«Tu pueblo lo será de buena voluntad en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad desde el seno de la aurora: tienes tu el rocío de tu juventud» (Salmo 110:3).
Jamás un versículo de las Escrituras me ha confundido tanto como éste para encontrarle significado y relación. Al leerlo rápidamente, a primera vista, puede parecer muy fácil; pero si se escudriña cuidadosamente se encuentra dificultad para ensartar las palabras o darles un significado inteligible.
He tomado en consideración a todos los comentaristas que conozco, y he encontrado que todos ellos dan algún significado de las palabras; pero ni uno de ellos -ni siquiera el doctor Gill da un significado coherente a la totalidad de la frase. Después de mirar las antiguas traducciones y emplear todos los medios a mi alcance para descubrir el significado, me encontré tan lejos de una solución como cuando empecé. Matthew Henry, uno de los más sabios comentadores, sin duda el mejor para la lectura familiar, sin pretender que su traducción sea la correcta, expone el pasaje como sigue: «Tu pueblo vendrá voluntariamente en el día de tu poder en la hermosura de la santidad. En el seno de la aurora tienes tú el rocío de tu juventud», queriendo decir, con referencia a la última frase del versículo, que desde los primeros días de su vida, desde el seno de la aurora, los jóvenes se entregarán a Cristo Jesús. Pero yo no creo que sea eso precisamente, ya que hay dos puntos detrás de la palabra «aurora», que dividen la frase. Además, no dice: «El pueblo se te ofrecerá voluntariamente; tú tienes el rocío de su juventud», como sería según lo entiende el comentarista; sino que dice de Cristo: «Tienes tú el rocío de tu juventud». Hasta que miramos completa y detenidamente toda la armonía del texto, o intentamos comprender la finalidad del salmo, no pensamos que habíamos encontrado su significado; y, aún ahora, lo dejaremos a vuestro juicio para que decidáis si hemos conseguido o no obtener la mente del Espíritu, como creemos.
Este salmo es una especie de cántico de coronación. Cristo es invitado a tomar posesión de su trono: «Siéntate a mi diestra». El cetro es colocado en su mano. «La vara enviará Jehová desde Sión.» Y entonces aparece la pregunta: ¿dónde está su pueblo? Porque un rey no será tal sin súbditos. El titulo más alto de la dignidad real no es sino vaciedad si carece de súbditos que sean su complemento. ¿Dónde, pues, encontrará Cristo aquellos que serán la plenitud del que es el todo en todos? Nuestra gran ansiedad no es por saber si Cristo es rey o no ya que sabemos que lo es, y Señor de la creación y de la providencia?. Nuestra ansiedad es por sus súbditos. Frecuentemente nos preguntamos: ¡Oh, Señor!, ¿dónde encontraremos tus súbditos? Cuando hemos predicado a corazones endurecidos y profetizado a huesos secos, nuestra incredulidad dice a veces: ¿Dónde encontraremos gentes que sean los súbditos de su imperio? Todos nuestros temores se alejan con este pasaje: «Tu pueblo lo será de buena voluntad en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad desde el seno de la aurora», y por la promesa de: «Tienes tú el rocío de tu juventud». Estos pensamientos están aquí para aliviar la ansiedad de los creyentes, y para hacerles ver cómo Cristo será efectivamente rey y nunca le faltarán multitudes de súbditos.
Encontramos en este texto dos promesas; una referente a su pueblo, y la otra al mismo Cristo: de que siempre será un Cristo fuerte, lozano, joven y poderoso.
I. Primeramente consideraremos LA PROMESA QUE AFECTA AL PUEBLO DE CRISTO. «Tu pueblo lo será de buena voluntad en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad desde el seno de la aurora.» He aquí una promesa de tiempo: «en el día de tu poder». Una promesa de gente: «tu pueblo.» Una promesa de disposición: «tu pueblo lo será de buena voluntad». Una promesa de carácter: «tu pueblo lo será de buena voluntad en la hermosura de la santidad». Y, finalmente, una figura majestuosa, que enseña la forma en que serán realizadas todas estas cosas. Por medio de una metáfora muy audaz, se dice que su pueblo vendrá tan misteriosamente como las gotas del rocío desde el seno de la aurora. No sabemos cómo, pero serán traídos por Dios. «Tu pueblo lo será de buena voluntad en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad.» Y vendrán en el seno de la aurora.
1. En primer lugar, consideremos la promesa de tiempo. Cristo no va reuniendo su pueblo todos los días en general, sino en un día en particular, el día de su poder. No es el día en que el hombre se sienta más poderoso y capaz cuando las almas serán reunidas; porque ¡ay!, los siervos de Dios predican a veces hasta que su propia complacencia les dice que han estado muy elocuentes y poderosos, y que por sus palabras los hombres serán salvos; pero no hay ninguna promesa de que veamos a los hombres reunidos en Cristo en el día de nuestro poder. También hay veces en que la gente parece mostrar gran empeño en buscar a Dios y gran interés por escuchar; pero tampoco existe ninguna promesa de que simplemente cuando haya más o menos excitación, cuando parezca que hay poder en la criatura, vaya a ser el día de la cosecha del Señor. Será «en el día de Su poder», no del poder del ministro o de los oyentes. El día del poder de Dios, ¿cuándo será? Creemos que cuando el Señor derrame su propio poder sobre el ministro de forma tal, que los hijos de Dios sean reunidos por su predicación.
Hay veces, amados, en que el siervo ordenado del Dios viviente no tiene que hacer esfuerzo alguno en su predicación, sino solamente abrir la boca y dejar que fluyan las palabras. Apenas tiene que pensar, porque las ideas son inyectadas en su mente, y mientras predica siente que hay un poder que acompaña a sus palabras; también lo perciben sus oyentes. Algunos de ellos se sienten como si estuvieran puestos bajo una maza que golpeara sus corazones. Otros notan como si la verdad penetrara en sus almas y matara toda su incredulidad de forma tal, que no pueden resistir el bendito poder. Los hijos de Dios encontrarán irresistibles el poder y el influjo que acompañan a las palabras. Ya han oído otras veces al mismo ministro; les gustaba y sabían que habían sido edificados y sacado provecho, pero ese día fueron heridos en lo más íntimo de su ser; cada palabra cayó en buena tierra; cada golpe dio en el blanco ni una flecha disparada dejó de dar en el centro del alma, y ni una sola sílaba fue pronunciada sin que fuera como la misma palabra de Jehová hablando desde el Sinaí o desde el Calvario. ¿No habéis conocido nunca tales momentos? ¿No los habéis sentido cuando estabais de pie o sentados en la casa de Dios? ¡Ah!, esos son los momentos en que Dios, por manifestación de si mismo, se ha placido en iluminar a sus hijos, reunir a su pueblo y hacer obedientes a los pobres pecadores. También hay un día particular de poder en el corazón de cada pecador; porque, desgraciadamente, el día general de poder que tiene lugar en nuestra congregación, excluye a muchos -muchos por los cuales tenemos que llorar. Mientras centenares derraman lágrimas de arrepentimiento, otros tantos permanecen estólidos e inconmovibles. Mientras que algunos corazones saltan de alegría, otros permanecen encadenados en la ignorancia y sumidos en el sueño de la muerte. Mientras Dios derrama su Espíritu y algunos corazones están llenos hasta el borde a punto de rebosar, otros están secos sin una gota del rocío celestial. Pero el día del poder de Dios es un día de poder personal en nuestras almas, como aquel de Zaqueo, cuando el Señor le dijo: «Date prisa y desciende». No es un día de argumentos humanos, sino de poder omnipotente; Dios obrando en los corazones. Tampoco es un día de iluminación intelectual, ni meramente de instrucción; sino un día en que Dios penetra en el corazón y con mano poderosa arrebata la voluntad y la convierte según Sus deseos, haciendo que el juicio juzgue rectamente y la imaginación piense como es debido, y guiando toda el alma hacia Él ¿No habéis pensado nunca que poder es el que Dios ejerce individualmente en cada corazón? No hay poder como éste. Si un hombre ordenara a las poderosas cataratas que se congelaran y formasen montones de agua inmóvil, y fuera obedecido por ellas, su milagro no sería ni la mitad de poderoso que el que hace Dios en el corazón cuando manda que se detenga el flujo del pecado. Y si yo ordenara al Etna, con todo su humo y sus llamas, que cesara su ebullición y fuese obedecido al instante, no habría hecho una acción tan poderosa como la que realiza Dios cuando habla a los espíritus hirvientes, que arrojan humo y fuego, instándoles a la quietud. El sempiterno Dios manifiesta más poder cuando convierte a un pecador de sus caminos de perdición, que en la creación de un mundo o en la sustentación de un universo. En el día del poder de Dios su pueblo será obediente. Amados, también nosotros esperamos un día de poder en el reinado de Cristo Jesús en los días venideros. Yo lo entiendo como que vendrá un tiempo en que los más débiles de nosotros seremos como David, y David como el ángel del Señor. Se acerca la hora cuando cada pobre e ignorante ministro predicará con poder, y cuando cada hijo de Dios será lleno del conocimiento de Dios. Esperamos un día feliz en que Cristo vendrá y hará que el conocimiento del Señor se extienda tan rápidamente que cubra la tierra como las aguas cubren la mar. A veces nos consolamos con este argumento: bien, si ahora trabajamos en vano y gastamos nuestras fuerzas en balde, no será así siempre; llegará un día en que el viento renovador del Espíritu henchirá las velas de la Iglesia y la hará marchar velozmente hacia adelante; en que la débil mano del ministro será tan poderosa como la de los más audaces guerreros cristianos que jamás empuñarán la espada del Espíritu; en que cada palabra de Cristo será como ungüento que, derramado, extenderá su perfume sobre un mundo de pecado; en que no se predicará ningún sermón sin efecto; en que, como la lluvia y la nieve bajan del cielo, no solamente no volverá vacío, sino que regará la tierra de tal forma que, cuando haya germinado y florecido, produzca fruto para la gloria de Dios: la destrucción de los ídolos y la extirpación de todas las falsas religiones. ¡Día feliz aquel día de poder! Cristianos, ¿por qué no oráis por él?; ¿por qué no pedís a Dios que dé poder a su pueblo y que Cristo pueda venir pronto y lo encuentre obediente?
Existe, no obstante, otra traducción de estas palabras. Calvino las tradujo como: «En el tiempo de la reunión de sus ejércitos», «au jour des montres», «en el día de la parada». A veces os decís: «¡Oh!, si hubiera de ocurrir una gran contienda, ¿dónde se encontrarían los hombres para luchar por Cristo?» Hemos oído decir a creyentes pusilánimes: «Temo que si se alzara la persecución encontraríamos muy pocos valientes para defender la verdad; pocos ministros saldrían audazmente a sostener el Evangelio de Cristo». ¡Nada de eso, hermanos! El pueblo de Cristo estará presto en el día de los ejércitos de Dios. Nunca tuvo el Señor batalla donde tuviera que decir: «No tengo soldados en reserva». Ni tuvo ardua campana en la cual sus ejércitos fueran insuficientes. Una vez el profeta dijo: «Después alcé mis ojos, y mire, y he aquí cuatro cuernos. Y dije al ángel que hablaba conmigo: ¿Qué son éstos? Y respondióme: Éstos son los cuernos que aventaron a Judá, a Israel y a Jerusalén. Mostróme luego Jehová cuatro carpinteros. Y yo dije: ¿Qué vienen éstos a hacer? Y respondióme, diciendo: Estos son los cuernos que aventaron a Judá, tanto que ninguno alzó su cabeza; mas éstos han venido para hacerlos temblar, para derribar los cuernos de las gentes que alzaron el cuerno sobre la tierra de Judá para aventarla» (Zacarías 1:18-21) Dios tenía suficientes hombres para cortar los cuernos, y para construir su casa había cuatro; y disponía justamente de la clase de hombres que necesitaba para realizar su obra, porque «los carpinteros» estaban preparados. Siempre que se aproxime una contienda, Dios encontrará sus hombres. Siempre que haya que comenzar una batalla, Dios encontrará los hombres valientes que defiendan la verdad. No temáis nunca que el Señor no cuide de su Iglesia. «Tu pueblo lo será de buena voluntad en el día de la batalla del Señor.» ¿Has emprendido alguna noble empresa? Tal vez digas: «He aquí un gran intento para evangelizar el mundo; pero, ¿dónde encontraré quien vaya?» La respuesta es: «El pueblo de Dios lo será de buena voluntad en el día de sus ejércitos». Algunos maestros de escuela dominical se quejan de que en sus iglesias no pueden encontrar los necesarios para recorrer el distrito. ¿Por qué no? Porque no tienen suficiente gente de Dios, pues la gente de Dios lo será de buena voluntad en el día de sus ejércitos. Nos quejamos de que no hay ministros que evangelicen; ¿por qué no? Porque no están completamente imbuidos en el Espíritu del Maestro, pues su pueblo lo será de buena voluntad en el día de los ejércitos de Dios, cuando sean requeridos. Siempre tienen un corazón dispuesto, presto para la batalla, y no dirán: «Debo consultar a carne o sangre». No, éste es su estandarte: ¡Adelante, soldados de Dios!; y entrados en batalla, dicen: «¡Sacad las espadas!» Están en todo momento preparados para luchar. Siempre están listos en el día de los ejércitos de Dios. Amados míos, no temáis la contienda; no os arredréis ante ninguna empresa; no penséis que el oro o la plata se apartarán de nosotros, porque: «Mía es la plata y mío el oro», «y los millares de animales en los collados». No esperéis el fracaso en ningún intento por gran de que éste sea. El pueblo de Dios avanzará voluntario cuando sea requerida su ayuda. Creemos firmemente en esta verdad; pero debemos esperar el día de Dios; es necesario que oremos para que llegue; debemos aguardarlo esperanzados; debemos trabajar para que venga, y cuando llegue, Dios encontrará a su pueblo bien dispuesto, como debe ser.
2. Nos encontramos también ante la promesa de un pueblo: «Tu pueblo serálo de buena voluntad en el día de tu poder», y nadie más. La promesa es que Cristo siempre tendrá un pueblo. Aun en las épocas más oscuras de la historia Él ha tenido una Iglesia; y si vienen tiempos aún más oscuros, continuará teniendo su Iglesia. ¡Oh, Elias!, que loca tu incredulidad, cuando dijiste: «Y yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida». No, Elías, en aquellas cuevas tenía Dios sus profetas escondidos en cincuentenas. Tú también pobre cristiano incrédulo, has dicho alguna vez: «Me han dejado solo, completamente solo». ¡Oh!, si tuvieras ojos para ver; si pudieras viajar un poco, tu corazón se alegraría al comprobar que Dios no carece de pueblo. Consuela mi corazón el ver cómo Dios tiene familia en todas partes. A cualquier sitio que vayamos encontraremos verdaderos corazones ardientes, hombres llenos de oración. Bendigo a Dios, porque puedo decir de su Iglesia que, donde quiera que estuve, aunque no son muchos, hay algunos que gimen y suspiran por las penas de Israel. En cada iglesia hay grupos escogidos, hombres fervorosos que esperan y están preparados para recibir a su Maestro, y claman a Dios para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio. No estéis demasiado tristes; Dios tiene un pueblo que es obediente ahora; y cuando venga el día de Su poder no hay temor de que no encuentre a los suyos. La religión puede estar en un período decadente, pero nunca estará tan baja la marea de esta decadencia que el barco de Dios encalle; puede haber decrecido mucho, pero el Maligno nunca podrá atravesar en seco el foso del castillo de la Iglesia de Cristo: siempre encontrará abundante agua en él; Dios, danos gracia para buscar a tu pueblo y para creer que lo hay en todas partes, porque la promesa es: «Tu pueblo serálo de buena voluntad en el día de tu poder.
3. Consideraremos a continuación la disposición. El pueblo de Dios es un pueblo dispuesto. Adam Clarke dice: «Este versículo ha sido tristemente adulterado. Se ha creído que indica la irresistible acción de la gracia de Dios sobre el alma de los elegidos, haciéndolos, de esta forma, dispuestos a recibir a Cristo como su Salvador». Doctrina que él descarta plenamente. Pues bien, mi querido Adam Clarke, le agradecemos mucho su observación; pero tenemos que decirle, al mismo tiempo, que el texto no ha sido «tristemente adulterado». Creemos que ha sido usado con mucha propiedad para demostrar que Dios predispone al hombre. Porque si leemos la Biblia correctamente, comprenderemos que los hombres, por naturaleza, no son dóciles. Le remitimos a un texto al que usted es muy aficionado, y el cual no pensamos que sea suyo, que dice así: «Y no queréis venir a mí para que tengáis vida». También hay otro pasaje que nos gustaría recordarle a usted y a sus hermanos, que dice: «Ninguno puede venir a mi si el Padre que me envió no le trajere». Si tiene en cuenta este detalle, creemos que, aunque el texto no dice nada de ella, debiera usted tener al menos alguna consideración por esta doctrina. Leemos que el pueblo de Dios serálo de buena voluntad en el día de Su poder; y si leemos como lo haría cualquier persona que hablara nuestra lengua, vemos la promesa de que Dios hará un pueblo que será voluntario en el día de Su poder; y por el hecho de que ningún hombre es sumiso por naturaleza, se infiere del texto que ha de haber una obra de gracia que predisponga a los hombres para el día del poder de Dios. No sabemos si usted considera esto razonar con lógica o no; pero nosotros creemos que si. Se nos ha acusado de no ser lógicos, y la verdad es que no nos sentimos muy apenados por ello, porque preferimos poseer lo que los hombres llaman dogmatismo, que lógica. A Cristo le toca probarlo y a nosotros predicar. Dejemos los argumentos para Él; nosotros nos limitaremos a afirmar lo que vemos en la Palabra de Dios. El pueblo de Dios ha de ser obediente, y podemos distinguir quienes son Sus hijos por el hecho de su disposición. Os predico miles de veces a muchos de vosotros. Os hablo del infierno y os insto a huir de él. Os hablo de Cristo y os ruego que vayáis a Él; pero no estáis dispuestos a hacerlo. ¿Qué puedo deducir de ello? O bien que el día del poder de Dios no ha llegado aún, o que vosotros no sois su pueblo. Cuando se predica con poder y la Palabra se ministra con unción, si os veo inmóviles, irresolutos y mal dispuestos a entregaros a Cristo, ¿qué debo pensar? Me temo que ese no sea el pueblo de Dios; porque el pueblo de Dios estará dispuesto en el día de Su poder, y sumiso para someterse a la gracia soberana, para ponerse en las manos del Mediador y para abrazarse a la cruz buscando salvación. Y cuando esto ocurre, de nuevo me pregunto: ¿qué los habrá hecho estar aparejados? ¿No habrá sido la gracia lo que les ha convertido la voluntad? Si la voluntad del hombre fuera completamente libre para hacer el bien o el mal, os conjuro, amigos míos, a que contestéis a esto: ¿Por qué no os convertís a Dios en este mismo momento, sin asistencia divina? Os lo diré: Porque no lo deseáis, y era necesaria una promesa para que el pueblo de Dios lo fuera de buena voluntad en el día de Su poder. Creo que estas palabras se aplican no solamente a su deseo de ser salvos, sino también a su deseo de obrar después de haber sido salvados. ¿Habéis conocido a algún ministro que predicara el domingo y que en la reunión de oración del lunes pareciera como si le agradara más estar en casa? Y si había alguna conferencia el jueves, ¿No acudió el pobre hombre como si fuera a desempeñar algún duro deber? ¿Qué pensáis de él? No creeréis que es uno de los del pueblo de Dios, porque si lo fuera lo haría de buen grado. Hay quienes vienen a la casa de Dios como el negro al lugar de la flagelación; no les gusta, y están deseando que todo acabe para salir. Pero, del pueblo de Dios, decimos:
«A los atrios, con gozo desconocido
sube el pueblo bendecido».
Es un pueblo obediente. Hay una colecta porque la Iglesia de Dios requiere asistencia. Hay quien contribuye lo más exiguamente que puede, dentro del margen que le permite conservar su respetabilidad. El que así obra, no podemos creer que exhiba un espíritu cristiano, porque no hace las cosas con voluntad; mas los cristianos lo hacen todo de corazón, porque no les mueve una obligación, sino sólo la gracia. Estoy seguro que hacemos las cosas mucho mejor cuando las hacemos voluntariamente que por obligación. Dios se complace en los servicios de su pueblo, porque son hechos de voluntad. El voluntarismo es la esencia del Evangelio, y Dios se agrada de tener por servidores a los voluntariosos. Nunca tendría esclavos alrededor de su trono, sino hombres libres, que con gozo y alegría se le ofrezcan voluntariamente en el día de Su poder.
4. Casi no tenemos tiempo para discutir la totalidad del texto; pero, además de la disposición, notaremos brevemente el carácter del pueblo de Dios. «Tu pueblo serálo de buena voluntad en el día de tu poder.» «En la hermosura de la santidad.» Así es cómo serán revestidos; no solamente de santidad, sino de la hermosura de la santidad; porque la santidad tiene su hermosura, sus gemas y sus perlas; y ¿cuáles son éstas? Serán vestidos con la hermosura de la santidad de la justicia imputada y de la gracia impartida. El pueblo de Dios es, por sí mismo, deforme, y de ahí que toda su belleza haya de serle dada. El estandarte de la hermosura es la santidad. Si un ángel descendiera del cielo, y llevara a Dios la más hermosa criatura que pudiera encontrar, no escogería las rosas de la tierra, ni haría un ramillete de lirios, sino que llevaría al cielo el hermoso carácter de un hijo de Dios. Dondequiera que encontrara un héroe que se negase ~ sí mismo, donde hallara un cristiano desinteresado, un ardiente discípulo, el ángel se detendría a tomarlo, y llevándolo a la divina presencia, exclamaría: «Dios Todopoderoso, he aquí la hermosura; tómala, es tu hermosura». Estamos acostumbrados a admirar la belleza de las esculturas y a exclamar: «Esto es bello»; pero la verdadera hermosura es la del cristiano; la hermosura de la santidad. ¡Oh!, vosotros, los jóvenes, los alegres, los engreídos; ¿por qué buscáis la belleza? ¿No sabéis que toda la de este mundo no os ha de servir de nada, porque al morir desaparecerá bajo el sudario?
«El tiempo robará de tu hermosura,
La muerte enterrará tu gallardía».
Mas si poseéis la hermosura de la santidad, ella irá en aumento, cada vez mayor y más preciosa. Entre los ángeles hermosos, vosotros, tan hermosos como ellos, permaneceréis revestidos de la justicia de vuestro Salvador. «Tu pueblo serálo de buena voluntad» para marchar hacia adelante; pueblo ideal: santo y adornado con la hermosura de la santidad.
5. Como último punto de esta consideración, hay una audaz metáfora que debemos explicar. El texto dice: «Tu pueblo serálo de buena voluntad en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad». Esto es comprensible; pero, ¿qué quieren decir las palabras: «Desde el seno de la aurora»? El comentarista explica: «Desde los primeros días de su vida el pueblo de Dios se le ofrecerá voluntariamente.» Pero no, no es ese el sentido. Nos encontramos ante una figura atrevida e inteligente. Se nos pregunta la procedencia del pueblo, cómo y por qué medios serán traídos, y de que forma será hecho; y he aquí la respuesta simple: ¿No habéis visto las gotas de rocío brillando sobre la tierra? ¿No os habéis preguntado nunca su procedencia, cómo aparecen en infinito número, tan prodigiosamente esparcidas por doquier, tan puras y transparentes? La naturaleza nos dice al oído: «Vienen del seno de la aurora». Así aparecerá el pueblo de Dios, tan silenciosa, divina y misteriosamente como si procediera «del seno de la aurora», como las gotas del rocío. La filosofía ha tratado de descubrir el origen del rocío, y tal vez lo haya adivinado; pero para el oriental, uno de los enigmas más grandes era el de la localización del seno del rocío. ¿Quién es la madre de esas gotas perlinas? Así, de la misma manera, aparece el pueblo de Dios, misteriosamente. Alguno dirá al final de una predicación: «No había nada de particular en lo que dijo aquel hombre; creí que oiría a un gran orador. Como ha sido el medio de salvación de tantos miles, pensé que escucharía algo interesante y más elocuente; pero he oído a muchos predicadores mucho más inteligentes e intelectuales que él; y me pregunto: ¿cómo se convertirían esas almas?» Misteriosamente, porque procedían «del seno de la aurora». Y de nuevo, las gotas de rocío, ¿quién las hizo? ¿Se yerguen los reyes y príncipes sosteniendo sus cetros y ruegan a las nubes que derramen lágrimas, o las aterran con el redoblar de los tambores para que lloren? ¿Van los ejércitos a la batalla para obligar al cielo a abandonar sus tesoros y desparramar sus diamantes pródigamente? No, Dios es el que habla; Él susurra al oído de la naturaleza, y ésta llora de gozo al saber que se acerca la alborada. Dios lo hace sin la intervención aparente de otros fenómenos: no hay truenos ni relámpagos. Dios lo ha hecho, y así es cómo salvara a su pueblo; vendrán «desde el seno de la aurora», divinamente llamados, nacidos, bendecidos, numerados y esparcidos por toda la superficie del globo, enviados por Dios para ser el refrigerio del mundo, «desde el seno de la aurora». Habréis observado cuán grande multitud de gotas de rocío aparecen con el alba, y probablemente os habréis preguntado De dónde viene tan grande muchedumbre?» La respuesta está en el seno de la naturaleza, capaz de diez mil nacimientos al mismo tiempo. Así, los hijos de Dios vendrán «desde el seno de la aurora». Sin esfuerzo, sin angustia, sin gritos de dolor, ni agonía; todo es secreto. Nacerán en la frescura «del seno de la aurora». La figura es tan bella que las palabras no pueden explicarla con propiedad. Sólo tenéis que salir al campo una mañana temprano, cuando el sol comienza a esparcir sus rayos por el cielo, y contemplarlo brillante con el manto del rocío. Preguntaos entonces: «¿De dónde viene todo esto?» «Desde el seno de la aurora», es la respuesta. Así, cuando contemplamos la multitud de los salvos, que aparece tan misteriosa, suave, divina y numerosamente, sólo podemos compararla a las gotas del rocío de la mañana. Decid, ¿de dónde vienen estos?; y la respuesta es: Vienen «desde el seno de la aurora»
II. Y ahora, la segunda parte del texto, la más dulce y a la que dedicaremos un poco de nuestro tiempo. Hemos visto la promesa hecha a Cristo con relación a su pueblo, y ella quita todos nuestros temores acerca de la Iglesia. Veamos, pues, la OTRA PROMESA QUE SE LE HIZO A CRISTO: «Tienes tu el rocío de tu juventud.» ¡Creyentes!, ¡ésta es la inagotable fuente de los éxitos del Evangelio! ¡Cristo tiene el rocío de su juventud! Jesucristo, personalmente, tiene el rocío de su juventud. Muchos caudillos han conducido sus tropas a la batalla en los días de su juventud, y les han inspirado valor y coraje con la potencia de su voz y la fuerza de sus músculos; pero ahora, el viejo guerrero tiene los cabellos sembrados de canas, se torna decrépito y ya no puede conducir a sus hombres a la lid. No ocurre lo mismo con Jesucristo, porque Él tiene aún el rocío de su juventud. El mismo Cristo que en su juventud llevó sus tropas a la lucha, las sigue llevando ahora. El brazo que conmovió al pecador con su palabra, es el mismo de nuestros días; sigue siendo tan firme como antes. Los ojos que contemplaron con gozo a sus amigos, los mismos ojos que miraron a sus enemigos fija y severamente, son los que nos contemplan hoy a nosotros, claros y brillantes como los de Moisés. El tiene el rocío de su juventud. Cómo nos llena de gozo el pensar que el Cristo que era en su juventud «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos», todopoderoso, es el mismo de nuestros días. No es un Cristo viejo ni gastado, sino que sigue siendo nuestro caudillo. Es tan joven como siempre, cubierto por el mismo rocío y la misma lozanía. Oímos decir de algún ministro: «En su juventud era muy ameno; pero ya se va haciendo viejo y empieza a hacerse pesado». Pero no es así con Cristo, tiene siempre el rocío de su juventud. El que un día ‘hablara como jamás había hablado hombre alguno», cuando vuelva a hablar lo hará como lo hizo antes. Él, personalmente, tiene el rocío de su juventud.
También doctrinalmente tiene Cristo el rocío de su juventud. Es normal que cuando una religión está en sus comienzos sea muy exuberante, para decaer más tarde. Contemplad la religión de Mahoma. Durante más de cien años amenazó con subvertir los reinos y trastornar el mundo entero; más, ¿dónde están las espadas que brillaron entonces?, ¿dónde están las manos que asolaron a sus enemigos? Su religión se ha convertido en algo viejo y gastado; nadie se preocupa de ella, y el turco, sentado en su diván con las piernas entrelazadas y fumando su pipa, es la mejor imagen de la religión de Mahoma: vieja, estéril y enfermiza. Pero la religión cristiana permanece tan lozana como cuando comenzara en su cuna de Jerusalén. Se conserva tan sana, tan vigorosa y poderosa como cuando Pablo la predicaba en Atenas o Pedro en Jerusalén. No es una religión vieja. Nada en ella ha envejecido, a pesar de los cientos de años que han pasado. Cuántas religiones han perecido desde que comenzó la de Cristo! ¡Cuántas han nacido en una noche, como las setas! ¿No permanece la de Cristo tan nueva como siempre? Contestad vosotros, los que tenéis los cabellos de plata, los que conocisteis al Maestro en vuestra juventud, hallando sus doctrinas preciosas y dulces; ¿las encontráis inútiles ahora? ¿Creéis que Cristo no tiene ya el rocío de su juventud? No; todos podéis decir: «Dulce Jesús, el día que tome tu mano, el día de mis esponsales, te hallé hermoso; y como no eres como los amigos de la tierra, no te has hecho viejo y permaneces tan joven como siempre. Tu frente está tersa y sin arrugas; tus ojos limpios y sin sombra; tus cabellos, siempre negros y brillantes, no han emblanquecido con el tiempo. Eres inmutable e inalterable, a pesar de los años que hace que te conozco». Ved, amados, el estímulo que es para nosotros, en la propagación del reino del Maestro, saber que no predicamos algo viejo y pasado de moda, sino una religión que conserva el rocío de su juventud. La misma que salvó a tres mil el día de Pentecostés puede salvar ahora otros tres mil. Predico viejas doctrinas, pero son tan nuevas como monedas recién salidas de la fundición celestial; la imagen y la inscripción permanecen igual de nítidas y el metal tan reluciente y pulido como siempre. Tengo a una espada antigua, pero que no está enmohecida. No hayan en ella señal de flaqueza; aunque haya herido y cortado muchos Rahabs, sigue tan nueva como cuando fue forjada en el yunque de la sabiduría. El mismo vigor tiene el Evangelio ahora que cuando era un Evangelio joven. Como Pedro lo predicó un día, muchos Pedros lo predican actualmente, y Dios los ungirá también. Igual que Pablo lo anunciaba, así otros Pablos lo anuncian hoy. Como Timoteo sostuvo la Palabra del Señor, igual la sostienen los Timoteos de nuestros días, y el mismo Espíritu Santo los acompaña. Me temo que los cristianos no crean en esto: que Cristo tiene el rocío de su juventud. Tienen la idea de que los tiempos de los grandes avivamientos pertenecen al pasado. Y los padres, preguntan, ¿dónde están? Y nos sentimos inclinados a gritar: «Carro de Israel y su gente y su gente de a caballo» Nadie volverá a llevar el manto de Elías ni veremos nuevamente hechos prodigiosos. ¡Oh, incredulidad necia! Cristo tiene aún el rocío de su juventud. Tiene tanto Espíritu Santo como tenía entonces, porque lo posee sin medida; y aunque lo ha concedido a miríadas, continuará concediéndolo. Muchos se preguntarán: «¿Cómo es que la gente de nuestro tiempo empieza a cansarse del Evangelio, si este tiene el rocío de su juventud?» Amados míos, porque el Evangelio no viene a ellos en forma de rocío. ¿No oímos frecuentemente la predicación de un evangelio totalmente seco y falto de médula, como huesos a los que se les hubiera extraído el tuétano? Esos huesos vacíos son muy apreciados por los teólogos filosóficos, que gustan de estudiar antigüedades y descubrir a que animal inmundo pertenecen; pero carecen de utilidad para los hijos de Dios, porque no hay en ellos alimento. Necesitamos un Evangelio ungido y con sabor; y cuando el pueblo de Dios lo posee nunca se cansa de él, porque encuentra en su contenido lozanía y rocío perdurable.
Ahora bien, si Cristo tiene el rocío de su juventud ¡cuán diligentemente debemos proclamar su Palabra nosotros, los que somos sus ministros! No hay nada como una fe firme para hacer a un hombre predicar poderosamente. Si yo creyera predicar un evangelio ruinoso y viejo no podría proclamarlo con celo; pero si creo que lo que anuncio es un Evangelio fuerte y saludable, cuyos cimientos no han sido conmovidos y cuyo poder es tan grande como siempre, ¡con cuánta fuerza lo predicaré! Gracias a Dios que hay unos cuantos corazones tan ardientes como siempre, unas cuantas almas tan firmes en la causa de su Maestro como fueron Tos apóstoles. Todavía hay unos cuantos hombres buenos y sinceros que se agrupan al pie de la cruz. Como los hombres de David en la cueva de Adulam, hay algunos hombres poderosos que se agrupan alrededor del estandarte. El no se ha quedado sin testigos; tiene aún el rocío de la juventud, y ha de llegar el día en que aquellos que ahora se encuentran escondidos en la oscuridad saldrán como el rocío antes del amanecer, reluciendo en cada arbusto y adornando cada árbol, iluminando cada ciudad, alentando los pastos, y haciendo cantar de alegría a las pequeñas colinas. Ve, cristiano, y pon esto en forma de oración. Ora a Cristo para que su pueblo lo sea de buena voluntad en el día de su poder, y que El siempre conserve el rocío de su juventud.
«¡Oh, Príncipe’., cabalga triunfalmente
Y haz que el mundo a tus pies te sea obediente».
¡Adelante, Señor! Prueba que eres el mismo de siempre, el Dios bendito «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos». ¡Levántate, cristiano!, ¡arriba!; ¡lucha por tu joven Monarca! ¡Adelante, guerreros! ¡Desenvainad vuestras espadas! ¡Combatid por vuestro Rey! ¡Adelante!, ¡adelante!; porque el viejo estandarte es un nuevo estandarte. Cristo continúa joven y lozano. ¡Dejad que os embargue el entusiasmo de vuestra juventud! Una vez más, alzaos vosotros, viejos cristianos, y haced que vuestros días de jóvenes vuelvan a la vida; porque si Cristo tiene el rocío de su juventud, conviene que le sirváis con juvenil vigor. ¡Levantaos! Despertad ahora de vuestro sueño; entregadle una nueva juventud, y esforzaos por ser tan ardientes y celosos por su causa, como si fuera el primer día que le conocisteis. ¡Quiera Dios hacer obedientes a muchos pecadores! ¡Quiera Él traer a muchos a sus pies!; porque El ha prometido que ellos se le ofrecerán voluntariamente en el día de Su poder.
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