REVESTIRSE DE CRISTO

Un sermón predicado por C.H. Spurgeon, El Domingo, 23 de Febrero de 1890, en el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres, Inglaterra
«Vestios del Señor Jesucristo, y no hagdis caso de la carne en sus deseos» (Romanos 13:14).«Habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos… Y revestios del nuevo… Vestios, pues, como escogidos de Dios, etc.» (Col. 3:9-15).

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SALVACIÓN HASTA LO SUMO

«Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por Él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7:25).
La salvación es una doctrina peculiar de la revelación. La Biblia nos ofrece una historia completa de ella, sin que en ningún otro sitio podamos encontrar más indicios. Dios ha escrito muchos libros, pero sólo uno ha tenido como objeto la enseñanza del camino de la misericordia. Ha escrito el gran libro de la creación, cuya lectura es para nosotros un deber y un placer.

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Sobre la Elección de un Texto

Creo, hermanos míos, que nosotros todos sentimos la importancia de dirigir cada una de las partes del culto divino, con la mayor eficiencia posible. Cuando recordamos que la salvación de un alma puede depender, instrumentalmente, de la elección de un himno, no debemos considerar como insignificante aun una cosa tan pequeña como la elección de los salmos y los himnos. Un extranjero irreligioso que asistía por casualidad a uno de nuestros cultos en Exeter Hall, fue traído a la cruz de Cristo por las palabras de Wesley: «Jesús, que ama a mi alma.

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Sobre la Voz

Nuestra primera regla tocante a la voz es que no penséis demasiado en ella, sino recordad que la voz mas dulce no sirve de nada cuando no se tiene que decir, y por bien que fuera manejada, seria como un carro vacío con buenos tiros, a no ser que ministréis por su medio a vuestros oyentes verdades interesantes y oportunas. Demóstenes tuvo razón, a no dudarlo, al asignar el lugar de primera, segunda y tercera importancia a una buena elocución; pero ¿de qué vale ésta si el hombre no tiene nada que decir? Un hombre dotado de la más excelente voz, y a quien le falten conocimientos y un corazón ardiente, será «una voz clamando en el desierto;» O como dice Plutarco, «Voz y nada más.»

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SOLAMENTE DIOS ES LA SALVACIÓN DE SU PUEBLO

«El solamente es mi roca y mi salvación» (Salmo 62:2).
«MI ROCA.» Cuán majestuoso es este nombre; cuán sublime, sugestivo y subyugador. Es una figura tan divina, que solamente a Dios debiera aplicársele.
Mirad las lejanas montañas y maravillaos de su antigüedad; porque desde sus cimas miles de siglos nos contemplan. Ellas peinaban ya cabellos grises antes de que esta enorme ciudad fuese fundada; se dice que, cuando la humanidad aún no respiraba, ellas estaban ya llenas de días; son las hijas de las edades pasadas.

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TAL MAESTRO, TALES DISCÍPULOS

INTRODUCCIÓN
Admirad, queridos hermanos, el poder de la gracia divina. ¡Qué maravillosa y rápida transformación realiza en el hombre!
Al mismo Pedro, que seguía, aún ayer, de lejos a su Maestro y, lanzando imprecaciones, negaba que Le conociera, le vemos hoy declarando valerosamente, junto con el discípulo amado, que sólo en el nombre de Jesús pueden ser salvos los hombres y predicando la resurrección de los muertos por el sacrificio de su Señor crucificado.

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TIEMPO DE SIEGA

«¿No es ahora la siega del trigo?» (1ª Samue1 12:17).
No observaré el contexto aquí, sino que sencillamente tomaré estas palabras corno lema, y ni sermón se basará sobre un «campo de siega». Prefiero emplear la siega para un pasaje antes que cualquier pasaje que encuentre aquí. «¿No es ahora la siega del trigo?» Supongo que los moradores en las ciudades piensan menos en los tiempos y sazones que los habitantes del campo.

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UN GRAN EVANGELIO PARA GRANDES PECADORES

«Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Mas por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí, el primero, toda su clemencia, para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de siglos, inmortal, invisible, al solo sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén» (1.a Timoteo 1:15-17).

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UN LLAMAMIENTO A LOS PECADORES

«Éste a los pecadores recibe» (Lucas 15: 2).
Según nos cuenta el evangelista, cuando estas palabras fueron pronunciadas, se congregaba alrededor de nuestro Salvador un grupo muy singular: «Se llegaban a Jesús todos los publicanos y pecadores a oírle». Los publicanos -la gente más ruin, los opresores públicos, despreciados y odiados aun por el más insignificante de los judíos-, junto con los de peor condición, la escoria de la calle y la chusma de la sociedad de Jerusalén, rodeaban a este portentoso predicador, Jesucristo, para oír sus palabras.

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