UNA SEÑAL EN LA MEDIA NOCHE

Rev. Julio Ruiz, pastor
(Éxodo 12: 29-36)
INTRODUCCIÓN: En todo el capítulo doce de Éxodo es muy notorio el énfasis que se le da a la palabra «noche». Por seguro era la última noche que pasarían en Egipto. No era una noche para dormir sino para vigilar. Sería la noche más esperada Israel, después de cuatrocientos treinta años viviendo como esclavos en Egipto. Pero también sería la noche más temida para los egipcios, tomando en cuenta la mortandad de los primogénitos que estaba por ocurrir como parte de la última plaga.

Las instrucciones dadas a Moisés para preparar al pueblo en aquella noche, habían sido muy claras y precisas. Cada familia debería tener un cordero o cabrito, sin mancha, para ser sacrificado; la sangre derramada sería ser puesta en un hisopo y luego ser untada el dintel y los dos postes de la casa de cada israelita. Aquella noche vendría el ángel destructor y al ver la señal al frente, pasaría de largo. La carne de aquel cordero tenía que ser pasada por el fuego (no había tiempo para hervirla), y había que comérselo todo con hierbas amargas y panes sin levadura. Todo lo que sobrara debería quemarse al amanecer. La instrucción decía que ellos tenían que comérselos con la ropa ceñida a la cintura, con las sandalias puestas, y de prisa v.11. Aquella fue una noche de hondo dolor en toda la tierra de Egipto, pero a vez fue una noche de júbilo y victoria para Israel. No es exagerado decir que de esa noche nació la salvación de la humanidad. A partir de allí la libertad de Israel vendría a ser parte de toda una historia que nos traería a la más grande libertad, no tanto del yugo del hombre, pero sí del yugo del pecado a través de la persona de nuestro salvador Jesucristo. La señal de sangre en el dintel de las casas era un símbolo inequívoco que un día la sangre del Cordero Eterno sería derramada para librar de la muerte a todos los que de una forma obediente la aceptaran. La señal que se levantó en aquella memorable noche marcó la historia de la salvación de la humanidad. Las razones son estas.

I. AQUELLA FUE UNA SEÑAL DE PROTECCIÓN V.13
A estas alturas Egipto ha quedado casi desolada. Las plagas anteriores tuvieron la misión de debilitar a la nación en las áreas más susceptibles de la economía nacional. La plaga concerniente a la muerte de los primogénitos tenía la misión de poner fin a aquel período de esclavitud. Hasta ahora el Señor ha protegido a su pueblo de la gran mayoría de las plagas enviadas. Las plagas no destruyeron su ganado. El salpullido no afectó la piel de ninguno de ellos. La tempestad no dañó sus campos. Las langostas no devoraron sus cosechas. Mientras en Egipto hubo tinieblas, ellos tenían luz. Debe destacarse que por no haber sido afectados por ninguna de las plagas enviadas, Israel tuvo más tiempo para prepararse al momento del Éxodo. Ahora están todos en casa, listos para el gran momento. Todas las familias están reunidas celebrando la primera pascua. Aquel fue un acto de extremada fe por parte de Moisés. Más adelante el escritor a los hebreos lo expresaría así: «Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos» (He. 11:28) Y eso fue lo que ocurrió aquella noche. Por algún momento reinó en todo Egipto un silencio sepulcral. Pero cuando vino el ángel destructor quien iba pasando de puerta en puerta, la calma se interrumpió con gritos de angustias. Alguna primera madre saldría gritando de dolor a la casa de su vecina, y esta a su vez gritaría a la otra, y en cuestión de minutos todo Egipto se convirtió en un gran llanto que provenía desde la casa del Faraón hasta la familia más insignificante. Esto es lo que registra la Biblia que sucedió aquella noche: «A medianoche el Señor hirió de muerte a todos los primogénitos egipcios, desde el primogénito del faraón en el trono hasta el primogénito del preso en la cárcel, así como las primeras crías de todo ganado. Todos en Egipto se levantaron esa noche, lo mismo el faraón que sus funcionarios, y hubo grandes lamentos en el país. No había una sola casa egipcia donde no hubiera algún muerto» (Éx. 13:29, 30 NVI) La sangre en el dintel fue señal de protección. Aquella sangre que provenía de un cordero inmolado evitó la muerte a los israelitas. Esta parte de lo que precedió a la libertad de Israel era sombra de una realidad más grande. Aquella sangre tenía la función de proteger a Israel de la muerte temporal. Pero la Biblia nos dice que Jesucristo derramó su sangre para protegernos de la muerte eterna. La sangre de Cristo nos protege de la condenación del pecado. Nos protege del ángel destructor. Nos protege para una salvación completa. El texto dice que Israel debería permanecer a dentro para no perecer; y esto es lo que sugiere la obra de la sangre de Cristo. El alto costo de su redención es un llamado para permanecer adentro. La vida fuera de la protección de la sangre de Cristo conduce al pecado de la carne; el ser expuesto al ataque del diablo y a una vida desprovista de su poder. Solo la sangre de Cristo su hijo nos limpia de todo pecado y nos crea una defensa contra el mal. La sangre de Cristo en nuestras vidas nos señala y nos dice que el maligno no nos toca. En la visión final del libro de Apocalipsis, Juan plantea la eficacia de la sangre de Cristo como el Cordero inmolado para victoria fina; así habló: “Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro de Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apc. 12:10, 11)

II. AQUELLA FUE UNA SEÑAL DE LIBERTAD v.
«Donde hay libertad, hay patria», dice una expresión latina. A la media noche de aquel día Israel estaba lista para convertirse en una patria. Aquel sería el gran momento para que se *****pliera lo prometido por el Señor a Moisés tocante a la libertad de su pueblo, cuando dijo: «Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra que fluye leche y miel…» (Éx. 3:7, 8) La férrea mano del faraón había sido implacable por largos años, y en los últimos días, previos al Éxodo, había sido insoportable. Aquella señal de la sangre al frente de sus casas marcaba el camino a la libertad y el *****plimiento de la promesa divina. La muerte de los primogénitos, incluyendo al del faraón, fue como el martillo que rompió la cadena de la esclavitud. Ahora se abre el camino que añoraron los antepasados cuando soñaban con el día de su libertad. Y es que ningún asunto es tan deseado en la vida como aquel que compete a la libertad humana. Un estado libre donde sus ciudadanos gocen de libertad de expresión; donde sus derechos sean defendidos y donde se aplique la justicia y la equidad, es un tesoro preciado para la humanidad. Una vida libre de toda fuerza esclavizante es como el tesoro que se busca incansablemente. En este pasaje, la señal de la sangre, por la que viene luego la libertad, es de suma importancia histórica y teológica. Histórica por las implicaciones que tuvo con el pueblo de Israel. Es difícil ver otro caso de esclavitud, por tantos años acontecidos, como el de Israel. Pero también es cierto que en ningún otro pasaje de la historia se ve la intervención divina a favor de su pueblo sufrido, como este. El faraón, aquel que encarnó toda clase de maldad, aquel que fue una tipificación y representante de los poderes de las mismas tinieblas, ahora ha sido derrotado. Tal fue su derrota que no solo dejó salir al pueblo, sino que les pidió que lo hicieran con prontitud; así quedaron registradas sus palabras: «E hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho, e idos; y bendecidme también a mí». v.31,32. Desde el punto de vista teológica, su importancia estriba en la sangre como señal de esa libertad. Aquel cordero sin mancha, cuya sangre fue derramada, y luego comido por el pueblo esa noche, dando inicio a la llamada fiesta de la pascua, era un símbolo de salvación que nos mostraba una realidad futura. Vendría el tiempo para la más grande libertad, aquella que era peor que la del yugo humano, la libertad del pecado. Fue Séneca el que dijo: «Quien es esclavo de su cuerpo, no es verdaderamente libre»; y alguien más dijo: «Si posees la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas alcanzar?». Así tenemos que la sangre de Cristo nos introduce a la verdadera libertad. Cuando Juan el Bautista estaba en pleno apogeo de su ministerio, nos dice la Escritura que de inmediato calificó a Jesús con estas palabras: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29) Y Jesús fue sacrificado como el cordero por nuestras transgresiones. Así fue profetizado por Isaías, cuando dijo: «Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca» (Is. 53:7) Este *****plimiento profético y de aplicación teológica quedó también registrado en otra noche memorable. Fue aquella cuando nuestro Señor Jesucristo, antes de ser sacrificado, comió la pascua con sus discípulos. En esa noche Jesús tuvo que saber que él ahora es el cordero pascual que sería entregado como el más completo sacrificio por los pecados. Y fue por eso que esa misma noche él introdujo lo que hoy conocemos como la Cena del Señor. Mas adelante Pablo confirmó lo que hizo Jesús aquella noche de acuerdo a 1 Co. 1:23-26. Sí, solo la sangre de Cristo nos da la verdadera libertad. De esto deducimos que no puede haber libertad auténtica mientras no se tenga a Jesucristo viviendo y reinando en el corazón.

CONCLUSIÓN: La historia de la raza humana registra en su calendario una particular noche que en fuga hacia la libertad a un pueblo esclavizado por más de cuatrocientos años. La señal que se levantó esa noche, en cada hogar israelita, sirvió como señal de protección de manos del ángel destructor, pero también sirvió para instituir la pascua como una de las más importantes fiestas judías. Fue, entonces, una noche de protección y una noche de libertad. Pero en una noche, muchísimos años después, y en la ocasión de celebrar la pascua, Jesús instituyó la Santa Cena, recordando a sus discípulos que en esa noche, aquella que era un tipo de una realidad futura, se *****pliría en él. Así, pues, Jesús vino a ser el cordero de nuestra pascua. Él fue «un cordero sin mancha y sin contaminación» que se entregó por nuestros pecados. Su sangre fue derramada como una señal para protegernos de la muerte eterna, pero para darnos libertad eterna. Aquella sangre que se vertió en medio de una densa oscuridad, tómese en cuenta las tinieblas que rodearon la cruz, ha sido desde entonces la señal para salvación de todos los que le aceptan, pero es también una señal de perdición a los que la rechazan. Es su sangre la que nos libra, pero también se constituye en instrumento del juicio divino. Solo la sangre de Cristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado.

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