TIEMPO DE SIEGA

«¿No es ahora la siega del trigo?» (1ª Samue1 12:17).
No observaré el contexto aquí, sino que sencillamente tomaré estas palabras corno lema, y ni sermón se basará sobre un «campo de siega». Prefiero emplear la siega para un pasaje antes que cualquier pasaje que encuentre aquí. «¿No es ahora la siega del trigo?» Supongo que los moradores en las ciudades piensan menos en los tiempos y sazones que los habitantes del campo.

Los que nacen, se crían y alimentan entre campos de trigo, siegas, siembras y cosechas serán más susceptibles de darse cuenta de estas cosas que vosotros, que siempre estáis dedicados a las empresas mercantiles, y que pensáis menos en estas cosas que la gente del campo. Pero supongo que si bien es casi necesario que le prestéis menos atención a la «siega» que otros, no deberíais ir demasiado lejos en este olvido. No nos olvidemos de «los tiempos y las sazones»; hay mucho que aprender de ellas, y quisiera refrescar vuestras memorias esta mañana por medio de un campo listo para la siega. ¡Qué templo más maravilloso es este templo más maravilloso es para una mente espiritualmente iluminada, que puede hacer resplandecer sobre él los recursos del intelecto y la iluminación del Espíritu Santo de Dios! No hay una sola flor en él que no nos enseñe una lección; no hay una sola onda o retumbar de un trueno que no tenga alguna lección que damos a nosotros, los hijos de los hombres. Este mundo es un gran templo; y así como sabéis, cuando atravesáis un templo egipcio, que cada marca y figura en el templo tiene un significado, así cuando andáis por este mundo habéis de creer que todo lo que os rodea tiene un significado. No es fantasía la idea de que hay «sermones en las piedras»; porque realmente hay sermones en las piedras, y este mundo tiene el propósito de enseñamos por cada una de las cosas que vemos. Feliz el hombre que sólo tiene la mente y el espíritu de recibir estas lecciones de la naturaleza. Las flores, ¿qué son? Son sólo los pensamientos solidificados de Dios, los hermosos pensamientos de Dios en formas visibles. Las tormentas, ¿qué son? Son los terribles pensamientos de Dios, escritos para que podamos leerlos. Los truenos, ¿qué son? Son las poderosas emociones de Dios, que se expresan para que los hombres puedan oírlas. El mundo es sencillamente una materialización de los pensamientos de Dios, porque el mundo es un pensamiento en la mirada de Dios. El lo hizo primeramente en base a un pensamiento que provino de su mente poderosa. Y todo en el majestuoso templo que él ha hecho tiene un significado.

En este templo hay cuatro evangelistas. Así como cuatro evangelistas de las sazones, las cuatro estaciones: la primavera, el verano, el otoño y el invierno.

Primero viene la primavera, ¿y qué dice? Miramos, y vemos que, por el mágico toque de la primavera, unos insectos que parecían muertos despiertan, y semillas que estaban sepultadas en el polvo comienzan a levantar sus formas radiantes. ¿Qué dice la primavera? Da su voz, y le dice al hombre: Aunque estés dormido, volverás a levantarte; hay un mundo en el que existirás en un estado más glorioso; eres ahora sólo una semilla, y serás enterrado en el polvo, y al cabo de poco te levantarás. La primavera proclama esta parte del evangelio. Luego viene el verano. El verano le dice al hombre: Mira la bondad de un Creador misericordioso: «El hace que su sol resplandezca sobre los malos y sobre los buenos», él rocía la tierra con flores, esparce estas gemas de la creación, hace que florezca como el Edén, y que críe como el huerto del Señor. El verano proclama esto; luego viene el otoño. Esta mañana oiremos su mensaje. Pasa, y en cuarto lugar viene el invierno coronado con una capa de hielo, y nos dice que hay épocas de aflicción para el hombre; señala a los frutos que hemos atesorado en el otoño, y nos dice: Hombre, presta atención a guardar algo para ti mismo -algo frente al día de la ira; atesora para ti los frutos del otoño, para que puedas alimentarte con ellos en el invierno. Y cuando el año viejo expira, su campana tocando a muerto nos dice que el hombre ha de morir; y cuando el año ha *****plido su misión evangelística, viene otro para volver a predicar la misma lección.

Estamos ahora para dejar que el otoño nos predique esta mañana. Uno de estos cuatro evangelistas viene y dice: «¿No es ahora la siega del trigo?» Vamos ahora a considerar la siega, para aprender algo en base a ella. ¡Quiera el bendito Espíritu de Dios ayudar a este débil montón de polvo y cenizas para predicar las inescrutables riquezas de Cristo para provecho de vuestras almas!

Hablaremos esta mañana de tres siegas gozosas y de tres siegas dolorosas.

Primero, hablaremos de tres siegas gozosas que habrá.

La primera siega gozosa que mencionaré es la siega del campo a la que aludió Samuel cuando dijo: «¿No es ahora la siega del trigo?» No podemos olvidar la siega del campo. No es apropiado olvidar estas cosas; no deberíamos dejar que los campos se cubrieran de trigo y llenar con ellos nuestros graneros, y olvidar mientras tanto la misericordia de Dios. La ingratitud, el peor de todos los males, es una de aquellas víboras que anida en el corazón del hombre, y esta serpiente nunca puede ser muerta hasta que la gracia divina entra y rocía la sangre de la cruz sobre el corazón del hombre. Todas las víboras mueren cuando la sangre de Cristo cae sobre ellas. Dejad que os conduzca por un momento a un campo de siega. Veréis allí una lujuriante cosecha, con las pesadas espigas inclinándose hasta casi tocar el suelo, tanto como para decir: Del suelo he salido; me debo a este suelo; a él Inclino mi cabeza, como lo hace el buen cristiano cuando está lleno de años. Y cuanto más fruto tiene, tanto más se inclina hacia abajo. Veis los tallos con sus espigas colgando hacia abajo, porque espigas hubieran sido plagadas y secas; si hubieran sido como el segundo grupo de espigas que soñó el Faraón, muy delgadas y muy escasas, ¿qué sería de nosotros? En la paz habríamos podido recurrir a grandes suministros de Rusia para suplir la deficiencia; ahora, en tiempos de guerra, cuando nada puede venimos, ¿qué sería de nosotros? Podemos conjeturar, podemos imaginar; pero no sé si podemos saber la verdad. Sólo podemos decir: Bendito sea Dios, no tenemos que pensar en lo que hubiera podido ser; pero Dios, viendo una puerta cerrada, ha abierto otra. Al ver que podríamos no conseguir suministros de aquellos ricos campos del sur de Rusia, ha abierto otra puerta en nuestra tierra. Tu’ eres mi isla favorecida, dice él; te he amado, Inglaterra, con un amor especial; tú eres mi favorecida, y el enemigo no te aplastará; y para que no mueras de hambre, por cuanto las provisiones te han sido cortadas, te llenaré los graneros en casa, y tus campos quedarán cubiertos, para que puedas reírte de tu enemigo y escarnecerlo, diciéndole: Pensabas que podrías hacemos desfallecer de hambre y atemorizar-nos; pero aquel que alimenta a las aves del cielo ha alimentado a su pueblo, y no ha abandonado su tierra favorecida. No hay una persona aquí que no tenga un interés en esta cuestión. Algunos dicen que los pobres deberían sentirse dichosos de que haya abundancia de pan. Lo mismo deberían sentirse los ricos. Nada hay que suceda a un miembro de la sociedad que no afecte a todos. Las filas se apoyan unas a otras. Si hay escasez en las filas inferiores, caen sobre las siguientes, y sobre las siguientes, e incluso la reina en su trono siente en cierto grado la escasez, cuando le place a Dios enviarla. Afecta a todas las personas. Que nadie diga, tenga el trigo el precio que tenga: Yo puedo vivir; si no que bendigamos a Dios que nos ha dado más de lo que necesitamos. Vuestra oración debería ser: «Danos hoy nuestro pan diario»; y recordad que por ricos que seáis, tenéis que atribuir tanto vuestras misericordias diarias a Dios como si vivierais de día en día; y a veces ésta es una forma bendita de vivir, cuando Dios les da a sus hijos la porción en un cesto de mano, en lugar de mandársela en masa. ¡Bendigamos a Dios por haber enviado una abundante cosecha! ¡Oh hombre atemorizado, levanta la cabeza! Y tú, descontento, humíllate, y no dejes que tu descontento sea conocido más. Los judíos tenían siempre una fiesta de los tabernáculos cuando llegaba el tiempo de la siega. En el campo siempre tienen una «choza de siega»; y ¿por qué no vamos a tenerla nosotros? Quiero que todos tengáis una hoy, 1Regocijaos! ¡Regocijaos! ¡Regocijaos!, porque ha venido la siega: «¿No es ahora la siega del trigo?» Pobre alma desesperanzada, que se desvanezcan todas tus dudas y todos tus temores. «Te será dado tu pan, y tus aguas serán seguras.» Esta es una gozosa siega.

Ahora bien, la segunda siega gozosa es la siega de cada cristiano. En un sentido, el cristiano es la semilla; en otro, él es sembrador. En un sentido, él es una semilla sembrada por Dios, que debe germinar, crecer y madurar hasta el gran tiempo de la cosecha. En otro sentido, cada cristiano es un sembrador enviado al mundo para sembrar buena semilla, y para sembrar sólo buena semilla. No digo que los cristianos nunca lugar de trigo; y podemos sembrar cizaña en lugar de buen grano. Los cristianos frecuentemente cometen errores, y Dios a veces permite que su pueblo caiga, de manera que siembran pecados; pero el cristiano nunca siega sus pecados; Cristo los siega por él. A menudo tiene que tomar un cocido hecho con las amargas hojas del pecado; pero nunca cosecha su fruto. Cristo ha llevado el castigo. Sin embargo recordad, hermanos, si pecamos contra Dios, que Dios tomará nuestro pecado, y sacará una esencia de él que nos será amarga a la boca; aunque no nos haga comer de los frutos, sin embargo nos hará doler y entristecer por nuestros crímenes. Pero el cristiano, como ya he dicho, debería ser empleado para sembrar la buena semilla, y como tal tendrá una siega gloriosa. En uno u otro sentido, el cristiano ha de sembrar la semilla. Si Dios le llama al ministerio, es un sembrador; si Dios le llama a la Escuela Dominical, es sembrador; sea cual sea su oficio, es sembrador de la semilla. Aquí me encuentro yo, domingo tras domingo y también en días laborables, y siembro semilla, la esparzo por todo este inmenso campo; no puedo saber adónde va mi semilla. Los hay que son como tierra estéril, y objetan a la semilla que siembro. Que objeten; no me importa que lo hagan. Yo soy responsable sólo delante de Dios, cuyo siervo soy. Hay otros, y mi semilla cae sobre ellos, y da un poco de fruto; pero pronto, cuando el sol salga, debido a la persecución, se secan y mueren. Pero espero que haya muchos aquí que son como la buena tierra que Dios ha preparado, y cuando esparzo la semilla, cae sobre buena tierra, y da fruto para una siega abundante. ¡Ah! El ministro tiene una gozosa siega, incluso en este mundo, cuando ve almas convertidas. He celebrado tiempos de siega cuando he conducido a las ovejas al lavamiento del bautismo; cuando he visto al pueblo de Dios saliendo de la masa del mundo, y diciendo lo que el Señor ha hecho por sus almas. Cuando los hijos de Dios son edificados y fortalecidos, vale la pena vivir y vale la pena morir diez mil muertes, para ser el medio de salvar un alma. ¡Qué siega gozosa será cuando Dios nos dé convertidos por decenas y centenares, y «añada abundantemente a su iglesia a los que han de ser salvos.» Ahora soy como un granjero precisamente en esta época del año; he guardado una buena cantidad de trigo, y quiero meterlo en el granero, por miedo de que venga la lluvia y lo estropee. Creo que tenemos a muchos aquí que son personas cristianas piadosas; pero persisten en quedarse fuera en el campo. Yo quiero meterlos en los graneros. Son buena gente, pero no quieren hacer profesión y unirse a la iglesia. Yo quiero meterlos en el granero de mi Señor, y ver a cristianos añadidos a la iglesia. Veo a algunos bajando la cabeza y diciendo: Se refiere a mí. Y así es. Ya hace tiempo que debierais haberos unido a la iglesia de Cristo; y a no ser que seáis aptos para ser recogidos en el pequeño granero aquí en la tierra, no tenéis derecho a esperar ser recogidos en el gran granero del cielo.

Cada cristiano tiene su siega. Este maestro de Escuela Dominical tiene su cosecha. Va, y se afana, y ara a menudo tierra muy pedregosa; pero tendrá su siega. Oh pobre maestro de Escuela Dominical, ¿no has visto fruto todavía? ¿Dices: «¿Quién ha creído a nuestro anuncio y a quien ha sido revelado el brazo de Jehová»? Alégrate hermano mío, tú trabajas en una buena causa; tiene que haber alguien haciendo tu trabajo. ¿No has visto aún niños convertidos? Bien, no temas, no puedes esperar ver la semilla brotando muy temprano, pero recuerda:



«Aunque la semilla yazca largo tiempo en el polvo,

Tu esperanza no defraudará;

El precioso grano nunca perderse puede,

Porque la cosecha asegurada por Dios está.»



Ve, sigue sembrando, y tendrás una cosecha cuando veas los niños convertidos. He sabido de algún maestro de Escuela Dominical que podía contar una docena, o veinte o treinta niños que han venido uno tras otro para unirse a la iglesia y conocer al Señor Jesucristo. Pero si no vivieres para verlo en la tierra, recuerda que sólo eres responsable por tu actividad, no por tu éxito. ¡Así que sigue afanándote! «Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás»; porque Dios no permitirá que su palabra se pierda: «No volverá a él vacía, sino que realizará lo que le place, y *****plirá aquello para lo que la envió.» Pero hay una pobre madre que a menudo se ha sentido dolorida. Tiene un hijo o una hija, y ha estado siempre orando que Dios convirtiera su alma. Madre, tu hijo sigue siendo rebelde; hace que tu corazón sufra; todavía las calientes lágrimas abrasan tus mejillas debido a él. Y tú, padre, le has reprendido con frecuencia; es un hijo extraviado, y está todavía lanzado pendiente abajo. No dejes de orar. Oh hermanos y hermanas, vosotros que sois padres, ¡tendréis una cosecha! Hubo una vez un muchacho, un muchacho muy pecaminoso, y que no escuchaba el consejo de sus padres; pero su madre oraba por él, y ahora aquel muchacho está en pie para predicar a esta congregación cada domingo. Y cuando su madre piensa en su primogénito predicando el evangelio, siega una gloriosa cosecha que hace de ella una mujer feliz. Ahora bien, padres y madres, éste puede ser vuestro caso. Por malos que sean vuestros hijos ahora, seguid apremiando ante el trono de la gracia, y tendréis una cosecha. ¿Qué crees tú, madre? ¿No te gozarías en ver a tu hijo como ministro del evangelio; a tu hija enseñando y ayudando en la causa de Dios? Dios no te permitirá orar para que tus oraciones queden sin respuesta. Joven, tu madre ha estado mucho tiempo luchando por ti, y todavía no ha ganado tu alma. ¿Qué estás pensando? Estás defraudando a tu madre de su cosecha. Si ella tuviera una pequeña parcela junto a su casa de campo, donde hubiera sembrado algo de trigo, ¿irías tú a quemarlo? Si ella tuviera una flor escogida en su jardín, ¿irías tú a pisotearla? Estás caminando por la senda de los réprobos; estás defraudando a tu padre y a tu madre de su cosecha. Quizá haya algunos padres que estén llorando por sus hijos e hijas, que están endurecidos e inconversos. ¡Que Dios vuelva sus corazones! Porque amarga es la condenación de aquel que va al infierno por un camino mojado con las lágrimas de su madre, tropezando sobre las reprensiones de su padre, y pisoteando las cosas que Dios interpone en su camino -las oraciones de su madre y los suspiros de su padre. ¡Que Dios ayude al hombre que ose hacer tal cosa! Y es una gracia asombrosa si le ayuda.

Tendréis una cosecha, sea lo que sea que estéis haciendo. Espero que todos estéis haciendo algo. Si no puedo mencionar cuál sea vuestra actividad particular, espero que estéis sirviendo a Dios de alguna manera; y ciertamente tendréis una cosecha sea donde sea que estéis esparciendo vuestra semilla. Pero supongamos lo peor: si nunca vivieras para ver la cosecha en este mundo, tendrás una cosecha cuando llegues al cielo. Si vives y mueres frustrado, no te sentirás frustrado en el mundo venidero. Pienso cuán sorprendidos se quedarán algunos de los hombres de Dios cuando lleguen al cielo. Verán a su Señor, y él les dará una corona. «Señor, ¿a qué viene esta corona?» «Esta corona es porque le diste un vaso de agua fría a uno de mis discípulos.» «¡Cómo! ¿Una corona de oro por un vaso de agua fría?» «Sí», dice el Señor, «así es cómo yo pago a mis siervos. Primero les doy gracia para dar aquel vaso de agua; y luego, habiéndoles dado gracia, les daré una corona.» «Las maravillas de la gracia a Dios pertenecen.» Quien siembra abundantemente, abundantemente segará; y quien siembra parcamente, parcamente segará. ¡Ah!, si pudiera haber lamentos en el cielo, pienso que serían los lamentos de algunos cristianos que han sembrado tan poco. Después de todo, cuán poco sembramos la mayoría de nosotros. Sé que siembro muy poco en comparación con lo que podría hacer. ¡Cuán poco sembráis cualquiera de vosotros! Sólo sumad cuánto le dais a Dios al cabo del año. Me temo que no llegaría a una décima por ciento. Recordad que segaréis conforme habéis sembrado. ¡Oh amigos míos! ¡Qué sorpresa sentiréis algunos de vosotros cuando Dios os pague por sembrar un solo grano! El suelo del cielo es extremadamente fértil. Si un granjero tuviera una tierra como la del cielo, diría: «tengo que sembrar muchos acres de tierra»; esforcémonos, pues, cuanto más sembremos, tanto más segaremos en el cielo. Pero recordad, es todo por gracia, y no por deuda.

Ahora, amados, tengo que mencionar apresuradamente la tercera gozosa siega. Hemos tratado la siega del campo y la siega del cristiano. Ahora trataremos otra, la siega de Cristo. Cristo tuvo su tiempo de siembra. ¡Y qué clima más ingrato tuvo para sembrar! Cristo fue el que salió llevando la preciosa semilla. ¡Oh, ved a Cristo sembrando el mundo! Lo sembró con lágrimas; lo sembró con gotas de sangre; lo sembró con suspiros; lo sembró con agonía en su corazón; y al final se sembró a sí mismo en la tierra. ¡Qué tiempo de siembra, el suyo! Sembró en lágrimas, en pobreza, en simpatía, en dolor, en agonía, en ayes, en padecimiento, y en muerte. También él tendrá su siega. ¡Bendito sea su nombre! Jehová lo ha jurado; la eterna predestinación del Omnipotente ha establecido que Cristo tendrá una cosecha. El ha sembrado, él segará; él ha esparcido, él tendrá su recompensa. «Verá descendencia, vivirá por largos días, y lo que plazca a Jehová se *****plirá por su mano.» Amigos míos, Cristo ha comenzado a segar su cosecha. Sí, cada alma convertida es parte de su recompensa; cada uno que acude al Señor forma parte de ella. Cada alma que es sacada del lodo cenagoso y es puesta en el camino del Rey forma parte de la cosecha de Cristo. Pero va a cosechar más aún. Viene otra cosecha, en el día postrero, cuando recogerá un montón de una vez, y recogerá las espigas en su granero. Ahora los hombres acuden a Cristo de uno en uno, y de dos en dos, y de acuden como palomas a sus ventanas.

Habrá también un mayor tiempo de cosecha, cuando el tiempo no será más. Volveos al capítulo 14 de Apocalipsis y el versículo 13: «Oí una voz procedente del cielo, que me decía: Escribe: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor de aquí en adelante. Sí, dice el Espíritu; mueren para descansar de sus trabajos, porque sus obras siguen con ellos.» No van delante de ellos para ganarles el cielo. «Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube, uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz afilada. Y del santuario salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.» Esta fue la siega de Cristo. Observad sólo un particular: Cuando Cristo acude a segar su campo, viene con una corona. ¡Oh, ved al segador coronado sobre su trono! Allí son reunidas las naciones:



«Acuden, acuden, las tribus redimidas,

Sea donde sea que reposen o vaguen;

Oyeron su voz en tierras distantes,

Y a su hogar se apresuraron.»



Allí están, un gran ejército, delante de Dios. Luego viene el segador coronado de su trono; toma su afilada hoz; vedle segar gavilla tras gavilla, y llevárselas a su celestial granero. Hagámonos esta pregunta nosotros mismos: ¿Estaremos entre los cosechados –el trigo del Señor? Observemos también que primero hubo una ciega, y luego una vendimia. La siega son los justos; la vendimia son los malvados. Cuando los malvados sean recogidos, un ángel los recoge; pero Cristo no confía a un ángel la siega de los justos. «Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra.» ¡Oh alma mía!, cuando te llegue el momento de morir, el mismo Cristo vendrá a por ti; cuando hayas de ser cortado, el que se sienta sobre el trono te cortará con una hoz muy aguzada, a fin de hacerlo tan fácilmente como sea posible. El mismo será el segador; no se permitirá a ningún segador que recoja a los santos de Cristo, más que Cristo el Rey de los santos. ¡Oh!, ¿no será una siega gozosa, cuando toda la raza escogida, cada uno de ellos, sean recogidos? Hay un pequeño grano arrugado de trigo allí, que ha estado creciendo en alguna parte de la costa, y estará allá. Hay muchos que han estado con la cabeza gacha, pesados con tanto grano, y también estarán allí. Todos serán recogidos:



«Su honra está comprometida para salvar

A su oveja más humilde;

Todo lo que su Padre celestial le dio

Sus manos lo guardarán seguro.»



Pero ahora nos vemos obligados a volvernos a tres tristes cosechas. ¡Ay, ay!, el mundo había sido antes como una arpa eólica; cada viento que soplaba sobre él levantaba una melodía. Ahora las cuerdas están todas flojas, y llenas de discordia, de manera que cuando tenemos las notas de gozo, hemos de tener el profundo bajo del dolor tras ellas.

La primera triste cosecha es la de la muerte. Todos estamos viviendo, ¿y para qué? Para el sepulcro. A veces me he sentado y he soñado despierto de esta manera. He pensado: El hombre, ¿qué es? Crece, crece, hasta que llega a la flor de la juventud, y cuando llega a los cuarenta y cinco años, si Dios le preserva, quizá para entonces ha alcanzado la flor de la vida. ¿Y qué hace entonces? Prosigue donde está por un cierto tiempo, y luego desciende cuesta abajo; y si sigue viviendo, ¿para qué es? Para morir. Pero hay grandes probabilidades, tal como está el mundo, de que no llegará a los setenta. Muere muy pronto. ¿No viven todos para morir? Pero nadie morirá hasta que esté maduro. La muerte nunca siega el grano verde nunca corta su grano hasta que está maduro. Los malvados mueren; pero siempre están maduros para el infierno cuando mueren. Aquel pobre ladrón allá, que no había creído en Jesús quizá hasta una hora antes de morir, estaba tan maduro como un santo de setenta años. El santo siempre está listo para la gloria cuando llega la muerte, el segador; y los malvados están siempre listos para el infierno siempre que a Dios le place enviar a por ellos. ¡Oh, aquel gran segador!, barre a través de la tierra, y siega sus centenares y millares. Todo está quieto; la muerte no hace ruido en sus movimientos, y se mueve con pies de terciopelo sobre la tierra -aquel incesante segador, nadie puede resistirle. Es irresistible, y siega, y siega, y los corta. A veces se detiene y afila su guadaña; sumerge su guadaña en sangre, y luego nos siega con guerra; luego toma su piedra de afilar de la peste, y siega más que nunca. Y sin embargo sigue gritando: ¡Más!, ¡más!, ¡más! Y se mantiene incesante en marcha. ¡Maravilloso segador! Maravilloso cosechador! ¡Oh, cuando vengas a segarme a mí, no podré resistirte; tendré que caer como los otros; cuando vengas, nada tendré que decirte. Como un tallo de trigo tendré que permanecer inmóvil, y tú tendrás que cortarme. Pero, ¡ah!, ¡que yo esté preparado para tu guadaña! Quiera el Señor estar a mi lado y consolarme y alentarme; y pueda yo encontrar que la muerte es un ángel de vida; ¡que la muerte es el portal para el cielo; que es el pórtico exterior del gran templo de la eternidad; que es el vestíbulo de la gloria!

Hay una segunda triste siega, y es la cosecha que tiene que segar el malvado. Así dice la voz de la inspiración: «Todo lo que el hombre sembrare, esto también segará.» Ahora bien, hay una siega que cada malvado tendrá que segar en este mundo. Nadie jamás peca contra su cuerpo sin segar una cosecha por ello. Aquel joven dice: He pecado impunemente. ¡Cuidado, joven! Ve allí a aquel hospital, y ve allí a hombres retorciéndose en su enfermedad. Mira aquel miserable vacilante e hinchado, y te diré: Detente, no sea que te pase a ti lo que a él. La sabiduría te invita a que te detengas, porque tus pasos te conducen al infierno. Si entras en la casa de la mujer extraña, segarás una cosecha. Hay una cosecha que todo hombre siega si peca contra sus semejantes. El que peca contra sus semejantes segará una cosecha. Los hay que caminan por el mundo como nobles, con espuelas en sus talones, y piensan que pueden pisotear a quien sea. Pero encontrarán cuál era su equivocación. El que peca contra otros, peca contra sí mismo esto es, contra su naturaleza. Es una ley de la naturaleza que nadie puede hacer daño a sus semejantes sin hacerse daño a sí mismo. Ahora bien, vosotros que hacéis daño a las mentes de otros no penséis que el daño se detiene allí: tendréis que segar una cosecha incluso ahí.

Luego, nadie puede pecar contra su posición sin segar el efecto de ello. El mísero tacaño que amontona su oro, peca contra su oro. Se apolilla, y tendrá que segar una cosecha de aquellas monedas de oro. Sí, aquel mísero tacaño, que se sienta a altas horas de la noche forzando sus debilitados ojos para contar su oro, aquel hombre siega su cosecha. Y así le sucede al joven pródigo; segará su cosecha cuando haya gastado todo su tesoro. Se dice del pródigo que «nadie le daba» -nadie de aquellos a quien él solía agasajar- y así verá el pródigo que le sucede a él. ¡Ah!, pero la peor siega será para los que pecan contra la Iglesia de Cristo. No querría que nadie pecase contra su cuerpo; no querría que nadie pecase contra su posición; no querría que nadie pecase contra sus semejantes; pero mayormente, no querría que tocase la iglesia de Cristo. Quien toca a uno de los del pueblo de Dios toca la niña de sus ojos. Cuando leo de algunos que encuentran falta en los siervos del Señor, yo pienso para mi que no lo haría. El mayor insulto para un hombre es que le hablen mal de sus hijos. Habla mal de los hijos de Dios, y te será retribuido con un castigo eterno. No hay una sola persona de la familia de Dios a la que Dios no ame, y si tocas a uno de ellos, sentirás su venganza sobre ti. Nada subleva tanto a nadie como que toquen a sus hijos. Y si tú tocas a la iglesia de Dios, sufrirás la más dura de las venganzas. Las más candentes llamas del infierno son para los que tocan a los hijos de Dios. ¡Sigue, pecador! Ríete de la religión, si te place; pero sabe que este es el más negro pecado en todo el catálogo de los crímenes. Dios perdonará cualquier cosa antes que esto, y aunque no sea imperdonable, sin embargo, si no te arrepientes, conllevará el mayor castigo. Dios no puede soportar que se toque a sus escogidos, y si lo haces, éste es el más gran crimen que puedas cometer.

Debemos ahora concluir simplemente mencionando la tercera triste siega; es la siega de la ira Omnipotente, cuando los malvados son finalmente recogidos. En el capítulo 14 de Apocalipsis vemos que Dios mandó al ángel que recogiese las uvas, y todas ellas fueron echadas en el lagar, y después de esto el ángel vino y las pisó hasta que salió la sangre, de manera que llegó hasta los frenos de los caballos por una extensión de doscientos noventa kilómetros. ¡Una maravillosa figura para expresar la ira de Dios! Supongamos entonces algún gran lagar, en el que nuestros cuerpos sean puestos como uvas, y supongamos que un gigante poderoso venga y nos pisotee, ésta es la idea que los malvados serán echados juntos, y un ángel los aplastará bajo sus pies hasta que la sangre llegue a los frenos de los caballos. Quiera Dios en su gracia soberana que ni tú ni yo seguemos jamás una cosecha así: ¡Que Dios nunca siegue en nosotros esta terrible cosecha!, si no que seamos escritos entre los santos del Señor.

Para concluir, dejad que hable otra vez a los hijos de Dios; porque éste es el último pensamiento que tengo en mi mente. A su debido tiempo cosecharéis, si no desfallecéis. Sigue sembrando, hermano; sigue sembrando, hermana; y a su debido tiempo segarás una abundante cosecha. Deja que te diga una cosa antes que siembres semillas en tu jardín, ponlas en un poco de agua por la noche; crecerán mejor.» Así, hermano, si has estado sembrando tu semilla, ponla en lágrimas, y harán que la semilla germine tanto mejor. «Los que con lágrimas sembraron, con gozo segarán.» Moja tu semilla con lágrimas, y ponla entonces en la tierra, y cosecharás con gozo. Ningún pájaro podrá devorar esta semilla; ningún pájaro la puede aguantar en su boca. Ningún gusano puede comerla, porque los gusanos nunca comen semillas mojadas en lágrimas. Ve, y cuanto más llores, tanto mejor sembrarás. Cuanto más abatido, tanto mejor estarás obrando. Si acudes a la reunión de oración y no tienes palabras que decir, sigue orando, no cejes, porque a menudo oras mejor cuando piensas que oras peor. Prosigue, y segarás a su debido tiempo, por la poderosa gracia de Dios, si no desfalleces.

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