Rev. Julio Ruiz, pastor
Mensaje con motivo del Día de las Madres
(Mt. 15:21-28)
INTRODUCCIÓN: Hay una historia que ilustra el amor que demuestran las madres cuando ven a sus hijos en una posición de peligro. Se trata de una madre que hizo con sus zapatos lo que no pudo hacer su hizo con los puños. Su hijo estaba perdiendo un combate de boxeo por paliza. Varias veces había ido al piso con conteo de protección.
En uno de los asaltos, su contendor le había arrinconado y le estaba propinando una gran golpiza, cuando de repente salió una pequeña mujer de las últimas filas, quien se las arregló para pasar entre los guardias de seguridad y subir al ring con zapato en mano. Y antes que nadie reaccionara, aquella diminuta madre golpeó repetidas veces con el zapato al oponente de su hijo, abriéndole una brecha en la cabeza que necesitó de atención médica, dejándole sin ganas de seguir boxeando. El contrincante salió del ring, y los jueces le dieron como perdedor por abandono de la pelea. ¡El hijo ganó la pelea ayudado por la madre! ¿Fue eso justo? ¡No! Pero aquella madre no pudo aguantar más el castigo que le estaban dando a su hijo, de modo que se sintió llamada a realizar algo. Esto nos hace ver que el amor de una madre es indetenible cuando ve a su hijo en una condición de enfermedad o peligro. La historia de la mujer cananea, presentada aquí por Mateo, es digna de ser colocada en la galería de los hombres y mujeres de fe. Su indetenible amor por la condición en que vivía su hija no fue desanimado, ni siquiera por el mismo Jesús (quien lo hizo intencionalmente) y los discípulos. Ella es un ejemplo en la Biblia para todas las edades. Nos recuerda que el amor de madre está lleno de intrepidez, de determinación, de pruebas… logrando al final sus objetivos. Veamos de lo que es capaz el amor indetenible de una madre.
I. ES EL QUE HACE SUYO EL SUFRIMIENTO DEL QUE AMA v.22
Una madre nunca estará tranquila mientras tenga a un hijo pasando por alguna tribulación. Su corazón no puede permanecer indiferente cuando sabe que el fruto de su vientre se queja, llora o gime por algún pesar. Las fibras de su ser se conmueven cuando están en presencia de la impotencia, al no poder hacer algo más para aliviar la pena del ser que ama. Y esto es así porque el corazón de una madre va más allá de una simple lástima. El de ella no es sólo un amor compasivo. Su amor salta de las palabras y se pone en acción, hasta lograr sus propósitos. Una de las primeras cosas que contemplamos en esta historia es la forma cómo esta mujer hace suyo el sufrimiento de su hija. Hay dos expresiones que revelan la angustia por la que esta pobre madre estaba pasando. En la primera dice: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!” v.22; en la otra, ella se postra, y dice: “¡Señor, socórreme!” v. 25. Ella no solo había oído hablar de Jesús y su poder, sino que descubrió que él era también era el Mesías. Descubrió que sólo el Hijo de David podía tener de ella misericordia. Se dio cuenta que ese hombre tenía el poder para traer a su hija a un estado de paz. Aunque fue una mujer gentil, despreciada por el pueblo de Israel, tenía la esperanza en el Mesías del que tanto hablaban y esperaran ellos. Siendo una mujer cananita tuvo que haber oído la historia pasada acerca del poder de Dios que sacó de su tierra a sus primeros habitantes, estableciendo luego allí a Israel como parte de una promesa antigua. Tuvo, pues, la certeza que Jesús era el *****plimiento de la esperanza judía, la que ella hace también suya. Su petición fue directa, “ten misericordia de mí”. Con esto ella nos revela que las misericordias hechas a los hijos, llegan a ser las misericordias de los padres. Por cuanto ella sufría tanto como su hija, le suplicó a Jesús que la socorriera en aquel momento de tanto dolor y tristeza. El padecimiento de su hija era en extremo. Cuando expuso su causa delante del Señor, le dijo: “Mi hija es gravemente atormentada por un demonio”. Los que hemos tenido la experiencia de haber lidiado con una persona endemoniada, podemos imaginarnos la magnitud de esta escena de dolor. Tal cuadro nos recuerda las palabras de Jesús, cuando dijo: “El ladrón no viene sino para matar, hurtar y destruir…” (Jn.10:10b) Satanás es el ladrón que le roba la paz, el gozo y las esperanzas a nuestros hijos. Sus planes no han cambiado. Él sigue destruyendo esas vidas jóvenes. Su poder opera hoy día en otras dimensiones, pero su fin es el mismo. El ejemplo de esta madre nos hace ver la importancia de interceder a Dios por los hijos. Una buena madre no estará feliz hasta no ver a su hijo libre de todo poder de Satanás.
II. ES EL QUE SIGUE ADELANTE AUNQUE NO TENGA RESPUESTA v. 23
Una simple lectura de esta historia nos pudiera mostrar algo insólito frente a la terrible pena que atravesaba aquella humilde mujer. El Jesús que nos revela la palabra siempre atendió a la gente y tuvo tiempo para ellos y sus necesidades. Nunca dejó a alguien esperar por su respuesta. Nadie se fue jamás de su presencia sin haber sido tocado por su gracia y misericordia. Es más, casi siempre le vemos provocando alguna conversación y teniendo compasión por los atribulados por Satanás. Sin embargo, aquí le vemos un tanto“indiferente”. Mateo nos dice que “Jesús no les respondió palabras” v. 23ª. Él sabía de su dolor. Él había oído su petición. Él sabía de donde provenía esta mujer. Por su omnisciencia, él tuvo que saber del tormento de la muchacha, y la terrible condición de una persona poseída por un demonio. Bien pudo esa madre haberse regresado cuando notó que Jesús no le dio respuesta. En ese momento su angustia y tristeza tuvo que haber tocado fondo. Se dirigió al único que podía libertar a su hija, pero se encuentra con un Mesías que no le da una respuesta. Y allí está una madre con su gran dolor, sin entender el por qué del silencio de Jesús y escuchando a los discípulos, lo último que quería oír: “Despídela, pues da voces tras nosotros” v. 23c. Pero esa madre no se inmutó frente a lo que pareció inaudito. Ella siguió adelante con su búsqueda. No sabemos cuánto tiempo tenía su hija padeciendo. Por seguro que había pasado noches en vigilias escuchando los gemidos y viendo las contracciones del rostro de su hija que le producía aquel demonio. Cualquier tiempo que pudiera esperar ahora no sería comparado con el que ya había sufrido. Ella no se dio por vencida. Siguió clamando. Siguió orando. Siguió inquiriendo con diligencia. Ella había encontrado al Salvador para su hija y no iba a renunciar en su búsqueda. Aquí tenemos unas de esas grandes lecciones para la vida. Esta madre se mantuvo en intercesión por su hija. Es verdad que fue probada, pero ella descubrió el poder que hay detrás de la súplica. Ella descubrió que la falta de una respuesta al momento, no significa una total negativa divina. Aquí tenemos el ejemplo de una madre que por amor a su hija no disminuyó la intensidad de su súplica. Solo una madre es capaz de hacer esto. A ellas no las vencen las circunstancias. Sus hijos son un tesoro sin precio. Por ellos, ellas son capaces de esperar lo necesario.
III. ES EL QUE SOPORTA LA RESPUESTA INESPERADA v.25, 26
Bien pudiera uno pensar que ya era suficiente con el silencio del Señor para que esta pobre mujer se retirara desilusionada. Ella vio que Jesús siguió su camino sin atender su llamado. Pero como alguien que no tiene más alternativas, pues esta era su única oportunidad para salvar a hija, se adelanta e interrumpe el caminar de Jesús, postrándose en tierra con estas palabras: “¡Señor, socórreme!”. Ante esto, Jesús rompió su silencio, y cuando ella espera la palabra sanadora para su hija, se encontró con la última respuesta que ella hubiese pensado: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perillos” v. 26. ¿Qué hubiese hecho usted frente a semejante respuesta? ¿Hasta dónde usted hubiese permanecido allí después de esta palabra? La respuesta de Jesús fue como cortarle toda esperanza. Pero esta madre tuvo una fe inquebrantable, y eso es lo que Jesús va admirar después. Su fe fue sometida a la más alta prueba que alguien podía resistir. Note que Jesús le dice con esta respuesta que ella no puede recibir ningún favor porque ella no es de la familia. Ella era de los “perrillos”, por lo tanto no le correspondía el pan de la familia. Pero, ¿no estaba siendo Jesús demasiado duro en insensible con esa pobre mujer, diría alguien? ¡No! Jesús nunca haría algo para contradecir lo que él es. Mas bien esto nos habla, que en la búsqueda del bien divino, cada hombre y mujer debiera saber que no tenemos derecho al “pan de los hijos”. Que lo que podemos aspirar con relación a Dios es sencillamente su misericordia. Que cuando venimos a Dios debemos desprendernos de lo que consideramos nuestros derechos para optar por la misericordia divina. Y esto fue lo que al final se descubrió en esta noble madre. Ella sabía que no merecía el “pan de los hijos”, pero si podía optar por “las migajas que caen de la mesa de sus amos” v.27. Esta madre nos muestra una gran lección de humildad. Nos enseña la manera cómo debemos acercarnos a Dios cuando pasamos por hondas pruebas. No hay reclamo en su súplica, sino quebrantamiento y humillación aunque la respuesta no haya sido la esperada. Ella terminó postrada, la mejor manera para esperar Su misericordia.
IV. ES EL SE LEVANTA DESPUÉS DE HABER TENIDO LA VICTORIA v.28
Cuando Jesús vio la manera como aquella noble madre había enfrentado todas las “montañas” que se levantaron contra ella, probando su fuerte fe, la elogia con estas palabras: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres” v. 28. Jesús conocía el corazón de esta madre. Él había ido a la región de Tiro y de Sidón porque sabía que allí iba a probar la fe de una noble madre. Es interesante notar que en varios de los encuentros que Jesús tuvo con hombres y mujeres, donde pondera su extraordinaria fe, no fue gente de su propio pueblo. Los prejuiciados judíos, quienes llamaban “perros” a los gentiles, tendrían que admitir que en ellos hubo más fe en el Mesías que la que ellos mismos manifestaron; y esto concuerda con las palabras de Juan, cuando dijo: “A lo suyo vino, mas los suyos no le recibieron; pero a los que creen en su nombre les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12, 13) Y aquí tenemos a una madre a quien el Señor le concedió la potestad de ser su hija (esto se infiere por su propia fe), y también la sanidad de su hija, que fue el objeto de su búsqueda. Con este ejemplo, esta madre nos muestra el verdadero rostro del amor materno. Nos muestra que el amor llega a ser indetenible. Que no se levantará hasta escuchar “hágase contigo como quieres”.
CONCLUSIÓN: La presente historia termina con estas palabras: “Y su hija fue sanada desde aquella hora”. ¿Cuál hora? Aquella cuando la madre se enfrentó a la batalla de su fe. Aquella hora cuando se mantuvo incólume, firme y esperanzada hasta ver la victoria. La hora cuando ella confió en Jesús como el Amigo, que aun cuando al principio pudo sentirlo hostil hacia su ruego, algo le mantuvo creyendo en su bondad. Apreciadas madres he aquí un ejemplo digno de imitar. Muchos de vuestros hijos pudieran estar sometidos por la obra del diablo; dominados por algún terrible vicio; presos de alguna pasión prohibida; rebeldes y pertinaces. Que pudieran andar ellos caminando hacia las mismas garras de aquel que pudiera desgraciar sus vidas. Salgan ustedes al encuentro de Jesús. Nadie tiene más interés en libertar a nuestros hijos de todo los riesgos y peligros que viven, como lo quiere hacer Jesús. Hijos, ustedes han oído de este ejemplo. Vuestras madres tiene hacia ustedes un amor indetenible. La mejor recompensa que ellas esperan de todos ustedes es su obediencia y reconocimiento al esfuerzo y a la dedicación que cada una de ellas tienen para que todos vivan felices. ¿Cómo responderás a esa clase de amor