia “carpa” para adorarle. Tenemos todas las razones para adorarle. Contamos con las más variadas formas para hacerlo. Disponemos de las más seguras libertades para adorarle. ¿Por qué pasamos tanto tiempo sin hacerlo? Se nos ha dado el Espíritu Santo, cuya principal función ha sido la de glorificar al Hijo, ¿por qué no adoramos a nuestro Dios? Salgamos hoy de donde estamos, y adoremos al que vive por siempre. Así lo hicieron los ángeles, los pastores y los magos cuando nació el Rey del universo. La presencia  de Dios en nuestras vidas no es solo para suplir, sino para adorarle.

 

 

IV. SIN LA PRESENCIA DE DIOS ES INUTIL SEGUIR EL VIAJE v. 15

 

 

1. El liderazgo de Moisés nos muestra que en la vida espiritual no debe haber tratos a medias. Que para emprender la ruta de un nuevo tiempo, así como Moisés emprendería la ruta hacia la tierra prometida, no debe haber un conformismo con lo que hasta ahora hemos vivido o hemos visto. De manera que cuando él tuvo la experiencia del encuentro cara a cara con el Señor, se atrevió a decirle: “Si tu presencia no va con nosotros, no nos hagas partir de aquí” v. 15. Es como si hubiese dicho: “Señor, si tu presencia no esta conmigo, entonces no iré para ninguna parte. ¡No moveré  un solo paso si no estoy seguro que estas conmigo!”. En esto hay coraje, firmeza y resolución. Este hombre sabía que sin la presencia de Dios en su vida, todas las cosas que emprendieran eran inútiles. Nadie como él para saber que la presencia de Dios en Israel era tan distinta a los dioses de las demás naciones. De modo que sin esa presencia él prefería quedarse al pie de la montaña.

 

 

2. Antes de esta resolución Moisés le había pedido a su Dios que le mostrara el camino v. 13. No podía ser de otra manera. Dios no solo conoce el camino, sino que puede abrir el camino; pero lo que es más importante, él mismo es el camino, según lo diría el mismo Cristo (Juan 14:6). A veces no sabemos que camino tomar. Muchos de ellos son inciertos y llenos de peligros. Solo un baquiano como el Señor podrá conducirnos. Un nuevo año es un camino nuevo a transitar. Desconocemos las sorpresas que aguardan. Es sabio pedir, al igual que Moisés, que Dios nos muestre el camino. Su presencia en el camino es luz para las noches oscuras y frías, y nube arriba sobre el sol avasallante del desierto. 

 

 

3. Y esta verdad  es la misma para la iglesia de hoy. Lo único que nos distingue de los no creyentes es que Dios “está con nosotros”, para dirigirnos, guiarnos, haciendo su voluntad a través de nosotros. Es cierto que las demás naciones tenían sus reyes y gobernantes, quienes dirigían sus leyes y sus ejércitos,  pero a Moisés no le importaba eso. Él sabía que las leyes de su Dios eran insuperables, y que el poder de su Dios para pelear las batallas no era comparable con ninguno sobre la tierra.

 

 

4. Esta debe ser la  resolución de cada creyente. Si la presencia de Dios no nos acompaña en el inicio de un nuevo año, lo demás que hagamos, emprendamos, vivamos… no vale la pena. Muchas veces nos preguntamos por qué no hay victorias y respuestas para lo que hacemos o lo que pedimos al Señor. Deberíamos revisar hasta dónde estoy dejando que la presencia del Señor me guía. La lucha que esto plantea es la  de un Dios que quiere guiarnos para que vivamos victoriosos, y mi propia voluntad que toma la iniciativa para guiar mi vida. Pero vez tras vez descubrimos que nosotros mismos no podemos guiar nuestras vidas. Que ella necesita del “baquiano” a quien debemos seguir un día a la vez.  

 

 

CONCLUSIÓN: La respuesta de Dios para su siervo no pudo ser más alentadora: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” v. 14. Cuando Dios es nuestro “baquiano” tenemos seguridad para hacer el viaje y descanso frente a la presión de lo que está por delante. Pero allí no se quedó todo con Moisés. La próxima petición se eleva a las alturas: “Te ruego que me muestres tu gloria” v. 18. ¡Qué osadía la de este creyente! ¿Acaso no la había visto ya en la montaña y en el tabernáculo? Y note la forma cómo Dios respondió a su otro deseo vv. 19-23. Dios le reveló su gloria para que siguiera el camino, no de una manera sobrenatural como en el Sinaí, sino bondadosa, compasiva y amorosa. Dios le dijo a Moisés: “…verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro”. La única forma de ver y conocer a Dios es siguiéndole. Dios no está interesado en que le “veamos”, pero sí en que le sigamos. Ahora tenemos su Espíritu en nosotros. Jesús dijo que “él os guiará a toda verdad”. ¿Dejaremos que su presencia nos guíe para este nuevo año? ¡Espero que así sea!

 

 

PRIMERA IGLESIA BAUTISTA

 

Delta, 01/01/2006

 

Rev. Julio Ruiz, pastor

 

Mensaje con motivo de comenzar

 

 

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