Con frecuencia he oído decir que quienes deciden prepararse en un seminario (para ser pastor/misionero/obrero) es porque ha decidido “servir a Dios”. La ecuación es sencilla, ser pastor/misionero = servir a Dios. El problema está en que a veces se usa un lenguaje excluyente: ser pastor/misionero = servir a Dios; por tanto, quien no es pastor/misionero = no sirve a Dios. Aunque nadie conscientemente lo diría (aunque algunos sí lo dicen con todas sus letras), se afirma tácitamente. Por ejemplo, la expresión “siervo de Dios” en muchas iglesias está reservada exclusivamente para quienes son pastores/misioneros. Se da por sentado que quienes no son pastores o misioneros no son «siervos de Dios». Esto se hace evidente aún más porque no se suele usar este epíteto con todos los hermanos regularmente, y si se usa con algún hermano que no es pastor ni misionero es con un tono de elogio. Ser “siervo de Dios” en algunas iglesias es el equivalente a un “Doctor honoris causa”.
El concepto de ser “siervo de Dios” ha perdido su contenido bíblico de ser esclavo de Dios, algo que describe a todo creyente. Permítaseme citar:
Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios [δουλωθέντες δὲ τῷ θεω], tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (Ro. 6:22)
no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo [δοῦλοι Χριστου], de corazón haciendo la voluntad de Dios; (Ef. 6:6)
como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios [θεοῦ δοῦλοι]. (1P. 2:16)
La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos [τοῖς δούλοις αὐτοῦ] las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, (Ap. 1:1)
porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos [τῶν δούλων αὐτοῦ] de la mano de ella. (Ap. 19:2)
Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos [οἱ δοῦλοι αὐτοῦ], y los que le teméis, así pequeños como grandes. (Ap. 19:5)
Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos [οἱ δοῦλοι αὐτοῦ] le servirán, (Ap. 22:3)
Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos [τοῖς δούλοις αὐτοῦ] las cosas que deben suceder pronto. (Ap. 22:6)
La solución no es dejar de usar esta expresión (“siervo de Dios”), sino darle el sentido y el alcance bíblico. Es decir, que no es un título honorífico al estilo secular. “Siervo de Dios” designa nuestra condición de esclavos sujetos y pertenecientes a Dios. No estoy en contra de referirnos a pastores/misioneros como “siervos de Dios”. El problema es cuando se usa únicamente con ellos excluyendo a quienes no son ni pastores ni misioneros. La expresión “siervos de Dios” se aplica a todos los verdaderos creyentes pues somos esclavos de Dios.