La charla amistosa para nada se escuchaba en el hogar extravagante de Zaqueo. Sólo el repiqueteo de monedas de oro, plata y bronce rompía el silencio en la casa del jefe de recaudadores de impuestos en Jericó.
No era fácil ser el más odiado –y el más pequeño– de los hombres de la ciudad, pero todo eso era algo que Zaqueo había aprendido a sobrellevar. Y el placer de castigar a esa gente despreciable con aumento de impuestos lo compensaba todo. Con cada comentario denigrante del público Zaqueo planeaba en silencio otra manera de sacar más dinero de esos bolsillos casi vacíos.
Zaqueo sabía que lo que hacía era incorrecto, pero no le importaba. Cobrar más impuestos era su venganza fácil. No obstante, cuanto más cobraba impuestos, la gente lo odiaba más. Así que Zaqueo cobraba más y el círculo vicioso continuaba.
Nos lo imaginamos caminando una mañana en la ciudad cuando oyó a dos hombres que hablaban del Señor Jesús. Decían que estaba en camino a Jericó y que ese mismo día había sanado a un ciego. ¿Sanar a un ciego? ¿Quién era ese hombre? –se preguntó. Había que cobrar impuestos, pero esa tarea podía esperar. Le despertó curiosidad imaginarse que un hombre podría hacerse muy rico con esos poderes.
Antes de que Zaqueo pudiera cuando menos preguntar algo acerca del Señor, la multitud comenzó a moverse en dirección suya. Zaqueo corrió para ver si podía ver de cerca a ese hombre con poder sanador. Pero fue inútil, ya que unos cuantos de entre la multitud pronto identificaron al recaudador de impuestos y movieron sus cuerpos para impedirle ver al Señor.
Sin embargo, Zaqueo no quiso darse por derrotado. Rendirse no iba de acuerdo con su personalidad, algo muy evidente en sus tácticas despiadadas para recaudar dinero de los que evadían el pago de impuestos.
Sin perder tiempo, Zaqueo se adelantó corriendo y trepó a un árbol que estaba en ese camino. Fue entonces cuando el Señor lo vio y le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que yo pose en tu casa” (Lucas 19:5).
No sólo conoció Zaqueo al Señor, sino que experimento el poder transformador del Hijo de Dios y ofreció entregar la mitad de sus bienes a los pobres y devolver cuadruplicado lo que hubiera tomado de alguno (v. 8). Su empeño por encontrar al Señor, aunado al gran deseo de obedecer a Dios, hizo que Zaqueo fuera poderoso en espíritu.
Recibir todo lo que el Señor tiene para nosotros no sucede simplemente con un paseo casual por el parque. Con frecuencia demanda que nos preparemos y estemos dispuestos al sacrificio, como trepar a un árbol o caminar la segunda milla; demanda buscar al Señor.
El escritor de Hebreos afirma: “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
¿Cuáles fueron las intenciones de Zaqueo al buscar al Señor? Quizá hayan sido puras y honradas desde el principio; quizá no lo fueron sino hasta más tarde. Pero sus intenciones no fueron tan importantes como sus acciones para encontrarlo. Si nosotros buscamos a Cristo sinceramente, lo encontraremos y nuestras vidas serán transformadas.
Actuando por orden del Señor, Zaqueo se dio prisa y descendió del árbol. Luego, se dirigió al Señor y anunció el cambio de su manera de comportarse. El hecho de tener un encuentro con el Salvador no debe dejarnos simplemente como personas muy emocionadas, orgullosas de nuestro huésped de honor. En lugar de eso, Él debe transformar nuestros corazones, reformar nuestras mentes y renovar nuestros espíritus.
En Romanos 12:2 el apóstol Pablo nos insta a no conformarnos “a este siglo, sino a transformarnos por medio de la renovación de nuestro entendimiento, para que comprobemos cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Eso fue lo que sucedió con Zaqueo. No fue suficiente que dejara de defraudar al pueblo judío, sino que quiso restaurar por cuadriplicado todo lo que hubiera tomado, así como entregar a los pobres la mitad de sus posesiones.
Esto, sin duda, fue un enorme sacrificio para un hombre que estaba cómodamente rodeado de riquezas. Además, todo eso demostró que Zaqueo era un hombre transformado.
Hubo otros que el Señor llamó y que no estuvieron dispuestos a amarlo más que las riquezas que tenían. Zaqueo, sin embargo, estuvo más que dispuesto a entregar todo al Señor.
Había pasado muchas noches solitarias contando su dinero y ahora quería que su vida contara para algo. Pese a todos sus defectos, Zaqueo se dio cuenta que seguir al Salvador era el único camino para que su vida tuviera verdadero significado y propósito.
Zaqueo aprendió la verdad contenida en las palabras de 1 Pedro 2:21: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”.