BASE BIBLICA
1 Juan 5:13
Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.
COMENTARIO
Dios da seguridad de vida eterna a todos los creyentes. Esta seguridad está basada en la fe en Cristo. ¿Por qué el creer en Cristo es una condición para tener vida eterna? Porque el propósito de Dios tocante a la muerte de Cristo fue con el fin de pagar una deuda que nosotros no podíamos pagar. Esa deuda era el pecado.
Tengo por experiencia que los que tienen problemas con la doctrina de la seguridad eterna tienen un concepto distorsionado de lo que sucedió en la cruz. Quizá esto parezca como que estoy criticando, pero más bien, estoy algo desconcertado.
Al pensar en el Calvario y en el precio que fue pagado para que yo obtuviera la vida eterna, la idea de tener autoridad o poder para deshacer todo eso me parece inconcebible. Lo que un individuo crea acerca de lo que sucedió en la cruz determina lo que cree acerca de la seguridad eterna.
En la cruz el Señor Jesucristo literalmente vino a ser quien llevó nuestro pecado. No sólo lo llevó, sino que también nos dio su justicia (2 Corintios 5:21). Cuando creemos en Cristo recibimos su vida, y El perdona la deuda de nuestro pecado. La muerte de Cristo fue una transacción permanente y gracias a ello también los resultados son el perdón y la vida eterna (Juan 6:40). Nuestra fe en la muerte de Cristo en la cruz como pago por nuestro pecado nos asegura la vida eterna.
La fe es el medio por el cual la obra salvadora de Cristo se aplica al individuo. De manera específica somos salvos al creer que la muerte de Cristo en la cruz cubrió el pago total del pecado.
La base bíblica que apoya esta idea proviene de una construcción gramatical que ocurre una y otra vez cuando se menciona la fe en relación con el perdón y la salvación. Esa construcción consiste del término griego que quiere decir «creer», seguido por una palabrita que se traduce «en».
La combinación de ambos términos es peculiar al Nuevo Testamento. Los escritores se vieron obligados a acuñar una frase nueva para comunicar de manera precisa su mensaje singular (Juan 6:40; ver también 1:12; 2:23).
Los escritores de los Evangelios comprendieron que el Señor Jesús invitó a todo el mundo a hacer algo más que creer en su existencia. Por su propia experiencia sabían que Cristo estaba invitando a los pecadores a depositar su confianza en El, en su vida, en sus palabras y, en última instancia, en su muerte como el pago total por el pecado. «Un momento, replica el escéptico, ¿qué pasa con los pecados que cometemos después de ser declarados libres de culpa?»
Muy buena pregunta, pero piense en lo siguiente: ¿cuáles pecados suyos llevó Cristo en la cruz hace dos mil años? Nuestro Señor, ¿por cuáles de sus pecados sufrió el castigo? Si murió sólo por parte de sus pecados —por ejemplo los que había cometido hasta el momento de ser salvo— ¿cómo podrá obtener el perdón de los pecados que cometa después de eso? ¿No tendría que regresar Cristo a morir una vez más, y de hecho, en repetidas ocasiones?
Si todos nuestros pecados no quedaron incluidos en la cruz hace dos mil años, no hay esperanza para nosotros. Pero Dios nos declaró libres de culpa basándose en lo que hizo su Hijo una sola vez. Fue necesario que Cristo, a diferencia de las ovejas y los machos cabríos, fuera ofrecido sólo una vez y Dios aceptó ese sacrificio para el perdón de todo el pecado humano (Hebreos 9:24-28).
Desde el punto de vista histórico de la cruz, todos los pecados de cada uno de nosotros estaban todavía por cometerse. Si Cristo murió por un pecado, murió por todos ellos. ¿Cuál es la diferencia? El no regresará con el fin de pagar por el pecado (Heb. 9:28).
En la cruz El tomó sobre sí mismo todo el pecado de la humanidad —pasado, presente y futuro. ¿Cómo será posible que alguno cambie todo eso? Si Cristo tomó sobre sí todo nuestro pecado, ¿qué es lo que puede hacer que Dios cambie su veredicto de que no somos culpables? ¡Nada en lo absoluto!
Aplicación
Si rechazamos la seguridad eterna, varias cosas van de por medio. En primer lugar, nuestra seguridad. Si nuestra salvación depende de cualquier otra cosa que no sea la obra consumada por Cristo en la cruz, será difícil vivir con mucha seguridad. Esperanza, sí; pero seguridad, no.
Donde no existe seguridad de haber sido aceptados por Dios, no habrá paz; donde no hay paz, no hay gozo; donde no hay gozo existe un límite para amar incondicionalmente.
Una persona que no tiene seguridad podríamos decir que está motivada parcialmente por el temor. El amor y el temor no se mezclan pues uno tiende a diluir al otro; más aún, el temor se convierte en preocupación. Seamos realistas por unos momentos. Si mi salvación no es un asunto que ha quedado resuelto, ¿cómo podré yo no estar afanado por algo? (Filipenses 4:6).
La falta de seguridad contribuye a la falta de confianza plena.
Además, también va de por medio el perdón. Cuando Cristo murió, ¿por cuáles pecados murió? ¿Usted de cuáles pecados fue perdonado al creer en El como su Salvador? Si los pecados que usted comete después de convertirse pueden anular su relación con el Salvador, esos pecados no quedaron incluidos en el Calvario; en otras palabras, estar perdonado no quiere decir estar perdonado.
El hecho de establecer la diferencia entre pecados perdonados y no perdonados significa hacer una distinción ajena a la Biblia. El tiempo en el cual usted cometió el pecado no viene al caso ya que todos eran futuros desde la perspectiva de la cruz. En la cruz Cristo pagó por todos sus pecados, hasta por los que cometerá en el futuro.
Un tercer aspecto de la doctrina que se ve afectado por el concepto de perder la salvación es el de la salvación sólo por fe. Una vez que introducimos a las buenas obras en el proceso de la salvación, la salvación deja de ser sólo por fe; es por fe y obras. El hecho de implicar que la salvación se mantiene gracias a las buenas obras (o por no pecar) se traduce en tratar de llevar sobre nuestros hombros la carga cotidiana de nuestra salvación.
En ese caso en el cielo habría lugar para gloriarse. Nuestra salvación está basada sólo en la fe y no en una combinación de fe y obras. Debido a la permanencia de nuestra salvación no tenemos la menor duda de la seguridad eterna.
Los creyentes que están inseguros de su relación con Dios tienen dificultad en compartir el amor de Dios con otras personas.
Con frecuencia les es imposible hacer otra cosa que concentrarse en sus luchas. No todos los que rechazan el concepto de ser salvos de una vez para siempre tienen este problema, pero he conocido a muchos para quienes esta es una barrera formidable.
Los anteriores son sólo unos cuantos de los aspectos que se ven afectados por tomar una postura contraria a la seguridad eterna. El asunto no es exclusivamente para ser discutido por teólogos sino que tiene mucho que ver con su vida en estos mismos instantes. El punto de vista que usted adopte tendrá gran impacto en la percepción que tenga de sí mismo, de Dios y de los demás. Por estos motivos ruego al Señor que usted estudie y vuelva a estudiar el asunto hasta quedar convencido de una vez por todas.
EXAMEN DETENIDO
Examinemos dos preguntas relacionadas con la seguridad eterna. La primera es: ¿qué pasa si alguno deja de creer? En otras palabras: ¿podrá mi incredulidad deshacer la promesa de vida eterna? La segunda es: ¿qué quiere decir caer de la gracia? O dicho de otra manera: ¿podrá mi desobediencia ser motivo de que yo pierda mi salvación?
En primer lugar examinemos detenidamente la pregunta acerca de la incredulidad.
Los que creen que la salvación puede perderse con frecuencia hacen una pregunta pertinente acerca de la relación entre la salvación y la fe. Esa pregunta es más o menos como sigue: Si obtenemos la salvación por medio de la fe en Cristo, ¿acaso no tiene sentido que podemos perderla si dejamos de creer? Para contestarla debemos considerar qué es lo que nos salva. Pablo dice que somos salvos por gracia (Efesios 2:8-9), o sea, que el instrumento de la salvación es la gracia. Dios ideó un plan y lo llevó a cabo por medio de Cristo.
Nosotros no tuvimos parte ni merecíamos parte alguna de él; fue por gracia de principio a fin. Somos salvos por gracia por medio de la fe. La frase «por medio de la fe» es importante pero con mucha frecuencia no se entiende bien. «Por medio» es traducción del término griego diá, que tiene la idea de un «medio» o «agencia». La fe fue el agente por el cual Dios pudo aplicar su gracia a la vida del pecador.
La fe es simplemente la manera en que nosotros decimos que sí al don gratuito de vida eterna que proviene de Dios. La fe y la salvación no son la misma cosa, tal y como un regalo y la mano que lo recibe no son lo mismo. La salvación es independiente de la fe. Por consiguiente, Dios no demanda una actitud constante de fe a fin de que seamos salvos —sólo un acto de fe en Cristo.
Usted y yo no somos salvos porque tengamos una fe que perdure sino porque en un momento dado expresamos fe en nuestro Señor.
Notemos cómo termina Pablo el pasaje de Efesios 2:8-9: . . . es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe «La salvación, dice Pablo, es un don, un regalo». No sé usted qué piense, pero yo he aprendido que un regalo que se le quita a alguien no es regalo. Los regalos verdaderos son obsequiados sin condiciones.
Pero quizá usted diga: «¿Qué pasa si lo devuelvo?» Podemos devolver algo sólo si quien lo obsequió lo acepta. En el caso de la salvación Dios tiene una política estricta de no permitir devoluciones. Cristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, ¿por qué desearía recibir lo que vino a obsequiar?
¿Y la fe? La fe es nuestra forma de aceptar el regalo de Dios; es nuestras manos espirituales por las cuales se recibe el regalo en un momento dado. Más aún, la fe salvadora no forzosamente es una actitud sostenida de gratitud por el don de Dios, sino un momento peculiar dentro del tiempo cuando tomamos lo que Dios ha ofrecido .
La vida eterna se recibe por gracia por medio de la fe. Es una transacción que se hace sólo una vez y que no puede deshacerse. Gracias a la naturaleza de la gracia de Dios una vez que somos salvos permanecemos salvos.
Antes de contestar la pregunta acerca de caer de la gracia, veamos nuestra relación con Cristo. Hemos aprendido que la fe es el medio por el cual aceptamos el don de la vida eterna que proviene de Dios. Teniendo en cuenta este punto, permítame preguntarle. ¿Ha habido un momento en su vida en el cual usted ha aceptado el don gratuito de la salvación de parte de Dios?
Cuando yo tenía doce años hice una oración semejante a la que he incluido en este escrito. Si usted no está seguro de ser salvo, ¿por qué no estarlo hoy mismo? Si usted reconoce su necesidad de perdón y cree que la muerte de Cristo hizo posible ese perdón, ya está listo. Ore diciendo: «Dios mío, reconozco que soy pecador. Sé que el pecado me ha ganado la separación eterna de tu presencia. Creo que Cristo murió en mi lugar al morir en el Calvario. Acepto su muerte como pago total por mi pecado.
Lo acepto como mi Salvador. Gracias por salvarme. Te lo pido en el nombre de Cristo. Amén».
Para muchas personas caer de la gracia es sinónimo de la pérdida de la salvación. Esta percepción es bastante desafortunada, así como lo es que la mayoría de las personas con las que hablo acerca de «caer de la gracia» no tienen la menor idea de dónde surgió esa frase ni a qué se refería en sus orígenes.
Para complicar la situación, estas cuatro palabras han llegado a ser una manera común para expresar el hecho de que una persona pierde la amistad de otra o «cae en desgracia». Todo esto ha producido mayor confusión tocante a esta frase que aparece sólo una vez en el Nuevo Testamento y que al ser escrita jamás fue con la intención de ser sacada del texto para convertirla en una máxima teológica.
El libro de Gálatas fue escrito por Pablo para refutar a un grupo de «maestros» que llegaron a Galacia después que él salió. Ese grupo, conocido como «los judaizantes», proclamaba un evangelio distinto al de Pablo. No obstante era lo suficientemente semejante a la enseñanza del apóstol como para confundir a los creyentes de Galacia. Creían y enseñaban que la salvación se obtenía tanto por medio de la fe en Cristo como por guardar algunas porciones de la ley.
Este punto de vista distorsionado tenía como centro la importancia de la circuncisión. La carta de Pablo indica que los judaizantes lograron persuadir a algunos creyentes gentiles a que se circuncidaran para asegurar su salvación (Gálatas 5:2).
Y todo esto, ¿qué tiene que ver con «caer de la gracia»? La preocupación primordial de Pablo no era que los creyentes de Galacia estuvieran cayendo en inmoralidad ni abandonando a Dios inconscientemente.
En cierto sentido era todo lo contrario. Estaban a punto de adoptar una forma de religión que restringiría su libertad aún más y corrían riesgo de entregarse a un estilo de vida que les demandaría más en cuanto a las obras (Gálatas 5:1).
Escuchemos cómo lo expresa en Gálatas 5:4: De Cristo os desligasteis los que por la ley os justificáis, de la gracia habéis caído. En este contexto, caer de la gracia nada tiene que ver con perderse o no tener la salvación. En este pasaje lo opuesto a la gracia no es dejar de ser salvo ni perderse, sino intentar ser salvos por las obras de la ley.
Caer de la gracia, entonces, es abandonar el modelo de la salvación por gracia para ser justificado y adoptar el modelo de la salvación por obras. Pablo no estaba amenazándolos con la pérdida de la salvación, sólo con la pérdida de la libertad (Gálatas 5:1); no dijo que estaban cayendo de la salvación. Su preocupación se debía a que estaban alejándose o desligándose del sistema de la gracia de Dios lo cual les llevaría directamente a la frustración de vivir bajo la ley. Quizá podremos caer de la gracia, pero jamás de la salvación. Nada podrá separarnos del amor de Dios (Romanos 8:37-39).
PALABRA FINAL
Al alma que anhela la paz que hay en mí
jamás en las luchas la habré de dejar;
Si todo el infierno la quiere perder,
¡yo nunca, no, nunca la puedo olvidar!
Himno «Cuán firme cimiento se ha dado a la fe»
Versión en español de Vicente Mendoza.
Tomado del capítulo: «Seguridad eterna», del libro «Una travesía gloriosa», por el Dr. Charles Stanley, pp. 171-175. Traducción del Dr. Pablo E Pérez