Sed sobrios y velad, Que significa a la Luz de la biblia?

Por Billy Graham. Los predicadores debemos comunicar el evangelio no sólo con nuestros labios, sino también por medio de nuestras vidas. Esta es una prueba visual de que el mensaje que predicamos puede cambiar realmente las vidas. Para que nuestras vidas sean evidencia de la realidad de Jesucristo el autor presenta seis factores para la vida santa del ministro que se deben recordar

La predicación no es el único modo en el que exponemos el evangelio de Cristo.

Nuestras vidas deben dar también testimonio a otros de la realidad de Jesucristo. Quienes influyeron más profundamente en mi vida no fueron necesariamente predicadores grandes y elocuentes, sino hombres y mujeres de Dios cuyas vidas se caracterizaban por su santidad y semejanza con Cristo.

El evangelio no sólo lo debemos comunicar con nuestros labios, sino también por medio de nuestras vidas. Esta es una prueba visual de que el mensaje que predicamos puede cambiar realmente las vidas.

Nuestro mundo actual está buscando hombres y mujeres llenos de integridad, para utilizarlos como comunicadores que respalden su ministerio con sus propias vidas. Nuestra predicación nace de lo que somos. Estamos llamados a ser gente santa –separados de las maldades morales del mundo.

La Biblia ordena: «Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir» ( 1 Pe. 1.15). El Apóstol Juan escribió: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn. 1.15-17).

Me parece que un evangelista, y también pastores, se enfrentan a las tentaciones, en forma especial, en tres campos: el orgullo, el dinero y la moral. Había también tres zonas de tentación en el versículo que acabamos de mencionar: primeramente, el deseo de la carne; en segundo lugar, el deseo de los ojos, y en tercero, la vanagloria de la vida. Esos campos son llamamientos al mal uso de los apetitos naturales.

Esos son exactamente los puntos que utilizó Satanás para tentar a Eva en Gn. 3.4-6, y a Jesús, en Mt. 4.1-11. Eva cedió ante la tentación, pero nuestro Señor Jesucristo, debido a que estaba lleno del Espíritu Santo y citó la palabra de Dios, venció las tentaciones de Satanás. Jesús declaró: «Vosotros sois la luz del mundo… Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt. 5.14-16). Pedro advirtió: «Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras» (1 Pe. 2.12).

Las normas de vida y conducta para quienes se dedican a los ministerios de Cristo están enraizadas en los patriarcas, los líderes y los profetas del Antiguo Testamento. Fueron aprobados por Dios por el modo en que vivían. Esto no quiere decir que fueron perfectos. La Biblia es absolutamente franca en lo que se refiere a sus pecados y fracasos. Indica todos éstos, a veces con muchos detalles embarazosos, para que aprendamos de ellos y evitemos sus fallas (Ro. 15.4).

Jesús mismo recibió la aprobación de Dios, porque como hombre experimentó las mismas tentaciones reales que el resto de los seres humanos; sin embargo, fue sin pecado (He. 4.15). Sigue siendo para todos nosotros el modelo de santidad y pureza moral.

Al iniciarse su ministerio, en el Sermón del Monte, Jesús les dio enseñanzas a sus discípulos sobre la puerta estrecha y el camino difícil que lleva a la vida (Mt. 7.13-14). Nos advirtió en contra de los falsos profetas. Dijo que los árboles buenos producen buenos frutos; pero los malos no pueden dar frutos buenos. A continuación, les advirtió a sus discípulos contra los que, en su nombre, profetizaban (o evangelizaban), expulsaban demonios y realizaban milagros; pero no ponían en práctica su Palabra. Dijo que serán rechazados y no entrarán al reino de Dios. (Mt. 7.15-23).

Pedro y Judas advierten contra los falsos maestros corrompidos por la sensualidad, la codicia, la inmoralidad y la impiedad (2 Pe. 2; Jud.).

La prueba de la verdadera fe

La prueba de la verdadera fe se expresa mediante una búsqueda interna de piedad en todos los campos de la vida. Tenemos que ser santos, como el Dios que nos llamó es santo; debemos de estar apartados para El en toda nuestra conducta.

Aun cuando Timoteo era un joven que parece que se ocupó de un ministerio pastoral, el Apóstol Pablo lo exhorta a ser «ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza» (1 Ti. 4.12). Nuevamente, en su segunda epístola a Timoteo, el apóstol le recuerda su llamamiento santo, para un servicio singular a Dios que exigía una vida ejemplar (2 Ti. 1.6-9; 2.1-26).

En su epístola a los efesios, Pablo advirtió: «Pero fornicación y toda inmundicia o avaricia ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos» (Ef. 5.3). «Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia», les escribió a los tesalonicenses, «sino a santificación. Así que, el que desecha esto no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo». (1 Ts. 4.7-8).

En mis viajes por todo el mundo he descubierto que se presentan dudas sobre diferentes normas de conducta. A menudo, se trata en gran parte de diferencias culturales que no tienen ninguna relación con los temas morales básicos. Lo más importante de todo es que Dios desea que le agrademos a El y que seamos ejemplos de Cristo. Con este objetivo, hay diversas cosas que tenemos que recordar.

Es peligroso interpretar la Biblia de tal modo que se justifiquen o excusen nuestros pecados

En primer lugar, se nos aplican en la actualidad las normas apostólicas de santidad y pureza. Es peligroso interpretar la Biblia de tal modo que se justifiquen o excusen nuestros pecados, pretendiendo que algunos de sus mandatos relativos a la conducta sólo se aplicaban a la cultura del primer siglo. A este respecto es importante estudiar pasajes tales como el de 1 Co. 10.1-15, para el modo en que Pablo aplicó los mismos principios de vida santa que se referían a los hijos de Israel de varios siglos antes.

De hecho, dijo: «Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos» (1 Co. 10.11). Gracias a Dios, añadió: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (1 Co. 10.13).

Jesús murió en la cruz por nuestra naturaleza pecaminosa

En segundo lugar, Jesús murió en la cruz por nuestra naturaleza pecaminosa, al igual que por los pecados que son el resultado de ella. Teniendo esto en cuenta, debemos permanecer tan alejados del pecado como sea posible (en lugar de tratar de ver hasta que punto podemos acercarnos sin vernos atrapados).

Se cuenta el relato de un rey medieval que deseaba descubrir cual era el hombre mejor preparado para ser su cochero. Escogieron a tres hombres como los mejores de todo el reino. A continuación los llevó a la cumbre de un cerro y les pidió que condujeran los coches a lo largo del camino accidentado con una caída vertical de más de trescientos metros. Los dos primeros cocheros condujeron sus vehículos con toda la rapidez posible y tan cerca del borde como les resultó factible, demostrando la pericia con la que podían maniobrar sus coches, incluso cuando estaban muy cerca del borde del precipicio. El tercer cochero condujo su vehículo con rapidez, pero a varios metros de distancia del borde de los acantilados. Este último fue el escogido.

En las dos epístolas de Pablo al joven Timoteo, le aconsejaba que «huyera» realmente de las tentaciones (1 Ti. 6.11; 2 Ti. 2.22). En otras palabras, establezca toda la distancia posible entre su persona y lo que el diablo pudiera utilizar para destruir su testimonio.

El pecado destruye al cristiano

En tercer lugar, algunos pecados (tales como el orgullo desmedido, la impureza moral, la codicia, la envidia y la ira) pueden ser secretos y permanecer por el momento ocultos a los demás. Exteriormente, puede parecer que todo está bien. Pero destruyen nuestro yo interno, de tal modo que somos incapaces de proclamar el evangelio con toda la libertad y el poder del Espíritu Santo.

Sansón perdió su fortaleza cuando sucumbió ante Dalila, pero no se dio cuenta de ello inmediatamente. Cuando se presentó el enemigo, dijo: «Saldré como otras muchas veces anteriores». Entonces, en uno de los versículos más tristes del Antiguo Testamento, leemos: «Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él» (Jue. 16.20). En muchas ocasiones hemos visto a predicadores que solían ser poderosos, «saliendo como antes»; pero sin darse cuenta de que el pecado les había privado del poder que habían llegado ya a dar por sentado. Esto constituye un espectáculo triste y trágico.

Cada iglesia conoce sus propios males culturales

En cuarto lugar, cada iglesia conoce sus propios males culturales, las prácticas que pertenecían a la vida antigua antes de la conversión en nuevas criaturas en Cristo (2 Co. 5.17). Sin embargo, incluso las culturas y las tradiciones pueden ser flexibles, pero no las normas de piedad, santidad y pureza moral que aparecen en la palabra de Dios. Estas no cambian en ninguna cultura.

Pablo advirtió continuamente a las iglesias a las que envió sus escritos en contra de quienes no heredarán el Reino de Dios. La lista incluye a los que practican fornicación, los idólatras, los adúlteros, los desviados sexuales, los ladrones, los avaros, los borrachos, los burladores y los inmundos (1 Co. 6.9-10; Ga. 5.19-21; Ef. 5.5).

Algunos tienen un pecado favorito

En quinto lugar, algunos cristianos miran a otro hermano que no acepta su pecado favorito y lo tildan de «legalista». No se dan cuenta de que lo que esto significa es añadir nuestras buenas obras a la expiación. Otros, en esta misma categoría, tienen mayor fuerza en lo que se refiere a la piedad social que a la santidad personal. Por ejemplo, es fácil permanecer sentado en un comité y votar ayuda para los necesitados, pero resulta mucho más difícil decir que «no» ante un pecado personal consuetudinario o salir a la calle y dedicarse personalmente al trabajo social.

Si algo está condenado específicamente en la Biblia, como por ejemplo la inmoralidad sexual, podemos estar seguros de que es malo. Por supuesto, la tentación no es un pecado. Hay cosas en la Biblia que no se mencionan realmente por su nombre; pero sabemos que son malas. En cierta ocasión cuando estaba estudiando en el Wheaton College, me dieron una regla muy apropiada al respecto. En esa época, el presidente, el doctor V. Raymond Edman, solía aconsejar: «Si tienen dudas, no lo hagan. Cuando duden, abandónenlo».

El cristiano esta sujeto con frecuencia a tentaciones

En sexto lugar, debemos entender que una persona llamada al ministerio del evangelismo, está sujeta con frecuencia a tentaciones especiales. Esto, en parte, se debe a que Satanás odia la proclamación del evangelio y lanzará a sus fuerzas del mal a la batalla, con una intensidad especial, tratando de bloquear la obra de Cristo. El diablo hará todo lo que pueda para infundirnos dudas o comprometer nuestros mensajes, o bien, para que cometamos pecados o nos veamos impedidos para avanzar, debido a cosas triviales.

Apelará a nuestro propio orgullo personal para hacernos creer que somos autosuficientes, con el fin de que dependamos menos de Dios. Recordemos la advertencia de Pedro (que sabía él mismo lo que significaba el fallar y ceder a las tentaciones de Satanás) «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo; como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe» (1 Pe. 5.8-9).

Esta advertencia se aplica tanto a los evangelistas como a todos los demás. Los viajes constantes, las asociaciones con personas distintas, las tentaciones de estar en el primer plano de la atención, la tentación de la irresponsabilidad financiera y muchas otras cosas similares, pueden hacer que el evangelista peque y destruya su ministerio. Debemos llevar vidas de santidad y pureza moral, sabiendo que somos ejemplos de Cristo ante la iglesia y el mundo.

He visto consecuencias trágicas en jóvenes evangelistas que no lograron resistir las tentaciones que hemos mencionado. Me acuerdo de uno de ellos, cuando apenas comenzaba a salir al exterior. Tenía un don para el evangelismo que se encontraba por encima del de cualquier otra persona a la que haya conocido o escuchado desde entonces.

Podía conmover y excitar a grandes multitudes y su ministerio estaba teniendo una magnífica respuesta, pero el orgullo y el ego se convirtieron en sus piedras de tropiezo. Esto lo llevó a la inmoralidad sexual. A los cinco años, sufrió una muerte trágica.

Conocí a otro hombre que tenía también un don extraordinario. Cliff Barrows dirigió los cánticos para él durante cierto tiempo. Tampoco ese hombre pudo resistir las tentaciones del mundo. Abandonó a su esposa y sus hijos, terminó en la condición más horrible que es posible imaginarse y tuvo una muerte trágica.

Ha habido muchos, en el curso de los años y en diversos continentes, a los que podría mencionar y que han tropezado debido a Satanás. Por lo común, todo comenzaba con algo que parecía ser muy inocente; pero que llevó a dificultades cada vez más profundas y a pecados crecientes. Su ministerio quedó destruido, sus familias decepcionadas o llenas de dolor, y miles de personas salieron lastimadas.

Que Dios les conceda el poder de Su Santo Espíritu para resistir las tentaciones.

© Billy Graham Evangelistic Association, 1985. Usado con el debido permiso.

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