Rev. Julio Ruiz, pastor
(Ez. 37:1-14)
INTRODUCCIÓN: Ezequiel fue un profeta extraordinario, con un gran coraje, sabio y lleno de imaginación. Su mensaje es diferente al resto de sus compañeros los profetas por el tipo de visiones y revelaciones cargadas de simbolismo. Ezequiel, quien además de profeta fue sacerdote, tuvo experiencias que se describen con variados colores, ruedas dando vuelta, visiones de seres angelicales extraños, luces brillantes y ruidos. En estas experiencias se manifestó la gloria del Señor.
El llamamiento de Ezequiel ocurrió en un momento de dolor y crisis nacional. Dios le dio una visión en un instante de desolación y desesperanza. La voz de su amado Dios le vino en una hora difícil de exilio, deportación y angustia, estando en el campo de los refugiados. Él vivió la magnitud del exilio. Allí llegó Dios, donde se respiraba la preocupación, inseguridad, reinaba la angustia, donde vivía la desesperanza, donde imperaba la derrota. Dios visitó al profeta en el pleno dolor de las realidades de su pueblo, para demostrar su gloria, su poder, su capacidad liberadora y su interés de salvación. Ahora lo ha sacado de sus «oficinas proféticas» y lo ha trasladado a un lugar tétrico, a un valle (no lleno de flores, parques o edificaciones modernas), mal oliente, descompuesto, desorganizado y sin vida. Este pudiera ser uno de los pasajes más descriptivos del Antiguo Testamento. Su sola lectura produce un fuerte impacto. Se puede ver como absurdo, ilógico y una ofensa al proceso natural de las cosas. Un valle lleno de huesos secos, partidos, desorganizados. La verdad es que esta escena seria propia para una película de terror. Imagínese semejante auditórium. Al predicador se le ordenó lanzar un mensaje a esa «congregación». No hubo una alabanza previa que inspirara el mensaje que vendría. No hubo un púlpito como los que usamos. Y desde algún lugar comenzó su mensaje diciendo: «Oíd huesos secos» ¿Qué loquera? Pero aquella escena llega a su máxima expresión cuando los huesos secos comienzan a moverse. Amados hermanos, estos «huesos secos» pudieran representar a las etapas por las que pasa la iglesia del Señor, a aquellos estados espirituales por los que pasa el creyente o a la sociedad donde vivimos. Esta noche, y en función del propósito que nos reúne, hablaremos de nuestra sociedad que vive a espaldas de Dios, a la que hemos sido llamados para predicarle. Cada pastor con su iglesia es responsable por ministrar en medio un «valle lleno de huesos secos». La pregunta que deber ser respondida esta noche es «¿vivirán estos huesos?»
I. PARA QUE VIVAN LOS HUESOS HAY QUE IR DONDE ELLOS MORAN v.1 1. El texto nos descubre una gran necesidad. Nos dice que Dios se fue al valle de los huesos secos, pero esta vez se llevó al profeta. A través de su Espíritu arrebató al hombre del campamento de los refugiados y lo llevó directamente al valle donde había una gran osamenta. Allí le iba a mostrar, no solo la condición de tales huesos, sino la necesidad de darles vida. Esto es significativo porque en la tarea de la salvación del perdido hay una acción divina acompañada de una disposición humana. Porque no puede haber compasión ni amor por las almas, a menos que descendamos al valle donde abunda el dolor y la miseria. Los huesos secos no podrán venir a nuestras congregaciones a menos que tengan vida, y para que tengan vida hay que dárselas. Déjeme decirles esto, que a lo mejor puede sonarles como una herejía. La iglesia no es un lugar para la salvación de las almas, sino que es un sitio donde se equipan los santos para el ministerio. ¿Ha visto usted la iglesia del Nuevo Testamento? ¿Dónde se salvaban las almas? ¿Dónde predicaban a Jesucristo? ¡Afuera! Dios le enseñó al profeta que no se puede ministrar o predicar de lejos, hay que ir donde está la gente. De lejos no se puede predicar; de lejos no se puede servir, de lejos no se pueden escuchar las necesidades del pueblo, de lejos no se puede escuchar la voz de Dios. El más grande problema con los que lucha el Señor en este tiempo es con una iglesia desobediente. Es con una iglesia que no es movida a misericordia. Necesitamos ir donde está la pareja en conflicto, donde están los jóvenes atrapados en sus vicios, donde están los enfermos o los presos, donde está la familia desorientada y sin incentivos en la vida. Tenemos que salir donde está la gente.
2. El texto nos presenta el gran recurso. El profeta descendió al valle de esos huesos, pero no fue sólo. No descendió en sus propias fuerzas. No predicó en la carne ni con la sabiduría humana. Él fue allí guiado por la mano de Dios y el poder del Espíritu de Dios. He aquí la única forma de hacer que los huesos vivan. Solo una vida llena del Espíritu puede traer vida donde hay muerte. Esta sociedad no podrá ser ganada para el reino de Dios a menos que la iglesia deje que la mano de Dios venga sobre ella y la embista del poder de su Espíritu. Esta es la verdad del Nuevo Testamento. Mucho me temo que por una mala orientación de lo que hace el Espíritu Santo, la iglesia ha venido perdiendo su influencia para darle vida a esta sociedad muerte en sus delitos y pecados. El Espíritu Santo es el mismo y nadie tiene sobre Él los derechos de autor o el «copyright». Cualquier creyente que se deja usar por él, movido por su poder, será puesto en el valle de esos huesos secos para que les hable del Dios que puede darles vida. La iglesia es la única institución que puede dar vida espiritual.
II. PARA QUE VIVAN LOS HUESOS SE REQUIERE DE UNA VISIÓN CERCANA v.2 El Señor llevó al predicador al lugar donde había la necesidad. Pero no lo dejó allí. Nos dice el texto que lo hizo pasar «cerca de ellos por todo en derredor». Esto le dio al profeta una visión cercana. Estuvo viendo todo el cuadro; toda la escena. Con mucha frecuencia estamos oyendo de gente que está teniendo visiones y todo tipo de experiencias que se concentran más en sí mismo, en sus propias necesidades, que la de los demás. Me llama la atención que la mayoría de las visiones de la Biblia tienen que ver con la gloria de Dios y con el mundo necesitado. Mientras Pablo estaba en Troas, en uno de sus tantos viajes misioneros, tuvo una visión de noche. Un varón de Macedonia le vino en revelación diciéndole: «Pasa a Macedonia y ayúdanos» (Hch. 16:6-10) Y Pablo fue allí y se dio cuenta que aquella era la gran puerta para llevar el evangelio a toda Europa. Allí había «huesos secos» que necesitaban oír la palabra de Dios. Hermano, ¿cuál es tu visión? Iglesia, ¿cuál es tu visión? Pastor, ¿cuál es tu visión? La visión de Dios está clara y determinada en la Biblia. Él no quiere que nadie se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento. Por eso preguntó al profeta «¿vivirán estos huesos?» ¡Qué clase de pregunta! Hoy parece resonar a través del tiempo la misma pregunta. ¿Es posible enderezar esta generación? ¿Es posible tomar una vida destruida en su mente, en su alma y espíritu y traerla a la vida? La respuesta tiene que ser la del profeta «Señor Jehová, tú lo sabes».
1. El texto nos revela la magnitud de la tarea. Con espanto y asombro el profeta observa que eran «muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera». Algo grande produjo la muerte y descomposición de aquellos cuerpos. A lo mejor una batalla encarnizada entre ambos bandos. Esos huesos desparramados y secos representan a una sociedad que tiene nombre de que vive pero está muerta. Muerta porque cree en cosas muertas. Muerta porque practica toda clase de pecados, tales como: ocultismo, brujerías, Nueva Era, mentiras, lujuria, lesbianismo, homosexualismo, drogadicción, asaltos, secuestros, crímenes, etc. etc. Amados hermanos, es la visión cercana, aquella que brota del contacto con la gente, la que produce en el corazón un anhelo de salvación. Hay mucha gente que salvar. Una gran mortandad espiritual vive en el valle de la perdición.
2. El texto nos habla de un estado deplorable. Huesos descarnados. Consumidos por el frío de la noche y blancos por el inclemente sol de la tarde. Esta es una de las más impresionantes aplicaciones para aquellos estados espirituales. El más elocuente mensaje para alguien que necesita con urgencia una renovación profunda. Para alguien que necesita de vida abundante. Esos huesos en ese estado deplorable es un claro testimonio hasta donde puede llevar una sequía espiritual. Nos muestra los grandes estragos que hace el pecado en la vida de una persona. Hay vidas cautivas por la obra de Satanás quien no tiene la intención dejarlos ir. Hay una sociedad que le ha dicho a lo bueno malo y a lo malo bueno. La era del relativismo que vivimos, donde hasta el mal es relativo, está llevando a nuestra sociedad a un abismo de donde pareciera no tener regreso. El concepto de una conciencia libre es «si te da placer hazlo». Y el consumo de toda suerte de placer, pasando por alto todos los valores morales, nos ofrece un «valle de huesos secos» donde el Señor nos invita a ir para darles vida.
3. El texto nos muestra una condición desordenada. Usted puede imaginarse al profeta caminando en medio de ese cementerio. Allí tuvo que ver cráneos, fémures, costillas, huesos de la mano, de los pies, de la espina dorsal,… en un verdadero estado desordenado. En tal sitio, no solo faltaba vida, sino que había confusión y caos. Mejor visión no puede representar ese cuadro. Una vida sin Dios, no solo está espiritualmente muerta, sino en una marcada confusión. Asistimos a una sociedad enferma y descarriada. Hay vidas confundidas en toda suerte de creencias y en toda clase de vicios. El alejamiento de Dios no puede sino traer esto. El consumo que hace nuestra sociedad de toda clase de creencias pero menos de Dios, en lugar de alimentarla, la consume y la convierte en esos huesos secos. No tiene vida. Se muere y se pierde delante de nosotros.
III. PARA QUE VIVAN LOS HUESOS SE REQUIERE DE UNA PALABRA VIVA v.7 Hay una verdad extraordinaria en este texto. Cada vez que se predica a los “huesos secos” tiene que haber un movimiento interno. Solo la palabra de Dios que es “viva y eficaz” tiene el poder para producir un sacudimiento en la mente, en el corazón y en la voluntad de la persona. Cuando el profeta predicó la palabra se nos dice que hubo un “ruido y un temblor”. Pero lo que es más extraordinario, comenzó a darse un movimiento de organización en aquellos huesos diseminados por todas partes. Se inició un proceso de transformación. De esto decimos lo siguiente.
1. La palabra hace que los huesos muertos se organicen. En esta escena puede verse el primer síntoma de vida. Cuando el profeta levantó su voz y dijo “oíd huesos secos” se despertaron y comenzó un desplazamiento en aquel valle. Cada hueso comenzó a buscar a sus demás partes para conformar el cuerpo. Y es que así trabaja la palabra viva. Ella viene para poner orden donde todo está desordenado. Ella tiene la misión de restaurar lo que se ha perdido. Ahora vea usted el cuadro. Hay un cambio de escena; se pasó de un estado de desorganizado a una multitud de esqueletos. Están reunidos pero están sin vida. Esta escena nos hace ver que la palabra de Dios tiene el propósito de hacer una obra total.
2. La palabra hace que en los huesos secos haya una cobertura interna y externa v.8. El efecto de la palabra pasa de la agrupación a la cobertura total. El profeta vio como los huesos fueron llenándose de tendones. Aquello parecería una clase de anatomía. Se dio cuenta como los ligamentos iban haciendo un trabajo de unificación interna. Son los tendones los que hacen que el esqueleto esté firme. La palabra de Dios trae unidad donde hubo discordia. Fortaleza donde ha habido debilidad. Pero además de los tendones hubo carne y además de la carne hubo piel. La carne llena los vacíos internos. Es la carne la comienza a dar forma al hueso seco. La palabra de Dios tiene la función de llenar los vacíos del alma. Es ella la que hace que el hombre comience a tener propósito, valor y significado. Pero para que esos huesos secos tengan vida se requiere de una cobertura externa. La piel que vino sobre ellos, se encargó de eso. La piel tiene la función de darle belleza al cuerpo. ¡Quítele la piel al cuerpo y va a ver que asunto tan feo hay debajo de ella! Ahora hay un cambio total en aquel valle. Se pasó de una multitud de esqueletos a una congregación de cadáveres. No había depósitos de cadáveres que pudieran retener aquello. Pero, ¿qué diferencia hay entre un esqueleto y un cadáver? ¡Ninguna! Todos están muertos. Todos necesitan vida. A estas alturas el profeta se da cuenta de esto y dice, “pero no había en ellos espíritu” v.8b. La verdad de todo esto es que no habrá una evangelización completa hasta que no haya vida en los corazones.
IV. PARA QUE VIVAN LOS HUESOS TIENE QUE VENIR EL ESPIRITU v. 9, 10 Es posible que el profeta quedó asombrado cuando vio que la palabra profetizada llegó sólo hasta convertir los huesos secos en cadáveres. Pero como Dios no hace un trabajo a medias, anima al profeta para que siga predicando y le dice que debe hacer ahora. “Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre…” y así lo hizo. Obedeció al Señor, predicó esta nueva palabra y entonces “entró el espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies…”. Muchas veces por la dureza del corazón, la palabra pareciera llegar hasta cierto límite, pero a lo mejor necesitamos oír al Señor decirnos sigue adelante; sigue predicando al espíritu… ven de los «cuatro vientos» y da vida a estos huesos secos. El mensaje del evangelio no puede ser completo hasta que no se vea vida donde ha habido muerte. Debemos tener la misma preocupación del profeta cuando vio que los cadáveres no tenían vida. El trabajo de la salvación de las almas es arduo y muy difícil. Hay momentos cuando vemos que la gente toma decisiones, pero parecen quedar en la etapa del cadáver. Como el profeta Ezequiel debemos trabajar hasta que el espíritu traiga vida. Esta es la gran verdad de la Biblia. Cuando Dios creo al mundo se nos dice que la tierra estaba “desordenada y vacía”, pero el Espíritu de Dios “se movía sobre las faz de las aguas”. Cuando Dios creo al hombre, lo hizo del polvo de la tierra, pero tuvo que darle el soplo del espíritu para que pasara de la etapade cadáver y luego llegara a ser un alma viviente. Y Jesucristo dijo: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63) Cuando el Espíritu de Dios llena, levanta al muerto. No importa en que condición se encuentra una persona. Tenemos la promesa de la palabra que si ella es predicada bajo la unción del Espíritu, de esos huesos secos saldrá vida. La iglesia tiene la responsabilidad de predicar a esos «huesos secos». Ella cuenta con el recurso de le Espíritu Santo. La promesa de la palabra sigue vigente: «Pero recibiréis poder, cuando haya venido el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hch. 1:8) ¿Vivarán estos huesos? El profeta respondió «Tú lo sabes»
CONCLUSIÓN: Y Dios no solo permitió que esos «huesos secos» tuvieran vida, sino que pudieran pararse; eso significa que ellos caminaron, saltaron y hablaron. Pero no se quedó todo allí; se nos dice que aquella multitud se convirtió en «un ejército grande en extremo». Amados hermanos, cuando Dios salva a alguien lo constituye en su soldado. No lo salva tan solo para que se vaya al cielo. La visión de una iglesia como un gran ejército marchando es el gran sueño del Señor de la iglesia. Hemos dicho, pues, que para que vivan los huesos hay que ir donde ellos moran; hay que tener una visión cercana; se requiere de una palabra viva; pero sobre todo, para que vivan los huesos tiene que venir el Espíritu a ellos. Para lograr todo esto se requiere de la obra del Espíritu. ¿Estamos dispuestos a dejarnos usar por el Espíritu? ¿Estamos listos para que el nos mueva de nuestra comodidad y nos traslade al valle donde hay gente que necesita de vida? ¿Cuál será nuestra respuesta hoy?